Armando Fuentes
18/09/17
Don Poseidón, ranchero acomodado, se hallaba en la labor con su hijo más pequeño. El niño le dijo: «Padre: desde aquí veo a un hombre que llegó a la casa, pero no alcanzo a divisar quién es». «Corre aprisa allá -le ordenó el genitor-. Si es tu abuelo dile que no tardo. Si es tu tío dile que en seguida estaré con él. Y si es cualquier otro hombre siéntate en el regazo de tu mamá y no te muevas de ahí hasta que yo llegue». Un sujeto mal encarado y peor vestido con camiseta, bermudas y tenis sin calcetines llegó al banco y le dijo al encargado de la ventanilla: «Quiero abrir una chingada cuenta en este jodido banco». «¡Oiga usted! -se indignó el empleado-. ¡No utilice aquí ese lenguaje de cantina o reunión de diputados!». El gerente de la institución acudió al punto: «¿Qué sucede?». Respondió el soez sujeto: «Me saqué 20 chingados millones de pesos en la lotería, y quiero depositarlos en este jodido banco». Dijo entonces el gerente: «¿Y este pendejo no lo está atendiendo bien, mi señor?». Aplaudo al Presidente Peña Nieto -y con las dos manos, para mayor efecto- por algunas decisiones que en los últimos días ha tomado y que me parecen merecedoras de reconocimiento. Es encomiable la prontitud con que acudió a mostrar su solidaridad con los damnificados por el reciente sismo, y la atención que ha puesto en las tareas tendientes a auxiliarlos. Muy acertado estuvo también cuando ordenó que se cancelara la tradicional recepción en el Palacio Nacional después de la ceremonia del Grito. Tal acto ha sido siempre una ocasión festiva, incluso en los puritanos tiempos de Luis Echeverría, cuando en ese festejo el agua de limón, de chía, de tamarindo y de jamaica corría como champaña. Haber hecho tal celebración en estos días luctuosos habría sido una muestra de insensibilidad imperdonable. Igualmente me pareció bien que el Presidente haya añadido a los vítores acostumbrados en el Grito una mención de los estados que más daños sufrieron a consecuencia del terremoto. Finalmente me agradó que al siguiente día invitara a niños de primaria a acompañarlo en el balcón central del Palacio para presenciar el desfile patrio. Muy errado se ha visto el Presidente en otras ocasiones. Muy en su lugar se le vio en éstas. Don Astasio le hizo una confidencia íntima a su compadre Pitorrango. Le contó: «Cada vez que le hago el amor a mi mujer ella me obliga a darle mil pesos. Dice que está ahorrando para su vejez, pero eso de tener que pagarle por el sexo que me da me hace sentirme humillado». «Tiene usted razón en sentirse así, compadre -manifestó Pitorrango-, sobre todo tomando en cuenta que a los demás nos cobra nada más 500». Un hombre joven se iba a casar, y acompañado por su noviecita fue con un sastre a que le hiciera un traje a la medida. Pidió el muchacho: «El pantalón lo quiero con presillas para el cinto». «No -opuso la chica-. Hágaselo sin presillas». Siguió el muchacho: «Quiero que el pantalón lleve dos bolsas traseras». «No -volvió a intervenir ella-. Que lleve solamente una». «Y quiero -continuó el novio- que la bolsa de atrás tenga botón». «No -dijo de nueva cuenta la novia-. Que sea sin botón». En ese punto el sastre se dirigió al futuro desposado: «Ahora dígame cómo quiere el saco, joven. Ése sí lo va a llevar usted». El niño llegó con su boleta de calificaciones. Había reprobado todas las materias. Lejos de enojarse su mamá le dio un cariñoso pellizco en la mejilla y le dijo. «¡Por eso te quiero tanto, cabroncito! ¡Porque eres flojo, irresponsable y cínico como tu padre!». El señor, ahí presente, protestó: «Yo no soy flojo, cínico, ni irresponsable». Repuso la señora: «Nadie se está refiriendo a ti». FIN.
MIRADOR
Estuviera donde estuviera, estuviera con quien estuviera, mi padre decía a eso de las 7 de la tarde:
-Discúlpenme por favor. Tengo una cita con María.
Hablaba de «Simplemente María», la única telenovela que en su vida vio.
No era mi padre hombre de telenovelas, y ni siquiera de novelas, aunque sé que leyó las de Verne y H.G. Wells; las de Dumas y Victor Hugo. Pero por ese tiempo era ya hombre de edad, y dos infartos lo tenían recluido en su casa. Así, cuando sus hermanos le dijeron que estaban viendo «Simplemente María», él vio un capítulo por curiosidad, y luego ya no pudo dejar de ver todos los demás. María, pues, lo acompañó en los últimos meses de su vida, y fue para él motivo de entretenimiento y tema de conversación
Por eso me entristeció la muerte de Saby Kamalich, la bella protagonista de aquella exitosa serie. Cada vez que oiga su nombre recordaré a mi padre en el momento de decir:
-Discúlpenme por favor. Tengo una cita con María.
¡Hasta mañana!».