Armando Fuentes
09/08/17
Noche de bodas. El novio, un muchacho de nombre Meñico Maldotado, dejó caer la bata de shantung que lo cubría, y por primera vez su flamante mujercita pudo verlo al natural. Dirigió ella la mirada a la parte de su desposado que más atañía a la ocasión y luego rompió a llorar con desconsuelo. «¿Por qué lloras, cielo mío?» -le preguntó Meñico, apurado. «No me hagas caso, Ñico -gimió la recién casada al tiempo que se enjugaba las lágrimas que le corrían por las mejillas-. Tú me conoces bien, y sabes que lloro por la menor insignificancia». Don Chinguetas llegó muy contento a la oficina. «Estoy feliz -le comunicó a su socio don Algón-. Mi esposa Macalota se hizo feminista». Inquirió el otro: «¿Y por qué te alegra tanto que tu mujer se haya hecho feminista?». Replicó don Chinguetas: «Ahora habla mal de todos los hombres, no nada más de mí». Los pieles rojas descubrieron consternados que el nuevo y joven jefe de la tribu, Mano Veloz, elegido a la muerte de su padre, acostumbraba satisfacerse a sí mismo cuatro veces diarias. «Se va a quedar ciego» -agoró uno. «Le saldrán pelos en la palma de la mano» -vaticinó otro. «Manifestará su apoyo y simpatía a Corea del Norte» -profetizó un tercero. Los ancianos convocaron a una reunión urgente del concejo, y después de nueve días de arduas deliberaciones acordaron casar al muchacho con una bella sqwaw a fin de alejarlo de aquel hábito unipersonal. Escogieron para el efecto a Pompas de Sueño, hermosísima doncella caracterizada por su ubérrimo trasero, cuyo incitante vaivén al caminar hacía que tuvieran una erección todos los varones de la tribu comprendidos entre los 13 y los 110 años de edad. Se llevaron a cabo las lucidas nupcias, y los esposos quedaron solos en su tepee. Al día siguiente el concejo tribal fue en pleno a ver cómo habían amanecido los recién casados. Grande fue su sorpresa al ver que Mano Veloz seguía satisfaciéndose a sí mismo. «¡Pero, Manito! -le reprochó el anciano principal-. Te conseguimos a la doncella más hermosa de las planicies donde Tatanka habita. ¿Por qué sigues haciendo eso?». Explicó Mano Veloz: «A la mujer se le cansó el brazo». La Asamblea Nacional del PRI servirá para que los priistas determinen cómo y con quién van a perder la elección presidencial del próximo año. Un guapo galán y una preciosa chica quedaron atrapados en el elevador del edificio cuando se interrumpió el servicio de energía eléctrica. El ascensor estaba detenido entre dos pisos, de modo que no era posible abrir la puerta para sacarlos. El encargado de seguridad le ordenó a su asistente: «Baja por los cables del elevador, abre la tapa del techo y diles que no se asusten, que pronto los rescataremos». Bajó, en efecto, el ayudante; abrió la tapa y se asomó. La cerró al punto, azorado, regresó con su jefe y le dijo: «No están asustados». Tardancio, el hijo mayor de don Sinople, era bastante lento de entendederas. Cursaba a trompicones sus estudios en el Instituto Técnico y Lógico, con grave daño para las finanzas de su padre, pues cada año repetía el año. Un amigo de don Sinople le preguntó: «¿Qué va a ser tu muchacho cuando se reciba?». «Viejo» -respondió mohíno el genitor. Don Poseidón, granjero acomodado, salió de vacaciones con su esposa. Para poder ausentarse instruyeron a su mozo Pitancho. Le dijeron: «Te encargamos la vaca, el caballo y las gallinas, que están enfermos, y te encargamos también a nuestra hija Bucolina». A su regreso le preguntaron a la muchacha cómo se había portado Pitancho: «Muy bien -reportó ella-. Curó a la vaca, a las gallinas y al caballo, y a mí me quitó esos malestares tan molesto que me daban cada mes». FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Oí un cuento que algunos tildarán de misógino y otros de realista.
Iban por una calle de su colonia dos pequeños niños tirando de un carrito en el cual llevaban piedras que habían recogido de un solar baldío. Vieron a una señora en su jardín y se dirigieron a ella.
-Estamos vendiendo piedras -le dijo uno de los chiquillos-. ¿Nos compra una?
A la señora le divirtió la candidez de los infantiles comerciantes, y pensó que necesitaban el dinero para comprarse algo. Les preguntó, sonriendo:
-¿Cuánto cuestan?
Respondió el chamaquito:
-10 pesos cada piedra.
Pidió la bondadosa dama:
-Denme dos.
Recibió las piedras y pagó su precio.
Quedó la señora muy satisfecha de sí misma. En eso alcanzó a oír a uno de los niños que le dijo al otro al tiempo que se alejaban:
-Te lo dije. Las mujeres compran todo lo que les vendan.
¿Misógino este cuentecillo? ¿Verdadero? No lo sé. Como me lo contaron lo he contado.
¡Hasta mañana!…