De política y cosas peores

Armando Fuentes

24/07/17

El matrimonio se iba a llevar a cabo, pero el oficial del Registro Civil no llegaba. Para tranquilizar a la novia los invitados le decían: «¿Me aceptas una copita, Susiflor?». Ella contestaba: «No, porque se me sube». La hacían beber de cualquier modo. Después de una hora, y de bastantes «No, porque se me sube», llegó por fin el oficial. Se inició el acto, y el funcionario le preguntó a la novia: «¿Acepta usted por esposo a este hombre?». Ella, bastante mareada, respondió con tartajosa voz: «No, porque se me sube»… Rosibel, la linda secretaria de don Algón, comentó en el club de damas: «Mi jefe rompió ayer su récord de altura». Preguntó una: «¿Es piloto de pruebas, o aeronauta?». Contestó Rosibel: «No, pero siempre me ponía la mano en la rodilla»… Un conductor iba en su vehículo cuando vio pasar a una bella mujer que corría perseguida por tres hombres, uno de los cuales llevaba las piernas metidas en un costal, como en las carreras que se hacen en las escuelas. Detuvo su automóvil el viajero y le preguntó, intrigado, a uno de los individuos: «¿Qué significa esto?». Explicó el tipo: «Esa mujer está internada en el hospital psiquiátrico. Todos los días se escapa de la clínica, y debemos correr para alcanzarla». Inquirió el conductor: «¿Y por qué uno de ustedes lleva las piernas metidas en un costal?». Respondió el otro: «Nos está dando ventaja. Él la alcanzó ayer». Don Cornulio llegó a su casa cuando no se le esperaba y encontró a su esposa en la recámara presa de inexplicable agitación. Preguntó el marido oliscando el aire de la habitación: «¿Estuvo aquí mi compadre Libidiano? Me parece oler esa loción barata que usa». Respondió, nerviosa, la señora: «Vino a buscarte, pero como no estabas se fue». Exclamó don Cornulio, divertido, : «¡Pos ah qué mi compadre tan tarugo! Mira: ¡dejó olvidados los pies atrás de la cortina!». En muchas naciones de América Latina las dependencias que se forman para combatir la corrupción acaban por corromperse. Lejos de mí la temeraria idea de sugerir que eso sucederá en México, pero debemos preguntar quién custodiará al custodio; quién vigilará al vigilante; quién celará al celador. Porque sucede que la corrupción en los países es como la humedad en las casas: va penetrando sin que nadie se dé cuenta hasta que aparece cuando ya no es posible detenerla. Esperemos que entre nosotros no pase ahora lo que ha pasado siempre… Decía doña Macalota mirando a su esposo don Chinguetas: «¡Qué cosas hace el tiempo! ¡Lo que ayer fue fruto prohibido ahora es fruta seca!»… Repentinamente todos los parroquianos de la cantina salieron apresuradamente del local y echaron a correr como almas que lleva el diablo. «¿Qué sucede? -le preguntó al cantinero un fuereño. Respondió el de la taberna: «Es que viene el loco del pueblo. Trae una navaja, y a los que tienen tres testículos les corta uno». Entonces no corro peligro -se tranquilizó el otro-. Yo tengo dos». «Debo advertirle -añadió el cantinero-, que primero corta y luego cuenta». Una muchacha y su galán iban por un prado en el coche de éste. Vieron a un toro y una vaca realizando el consabido acto natural. Preguntó la chica: «¿Cómo sabe el toro que la vaca lo va a recibir?». Explica él: «La vaca tiene ciertas glándulas. Cuando entra en celo despide a través de ellas un olor peculiar que le indica al toro que la hembra está dispuesta para el acto de la procreación». Terminó la jira sin mayores incidencias. Al llegar a la ciudad la muchacha se despidió en forma cortante del galán. Le dijo fríamente: «Hasta luego, Babancio. Llámame cuando recuperes el sentido del olfato». (No le entendí)… FIN.

MIRADOR

Hay una canción que nunca nadie ha oído.
Esa canción es la más bella que en el mundo existe. Si una mujer la escuchara se enamoraría. Si la escuchara un hombre también perdería la razón.
¿Quién compuso esa canción? No se sabe. Algunos la atribuyen a un ángel. Otros afirman que la escribió un demonio. Se cuenta que Dios la oyó una vez y lloró. La historia, sin embargo se considera apócrifa.
Santiago de la Vorágine, el autor de la Leyenda Dorada, se refirió a la canción en un texto que desgraciadamente se perdió en el saqueo de Roma. No sabemos por eso lo que en él decía. Según algunos exégetas el hagiógrafo sostenía una inquietante idea: todos alguna vez oiremos la canción.
Alguien le preguntó:
-¿La escucharemos en la vida o en la muerte?
Él no respondió.
¡Hasta mañana!…

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