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De política y cosas peores


Armando Fuentes

21/07/17

Babalucas le dijo a su enamorada: «Pero, mi vida, hoy quiero hacerlo con la luz encendida». Replicó tajante la muchacha: «Cállate ya y cierra la puerta del coche»… Afrodisio Pitongo, hombre salaz, quiso conocer a su nueva vecina, una chica de exuberantes formas. Llamó a su puerta, y la muchacha abrió. Iba cubierta sólo por un vaporoso negligé. Pitongo, aturrullado, sólo acertó a decirle. «Soy su azúcar. ¿Puede prestarme una taza de vecino?». Don Postremo vivía sus últimos momentos. Un sacerdote llegó a visitarlo. «Hijo mío -le preguntó-. ¿Crees que hay otra vida después de ésta?». «Nunca he pensado en eso, padre -respondió él-, pero por si las dudas le voy a pedir a mi señora que me ponga en el cajón otra muda de ropa»… La abuelita le leía un cuento a su pequeña nieta. «Entonces la princesa recogió al feo sapo, lo llevó a su cama y ahí le dio un beso. Y ¡oh maravilla!: el horrible sapo se convirtió en un hermoso príncipe». «Abuelita -preguntó la pequeña-. Y los papás de la princesa ¿se tragaron ese cuento?»… Augurio Malsinado, ya lo sabemos, es perseguido por un hado adverso. Nacido para perder, le suceden casos desastrados. Cierto día relató: «Yo era un alfeñique de 44 kilos. Un bravucón de playa que pesaba 80 kilos dio una patada y me echó arena en la cara delante de mi novia. Fue entonces cuando me decidí a hacer los ejercicios de Charles Atlas. En un año me convertí en un atleta que pesaba 80 kilos. Entonces un bravucón de playa que pesaba 120 kilos dio una patada y me echó arena en la cara delante de mi novia». La política nos sale muy cara a los mexicanos. A más de mantener a un gran número de partidos, partiditos, partidillos y partidejos, tanto nacionales como locales, debemos sostener a una enorme burocracia electoral cuyo costo gravita onerosamente sobre nuestra economía. Somos un país pobre con partidos políticos -y con políticos- muy ricos. Eso, que se presenta como prueba del rico espectro ideológico de México, es en verdad una tragedia nacional, pues el dinero que se dedica a eso deja de servir a fines importantes como la educación, la seguridad, la lucha contra la pobreza, la cultura, etcétera. Lo peor es que en México no se hace política: se hace politiquería. En ese renglón, el de la vida pública, los mexicanos estamos ligeramente jodidísimo. Cierto funcionario era experto en problemas de migración entre México y los Estados Unidos. Un día regresó de un viaje antes de lo esperado. Cuando entró a la alcoba su esposa le preguntó sin ningún preámbulo: «¿Qué piensas de los ilegales?». Respondió, solemne, el funcionario: «Son seres humanos investidos de plena dignidad y por lo tanto merecedores de respeto y protección». La señora entonces abrió la puerta del clóset y le dijo al tipo que estaba ahí: «Ya puedes salir, Sancho. No hay problema: mi marido no tiene nada contra los ilegales». Otro cuento sobre el mismo tema. Llegó a su casa don Astasio y encontró a su mujer en la recámara. Estaba la señora en peletier, vale decir in puris naturalis; corita, o sea sin ropa. Se hallaba sobre la cama, y se veía agitada y acezante. «¿Por qué te encuentro así?» -le preguntó don Astasio. Respondió ella llena de turbación: «Es que… Es que… Es que no tengo nada qué ponerme». «¿Que no tienes nada qué ponerte?» -se indignó el marido. Y abriendo el clóset empezó a mostrarle los muchos vestidos que ahí colgaban. Le decía: «¿Y esto? ¿Y esto? ¿Y esto? ¡Compadre! Qué bueno que está usted aquí. Sírvame de testigo, por favor. Mi esposa dice que no tiene nada qué ponerse, y mire: casi no lo vi a usted entre tanta ropa»… FIN.

MIRADOR.
Llega el viajero al mar y lo contempla.
El mar es siempre el mismo y siempre es otro.
Sus aguas, igual que las del río, no son sus aguas.
Parece que ahí están siempre, pero no es así. Ayer estuvieron en el río; mañana estarán en la nube.
Con el viajero sucede lo mismo.
Siempre es el mismo, y siempre es otro.
Aquí está ahora, y luego no estará.
Un día se va; regresará otro día.
El agua del mar, la del río y la de la nube es la misma agua.
No hay en el mundo otra.
Las almas que aquí han estado son las mismas.
No hay en el mundo otras.
El viajero siente que él es el mar, y que el mar es él.
¡Hasta mañana!…

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