DE POLITICA Y COSAS PEORES

Armando Fuentes

01/10/2017

Alimaño Garaja, por mal nombre «El Charifas», era un hombre de vivir desbaratado. Por milagro comía -malcomía-, y sólo a la infinita bondad de la Divina Providencia se debía que su esposa y sus seis pequeños hijos no fenecieran de hambre, pues el bellaco los tenía reducidos al último grado de la necesidad. Ningún oficio tenía el tal Charifas, por eso se dedicaba a todos. Unas veces amanecía de cargador en el mercado; otras le anochecía lustrando calzado en la estación del tren; luego se convertía en pintor de brocha gorda. Vendía huevos duros en las cantinas; tocaba el güiro en una murga callejera; les hacía mandados a unas señoritas de edad que ya no salían de su casa y que lo llamaban «Ali». Otras tareas cumplía eventualmente aquel truhán para justificar su presencia en este mundo: era voceador de periódicos; lavacoches; ayudante de matancero en el rastro municipal; velador de obras en construcción, y aun a veces, cuando lo recomendaba un amigo suyo que conocía al encargado del panteón, fungía de sepulturero. Entonces era cuando le iba mejor, pues a más de lo que pagaba el hombre de la funeraria recibía una buena propina de los llorosos deudos del muertito o de la finadita, frente a los cuales se ponía en actitud de espera, gorra en mano, cuando se disponían a salir del cementerio. Voy a decir ahora un rasgo singular de este Garaja. Ignoro de qué industria se valía, pero cada mes se las arreglaba para comprar un billete de lotería, siempre un vigésimo, pues para más no le alcanzaba. Con él iba a la iglesia de San Judas, lo frotaba en la bendita imagen del milagroso santo y le rezaba con inmensa devoción: «Sácame de pobre, San Juditas, y ya verás la limosnota que te voy a dar». Posiblemente el santo andaba entretenido en hacer otros favores, el caso es que el Charifas no se sacaba jamás ni reintegro. Pero a nadie le falta Dios, dice el piadoso dicho. Otro declara: «Dios nos manda el frío del tamaño de la cobija». Ha de ser cierto, porque un día que el Alimaño deambulaba sin rumbo por las calles vio tirada en el suelo una cartera. Hizo como que se arrodillaba para atarse las cintas del zapato; la recogió con disimulo y se la deslizó bonitamente en el interior de la camisa. Luego se metió en un solitario callejón, y ahí la revisó. En la cartera había una buena cantidad. ¿Pensarán ustedes que fue a su casa a dar la estupenda noticia a su mujer, y que compartió con ella el dinero, y con sus hijos? No. Fue con el vendedor de lotería, y ante su asombro le compró un entero, cosa que jamás había hecho. Luego se encaminó a la iglesia, frotó el billete en el pie de San Juditas y renovó la petición de siempre: «Sácame de pobre». Abreviaré la historia, pues va saliendo ya muy larga. Hete aquí que el santo le hizo el milagro: el número que había comprado ganó el premio mayor. No se enteró inmediatamente de que ahora era hombre dineroso, pero sí lo supo el vendedor, la noche misma del sorteo. Buscó al Charifas al siguiente día, y aunque eran apenas las 10 de la mañana le invitó una copa en la cantina llamada «Mi despacho». Ahí le preguntó: «¿Qué harías, Charifitas, si te sacaras la lotería?». Con semblante piadoso contestó Garaja: «Le compraría una casita a mi madrecita santa, y otra a mi esposa y a mis hijos. Con el resto del dinero les abriría a mis hijos una cuenta en el banco, para su educación». El vendedor le dijo entonces: «Pues te felicito, Alimaño. Podrás hacer todo eso. Te sacaste el premio mayor». Al oír eso «El Charifas» se puso en pie, los brazos en alto, y tras lanzar un alarido de borracho gritó a todo pulmón: «¡ Ora sí, put… y cantineros! ¡Agárrense, que ahí les va su mero padre!». FIN.

Share Button