Armando Fuentes Aguirre
20/09/17
Una dama de esculturales formas acudió a la consulta del doctor Ken Hosanna y le confió: «Cada vez que estornudo tengo un orgasmo». «Extraña acción refleja -ponderó el facultativo-. ¿Está usted tomando algo para eso?». «Sí -respondió la paciente-. Pimienta». Usurino Matatías, hombre cicatero y ruin, hizo un vuelo en jet. Antes de subir al avión compró un seguro de 100 pesos. Cuando el jet aterrizó exclamó el avaro con disgusto: «¡Chin!» ¡100 pesos echados a perder!». Don Poseidón acompañó a su amigo don Pacífico a ordeñar una vaca. Cuando éste le tocó las tetas a la res el animal se soltó dando respingos y patadas. Le preguntó don Poseidón a su amigo: «¿Compraste esta vaca en Cuitlatzintli?». «Sí -contestó don Pacífico-. ¿Cómo supiste?». Explicó don Poseidón: «Mi mujer es de allá, y reacciona igual». Jaime Rodríguez Calderón, llamado El Bronco, gobernador de medio tiempo de Nuevo León, y con semana inglesa, se dispone a juntar las 900 mil firmas que necesita para poder registrarse como candidato independiente a la Presidencia de la República. Tarea muy difícil es conseguir las tales firmas, pues son muchas. Tarea muy fácil será recabarlas, pues abundan aquellos que firman en automático lo que se les pone enfrente, sin atender el sabio proloquio mexicano que aconseja: «Ni mear sin peer, ni firmar sin leer». El Bronco tiene en su palmarés dos hitos importantes: hizo historia al convertirse en el primer candidato en el país que fue electo gobernador sin ser postulado por algún partido, y es ahora considerado por muchos el mayor fiasco en la historia política de Nuevo León. No dudo que estará en la boleta electoral el próximo año. En el cacofónico desconcierto de rumores que se escuchan a propósito de la sucesión presidencial se oyen voces según las cuales los afanes del Bronco no son propios, sino patrocinados «desde mero arriba» como táctica para tratar de restarle votos a López Obrador con la propuesta de otra candidatura populista y caudillista. Desde luego tal especie no pasa de ser una lucubración más entre muchas. Y decir «lucubración» es lo mismo que decir «elucubración», pero sin e. En todo caso El Bronco no llevará buenas cartas de recomendación a ese proceso electoral. Astatrasio Garrajarra y su contlapache Empédocles Etílez bebían por dos razones: para olvidar y para recordar. Una noche, después de haber agotado la mitad de las existencias de la cantina donde se juntaron a tomar, sintieron prematuramente los amagos de la cruda, ese terrible mal con que el cielo -o el infierno, no se sabe- castiga a los borrachos. (Come, bebe y sé feliz, porque mañana morirás. o desearás estar muerto). Astatrasio invitó a su amigo a ir a su casa a tomarse una cerveza, bebida que -se dice entre los crudos- ayuda a disipar los duelos y quebrantos que la resaca trae consigo. Llegaron los beodos al domicilio del invitador, y al pasar por la sala vieron algo que ciertamente era para verse: la esposa de Garrajarra estaba entrepernada con un sujeto en la otomana que la mujer había heredado de su madre. ¡Ah! Si la señora hubiera sabido el uso que su hija iba a dar a tan precioso mueble seguramente lo habría hecho acojinar más. No hay nada que una madre no haga por sus hijos. El visitante quedó estupefacto al mirar eso, y su asombro creció al observar que su anfitrión pasaba de largo e iba directamente a la cocina. Lo siguió, y Garrajarra sacó dos cervezas del refrigerador. «Ten -le dijo a su amigo-. Una para ti y otra para mí». «Oye -arriesgó cautelosamente Empédocles-. ¿Y el hombre que está en la sala con tu esposa?». «¡Ah no! -respondió con energía Astatrasio-. ¡Si ese cabrón quiere una cerveza que venga por ella!». FIN.Una dama de esculturales formas acudió a la consulta del doctor Ken Hosanna y le confió: «Cada vez que estornudo tengo un orgasmo». «Extraña acción refleja -ponderó el facultativo-. ¿Está usted tomando algo para eso?». «Sí -respondió la paciente-. Pimienta». Usurino Matatías, hombre cicatero y ruin, hizo un vuelo en jet. Antes de subir al avión compró un seguro de 100 pesos. Cuando el jet aterrizó exclamó el avaro con disgusto: «¡Chin!» ¡100 pesos echados a perder!». Don Poseidón acompañó a su amigo don Pacífico a ordeñar una vaca. Cuando éste le tocó las tetas a la res el animal se soltó dando respingos y patadas. Le preguntó don Poseidón a su amigo: «¿Compraste esta vaca en Cuitlatzintli?». «Sí -contestó don Pacífico-. ¿Cómo supiste?». Explicó don Poseidón: «Mi mujer es de allá, y reacciona igual». Jaime Rodríguez Calderón, llamado El Bronco, gobernador de medio tiempo de Nuevo León, y con semana inglesa, se dispone a juntar las 900 mil firmas que necesita para poder registrarse como candidato independiente a la Presidencia de la República. Tarea muy difícil es conseguir las tales firmas, pues son muchas. Tarea muy fácil será recabarlas, pues abundan aquellos que firman en automático lo que se les pone enfrente, sin atender el sabio proloquio mexicano que aconseja: «Ni mear sin peer, ni firmar sin leer». El Bronco tiene en su palmarés dos hitos importantes: hizo historia al convertirse en el primer candidato en el país que fue electo gobernador sin ser postulado por algún partido, y es ahora considerado por muchos el mayor fiasco en la historia política de Nuevo León. No dudo que estará en la boleta electoral el próximo año. En el cacofónico desconcierto de rumores que se escuchan a propósito de la sucesión presidencial se oyen voces según las cuales los afanes del Bronco no son propios, sino patrocinados «desde mero arriba» como táctica para tratar de restarle votos a López Obrador con la propuesta de otra candidatura populista y caudillista. Desde luego tal especie no pasa de ser una lucubración más entre muchas. Y decir «lucubración» es lo mismo que decir «elucubración», pero sin e. En todo caso El Bronco no llevará buenas cartas de recomendación a ese proceso electoral. Astatrasio Garrajarra y su contlapache Empédocles Etílez bebían por dos razones: para olvidar y para recordar. Una noche, después de haber agotado la mitad de las existencias de la cantina donde se juntaron a tomar, sintieron prematuramente los amagos de la cruda, ese terrible mal con que el cielo -o el infierno, no se sabe- castiga a los borrachos. (Come, bebe y sé feliz, porque mañana morirás. o desearás estar muerto). Astatrasio invitó a su amigo a ir a su casa a tomarse una cerveza, bebida que -se dice entre los crudos- ayuda a disipar los duelos y quebrantos que la resaca trae consigo. Llegaron los beodos al domicilio del invitador, y al pasar por la sala vieron algo que ciertamente era para verse: la esposa de Garrajarra estaba entrepernada con un sujeto en la otomana que la mujer había heredado de su madre. ¡Ah! Si la señora hubiera sabido el uso que su hija iba a dar a tan precioso mueble seguramente lo habría hecho acojinar más. No hay nada que una madre no haga por sus hijos. El visitante quedó estupefacto al mirar eso, y su asombro creció al observar que su anfitrión pasaba de largo e iba directamente a la cocina. Lo siguió, y Garrajarra sacó dos cervezas del refrigerador. «Ten -le dijo a su amigo-. Una para ti y otra para mí». «Oye -arriesgó cautelosamente Empédocles-. ¿Y el hombre que está en la sala con tu esposa?». «¡Ah no! -respondió con energía Astatrasio-. ¡Si ese cabrón quiere una cerveza que venga por ella!». FIN. MIRADOR. Por Armando FUENTESAGUIRRE. Los hombres vieron el mar y dijeron: -¡Qué pequeños somos! Los hombres vieron el cielo y dijeron: -¡Qué pequeños somos! Los hombres vieron las montañas y dijeron: -¡Qué pequeños somos! Los hombres vieron la inmensidad de los desiertos y dijeron: -¡Qué pequeños somos! Los hombres vieron los terremotos, los huracanes, las inundaciones, las tormentas de rayos, y dijeron: -¡Qué pequeños somos! Un hombre sabio dijo: -Qué grandes somos los hombres, pues nos damos cuenta de nuestra pequeñez. ¡Hasta mañana!…