Armando Fuentes
4/09/17
El marido llegó a su casa antes de tiempo. Escuchó, provenientes de la alcoba, «húmedos y anhelantes monosílabos». (La expresión es de López Velarde). Entró y vio a su esposa en trance de fornicación con un sujeto. Antes de que el señor pudiera articular palabra le dijo la mujer en tono compungido: «Sé que piensas que estoy haciendo algo malo, Leovigildo. Puedo leerlo en tu cara». Doña Macalota no le hizo caso a Dulcibella, la secretaria de su consorte, que le pedía esperar, y entró sin ser sentida en la oficina de don Chinguetas, que en su sillón giratorio estaba de espaldas a la puerta contestando una llamada telefónica. Cuando colgó la bocina la señora le tapó traviesamente los ojos. Y dijo don Chinguetas: «Ahora no tengo tiempo para nuestros juegos, Dulcibella». La mujer de Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, salió de la sala de belleza, estética, o como se llamen ahora esos lugares donde las damas buscan contradecir a la naturaleza o luchar contra el tiempo, más por competir con otras damas que por darnos gusto a los caballeros. Miró el tal Capronio a su esposa y comentó: «Bueno; la lucha se le hizo». Ver un naufragio no ha de ser cosa grata. Imagino el silencioso espanto de quienes presenciaron desde los botes salvavidas el hundimiento del Titanic. Quienes en México observan el turbio mar de la política están contemplando varios naufragios. El del régimen, empeñado en poner un nuevo clavo a su ataúd con la designación de un Fiscal General obsecuente, condescendiente y dependiente. El de los senadores panistas -Ernesto Cordero el más visible- que cambiaron su decoro por un plato de lentejas sin lentejas y sin plato. El de Morena, que se divide y debilita por el autoritarismo de López Obrador, su propietario, y por la admisión en sus filas de personajes con dudosas ligas, capaces de manchar cualquier plumaje. El del PRD, que ve salir de sus tribus a algunos conspicuos capitostes que corren a sumarse a las mesnadas de AMLO atraídos por el tufo de una victoria cada día más cuestionable. Ningún partido se salva de esa debacle general, y crece la confusión de la ciudadanía en los umbrales del 2018. El desprestigio de los partidos ya es tan grande que sólo se equipara al del Gobierno. Ante la inviabilidad de una candidatura independiente se requiere el surgimiento de un candidato que, aun postulado por un partido, o varios, tenga visos de ser apartidista. En la próxima elección presidencial los electores votarán por la persona, no por el partido. Las siglas, sean las que fueren, pesarán menos que los nombres. Morena, aunque vaya ahora adelante en la carrera, puede perder si López Obrador insiste en hacer lo que otras veces ha hecho: derrotarse a sí mismo. Y el PRI, que va en tercer lugar, puede atraer a los votantes si en coalición con otros partidos postula a alguien que no parezca priista. Sin embargo he aquí una advertencia útil: también estas lucubraciones pueden naufragar. El médico le dijo a su paciente: «Le tengo dos noticias, don Malsino; una mala y una buena». Preguntó el señor, inquieto: «¿Cuál es la mala noticia, doctor?». Le informó el facultativo: «Al hacerle la circuncisión se me resbaló el bisturí, y a consecuencia de ese infortunado desliz ya no tiene usted testículos». «¡San Cosme y San Damián! -exclamó desolado el infeliz, quien por haber sufrido una doble pérdida invocó a dos santos-. Y la buena noticia, doctor, ¿cuál es?». Respondió el galeno: «Al examinar los testículos no encontramos ningún signo de malignidad». Pepito se asomó por la cerradura del cuarto de sus papás y luego le dijo a su hermanito menor: «No creo que se estén peleando. Tienen cara de estar divirtiéndose bastante». FINEl marido llegó a su casa antes de tiempo. Escuchó, provenientes de la alcoba, «húmedos y anhelantes monosílabos». (La expresión es de López Velarde). Entró y vio a su esposa en trance de fornicación con un sujeto. Antes de que el señor pudiera articular palabra le dijo la mujer en tono compungido: «Sé que piensas que estoy haciendo algo malo, Leovigildo. Puedo leerlo en tu cara». Doña Macalota no le hizo caso a Dulcibella, la secretaria de su consorte, que le pedía esperar, y entró sin ser sentida en la oficina de don Chinguetas, que en su sillón giratorio estaba de espaldas a la puerta contestando una llamada telefónica. Cuando colgó la bocina la señora le tapó traviesamente los ojos. Y dijo don Chinguetas: «Ahora no tengo tiempo para nuestros juegos, Dulcibella». La mujer de Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, salió de la sala de belleza, estética, o como se llamen ahora esos lugares donde las damas buscan contradecir a la naturaleza o luchar contra el tiempo, más por competir con otras damas que por darnos gusto a los caballeros. Miró el tal Capronio a su esposa y comentó: «Bueno; la lucha se le hizo». Ver un naufragio no ha de ser cosa grata. Imagino el silencioso espanto de quienes presenciaron desde los botes salvavidas el hundimiento del Titanic. Quienes en México observan el turbio mar de la política están contemplando varios naufragios. El del régimen, empeñado en poner un nuevo clavo a su ataúd con la designación de un Fiscal General obsecuente, condescendiente y dependiente. El de los senadores panistas -Ernesto Cordero el más visible- que cambiaron su decoro por un plato de lentejas sin lentejas y sin plato. El de Morena, que se divide y debilita por el autoritarismo de López Obrador, su propietario, y por la admisión en sus filas de personajes con dudosas ligas, capaces de manchar cualquier plumaje. El del PRD, que ve salir de sus tribus a algunos conspicuos capitostes que corren a sumarse a las mesnadas de AMLO atraídos por el tufo de una victoria cada día más cuestionable. Ningún partido se salva de esa debacle general, y crece la confusión de la ciudadanía en los umbrales del 2018. El desprestigio de los partidos ya es tan grande que sólo se equipara al del Gobierno. Ante la inviabilidad de una candidatura independiente se requiere el surgimiento de un candidato que, aun postulado por un partido, o varios, tenga visos de ser apartidista. En la próxima elección presidencial los electores votarán por la persona, no por el partido. Las siglas, sean las que fueren, pesarán menos que los nombres. Morena, aunque vaya ahora adelante en la carrera, puede perder si López Obrador insiste en hacer lo que otras veces ha hecho: derrotarse a sí mismo. Y el PRI, que va en tercer lugar, puede atraer a los votantes si en coalición con otros partidos postula a alguien que no parezca priista. Sin embargo he aquí una advertencia útil: también estas lucubraciones pueden naufragar. El médico le dijo a su paciente: «Le tengo dos noticias, don Malsino; una mala y una buena». Preguntó el señor, inquieto: «¿Cuál es la mala noticia, doctor?». Le informó el facultativo: «Al hacerle la circuncisión se me resbaló el bisturí, y a consecuencia de ese infortunado desliz ya no tiene usted testículos». «¡San Cosme y San Damián! -exclamó desolado el infeliz, quien por haber sufrido una doble pérdida invocó a dos santos-. Y la buena noticia, doctor, ¿cuál es?». Respondió el galeno: «Al examinar los testículos no encontramos ningún signo de malignidad». Pepito se asomó por la cerradura del cuarto de sus papás y luego le dijo a su hermanito menor: «No creo que se estén peleando. Tienen cara de estar divirtiéndose bastante». FIN
MIRADOR No te pongas celoso, Terry, amado perro mío: este día voy a hablar bien de un gato. ¿Recuerdas que tuvimos uno? Lo trajeron mis hijos cuando ellos y el gato eran todavía niños. Lo encontraron en la calle maullando de hambre y lo trajeron a la casa. Tú no dijiste nada -tú, que con tus ojos de mar lo decías todo-, y mi señora y yo aceptamos al minino con resignación. Creció aquel pequeño tigre y se hizo dueño de la casa. A mi esposa y a mí nos veía como a sus vasallos. A ti te miraba con desdén. Se apoltronaba como rey en mi sillón, Se iba de la casa cuando le daba la real gana, y regresaba, hambriento y arañado, cuando la real gana le daba. Y sin embargo su presencia fue importante para mí. Me dio un cierto sentido de humildad. Tú me hacías sentir dios. Él me hacía sentir esclavo. Y siempre es necesario alguien que te equilibre; que te ayude a ponerte en tu justa dimensión. No me tomes a mal, Terry, que diga una cosa buena de aquel gato. Al hacerlo estoy diciendo mil cosas buenas de ti. ¡Hasta mañana!…