Armando Fuentes
15/10/2017
La señora Relegata, paciente del doctor Wetnose, ginecólogo, dio a luz un hermoso bebé. La feliz madre se sorprendió al ver por primera vez a su hijo, pues el niño salió pelirrojo, y tanto ella como su esposo eran de cabellos negros. Consultó el caso con el médico, y éste le dijo que de seguro en su familia o en la de su marido había habido pelirrojos, y en el bebé se manifestaron los caracteres recesivos. «No, doctor -opuso doña Relegata-. Ya investigué, y en nuestras familias jamás ha habido pelirrojos. Hemos tenido parientes de cabellos negros, castaños y rubios en sus diferentes tonos. También ha habido hombres calvos, y otros canosos. (A estos últimos las canas les confieren una gran distinción). Pero pelirrojos no ha habido nunca, ni en el linaje de mi esposo ni el mío». «Extraña circunstancia es entonces la de su hijo -ponderó cogitabundo el doctor Wetnose-. Habría que recurrir a un genetista para explicar el pigmento capilar de su bebé. Se me ocurre algo, sin embargo, que quizá pondrá luz en el asunto. Dígame, señora: si no es indiscreción, ¿cada cuándo su marido y usted hacen el amor?». «Ay, doctor -se azaró doña Relegata-. Me da pena hacerle una confesión. Antes de encargar a esta criatura hacía más de cinco años que mi marido no me tocaba». «Ahora caigo -dijo entonces el facultativo empleando una expresión del teatro español decimonónico-. No es que su bebé sea pelirrojo, señora. Es óxido». Escofio era cocinero en el lujoso restorán «La hermanita de Lord Byron», pero fue despedido de su empleo. Un amigo le preguntó por qué. Explicó el guisandero: «La dueña se molestó porque metí la mano en la lavadora de platos». Inquirió el amigo: «¿Sólo por eso te corrió?». «No nomás a mí -completó Escofio-. También despidió a la lavadora de platos». En la merienda de los jueves dijo doña Macalota: «Mi marido es hombre de tres veces cada noche». «¿Tres veces cada noche?» -se asombró una de las señoras. «Si -confirmó doña Macalota-. Ya le he dicho que no tome tanto té antes de ir a la cama. Eso es lo que lo hace ir al baño tres veces cada noche». Pepito llegó a su casa a media mañana, aunque era día de escuela. Le preguntó su padre: «¿Cómo es que vienes a esta hora?». Explicó el crío: «La maestra me expulsó. En la clase de aritmética preguntó cuántas son 3 por 4, y le dije que 12. Luego preguntó cuántas son 4 por 3». El señor se molestó: «¿Y cuál es la chingada diferencia?». Declaró Pepito: «Eso fue exactamente lo que le dije. Por eso me expulsó». Don Gerontino, señor de edad más que madura, tanto que apenas podía sostenerse en pie, contrajo matrimonio con Pomponona, mujer en flor de edad y con exuberantes prendas corporales tanto en la parte de la proa como de la popa. Al empezar la noche de bodas se necesitaron dos botones del hotel para subir en la cama a don Gerontino. Al día siguiente se necesitaron seis para bajarlo. Tres parejas de casados llegaron al mismo tiempo al Cielo. San Pedro le preguntó al primer esposo: «¿Cómo te llamas?». «Atenodoro» -dijo el hombre. «No podrás entrar -sentenció el portero celestial-. Tu nombre hace pensar en el oro, y ese pensamiento no cabe aquí. Tampoco tu mujer será admitida». Se volvió San Pedro hacia el segundo marido y le hizo la misma pregunta: «¿Cómo te llamas?». Respondió él: «Etelvino». Dictaminó el apóstol de las llaves: «También a ti te está vedada la bienaventuranza eterna. Tu nombre hace pensar en el vino, y ese pensamiento no tiene cabida en el Edén. Tu señora tampoco puede entrar». La mujer del tercer sujeto se inclinó hacia su esposo y le dijo al oído: «Creo que estamos en problemas, Próculo». FIN.