Armando Fuentes
12/10/17
Todos los días una mujer entraba en un bar de mala muerte de los muelles y pedía un ron doble, al cual seguían muchos más, tantos que la bebedora acababa siempre por caer al suelo privada de sentido. Cuando la veían en esa lamentable condición los rudos marineros que frecuentaban el lugar la llevaban al callejón trasero y se aprovechaban villanamente de su estado y de sus municipios. Después de numerosas veces que eso sucedió llegó de nueva cuenta la mujer y ocupó su acostumbrado sitio en la barra. Le preguntó el de la taberna: «¿El ron doble de siempre?». «No -rechazó ella-. Ahora dame un brandy. He notado que el ron me provoca molestias ahí donde te platiqué». Una importante empresa buscaba un gerente general. Numerosos aspirantes se presentaron a solicitar el puesto, pero el que mejor impresión causó fue uno que tenía un currículo excelente y magníficas recomendaciones. Presentaba un inconveniente, sin embargo: un tic nervioso lo hacía guiñar constantemente el ojo izquierdo. El presidente del consejo le señaló el detalle. «No hay problema -replicó el aspirante-. Con una aspirina se me quita el tic. Miren ustedes». Buscó en los bolsillos de su pantalón, y después de sacar dos docenas de paquetes de condones dio al fin con la aspirina y se la tomó. En efecto, ya no guiñó el ojo. «Muy bien -dijo el presidente-. Sin embargo tampoco queremos en la compañía a un maniático sexual». «No lo soy -contestó el otro-. Pero ya podrán imaginar ustedes lo que sucede cuando llega uno a la farmacia, pide un frasco de aspirinas y luego guiña el ojo». Con la baraja mundial se podría formar un póquer de heces. Lo integrarían Donald Trump, de Estados Unidos; Kim Jong-un, de Corea del Norte; Nicolás Maduro, de Venezuela, y Carles Puigdemont, de Cataluña. Todos ellos son lo que los americanos llaman con expresiva expresión «a pain in the ass»; los cuatro mantienen constantemente en vilo a sus respectivos pueblos, y desconciertan al concierto de las naciones civilizadas. Otros políticos nacionales y extranjeros podrían formar un segundo póquer semejante, y otro, y otro, y otro más. Ya irán saliendo poco a poco, según las circunstancias nacionales o internacionales lo demanden. Digamos por de pronto que el catalán Puigdemont no quedó bien ni con los suyos ni con los ajenos. El bocado que mordió era demasiado grande, y se le atragantó. Tuvo que patrasearse, como se dice en lenguaje popular de quien recula después de proferir bravatas que entusiasmaron a quienes se muestran ahora desilusionados por la ambigua actitud que a fin de cuentas asumió quien parecía león y devino en vacilante corderito. Puigdemont acabó diciendo el vergonzoso «sí pero no» de los que no pueden mantener el imprudente sí que en un principio dieron. Más temprano que tarde tendrá que irse a su casa seguido por el desencanto y menosprecio de aquellos que creyeron en él y en su aventura de separatismo. Su ausencia de la escena pública será cosa de bien lo mismo para España que para Cataluña. Lo veremos. Una mujer de tacón dorado le dijo a un sujeto: «Por mil pesos hago de todo». «Está bien -aceptó el tipo-. Vamos a mi casa y píntamela».Tirilita dio a luz a su bebé, y toda su nutrida parentela fue a conocer al recién nacido. Tíos, primos, sobrinos, cuñados y concuños formaron ruidoso corro en torno de la cuna y revisaron con mirada crítica al bebé, que estaba como Dios y su mamá lo pusieron en el mundo: encueradito. Opinó el tío Chinguetas: «No será futbolista: tiene las piernas demasiado cortas». Juzgó el abuelo Atolio: «No será pitcher de beisbol: tiene los brazos demasiado cortos». La tía Macalota sentenció: «Tampoco será estrella del cine pornográfico». FIN.Todos los días una mujer entraba en un bar de mala muerte de los muelles y pedía un ron doble, al cual seguían muchos más, tantos que la bebedora acababa siempre por caer al suelo privada de sentido. Cuando la veían en esa lamentable condición los rudos marineros que frecuentaban el lugar la llevaban al callejón trasero y se aprovechaban villanamente de su estado y de sus municipios. Después de numerosas veces que eso sucedió llegó de nueva cuenta la mujer y ocupó su acostumbrado sitio en la barra. Le preguntó el de la taberna: «¿El ron doble de siempre?». «No -rechazó ella-. Ahora dame un brandy. He notado que el ron me provoca molestias ahí donde te platiqué». Una importante empresa buscaba un gerente general. Numerosos aspirantes se presentaron a solicitar el puesto, pero el que mejor impresión causó fue uno que tenía un currículo excelente y magníficas recomendaciones. Presentaba un inconveniente, sin embargo: un tic nervioso lo hacía guiñar constantemente el ojo izquierdo. El presidente del consejo le señaló el detalle. «No hay problema -replicó el aspirante-. Con una aspirina se me quita el tic. Miren ustedes». Buscó en los bolsillos de su pantalón, y después de sacar dos docenas de paquetes de condones dio al fin con la aspirina y se la tomó. En efecto, ya no guiñó el ojo. «Muy bien -dijo el presidente-. Sin embargo tampoco queremos en la compañía a un maniático sexual». «No lo soy -contestó el otro-. Pero ya podrán imaginar ustedes lo que sucede cuando llega uno a la farmacia, pide un frasco de aspirinas y luego guiña el ojo». Con la baraja mundial se podría formar un póquer de heces. Lo integrarían Donald Trump, de Estados Unidos; Kim Jong-un, de Corea del Norte; Nicolás Maduro, de Venezuela, y Carles Puigdemont, de Cataluña. Todos ellos son lo que los americanos llaman con expresiva expresión «a pain in the ass»; los cuatro mantienen constantemente en vilo a sus respectivos pueblos, y desconciertan al concierto de las naciones civilizadas. Otros políticos nacionales y extranjeros podrían formar un segundo póquer semejante, y otro, y otro, y otro más. Ya irán saliendo poco a poco, según las circunstancias nacionales o internacionales lo demanden. Digamos por de pronto que el catalán Puigdemont no quedó bien ni con los suyos ni con los ajenos. El bocado que mordió era demasiado grande, y se le atragantó. Tuvo que patrasearse, como se dice en lenguaje popular de quien recula después de proferir bravatas que entusiasmaron a quienes se muestran ahora desilusionados por la ambigua actitud que a fin de cuentas asumió quien parecía león y devino en vacilante corderito. Puigdemont acabó diciendo el vergonzoso «sí pero no» de los que no pueden mantener el imprudente sí que en un principio dieron. Más temprano que tarde tendrá que irse a su casa seguido por el desencanto y menosprecio de aquellos que creyeron en él y en su aventura de separatismo. Su ausencia de la escena pública será cosa de bien lo mismo para España que para Cataluña. Lo veremos. Una mujer de tacón dorado le dijo a un sujeto: «Por mil pesos hago de todo». «Está bien -aceptó el tipo-. Vamos a mi casa y píntamela».Tirilita dio a luz a su bebé, y toda su nutrida parentela fue a conocer al recién nacido. Tíos, primos, sobrinos, cuñados y concuños formaron ruidoso corro en torno de la cuna y revisaron con mirada crítica al bebé, que estaba como Dios y su mamá lo pusieron en el mundo: encueradito. Opinó el tío Chinguetas: «No será futbolista: tiene las piernas demasiado cortas». Juzgó el abuelo Atolio: «No será pitcher de beisbol: tiene los brazos demasiado cortos». La tía Macalota sentenció: «Tampoco será estrella del cine pornográfico». FIN. MIRADOR. Por Armando FUENTES AGUIRRE. Esta preciosa flor tiene un nombre muy feo. Mastuerzo. La palabra que la designa sirve también para tildar al hombre tonto. Yo conozco a esa flor desde pequeño. Mis tías la cultivaban con esmero en las macetas que adornaban el zaguán de la vetusta casa. Llegaban a las flores las abejas -«Si no les haces daño ellas tampoco te harán daño a ti»-, y llegaban también las mariposas a las que llamábamos «gallitos». En mayo las tías regalaban las flores a las niñas vecinas para que las ofrecieran a la Virgen, y en junio los niños las presentaban al Sagrado Corazón. Hace mucho que no veo mastuerzos. (Hablo de las flores). Tantas flores había en aquel tiempo, y tan pocas se ven hoy en las casas. Viene al recuerdo la pregunta que Joan Baez hacía en su canción: Where have all the flowers gone?». Se habrán ido las flores, pero el recuerdo de su perfume y su color jamás se va, igual que «el esplendor de la hierba» que dijo Wordsworth nunca deja de brillar. La belleza tiene la misma eternidad de Dios. ¡Hasta mañana!…