Armando Fuentes
01/07/17
El doctor Ken Hosanna salió de cacería muy temprano. Llevaba al hombro su escopeta belga. El padre Arslio, que había terminado de oficiar la primera misa y despedía a sus fieles en el atrio de la iglesia parroquial, lo vio pasar y lo saludó con su afabilidad acostumbrada: «¡Buenos días, doctor! ¿Tan temprano y ya va a ver a sus pacientes?». El médico respondió, atufado: ¿Cómo puede pensar que voy a ver a mis pacientes? Salgo de cacería. ¿No ve usted la escopeta?». «Discúlpeme, doctor -contestó el buen sacerdote-. Pensé que iba a visitar a sus pacientes y que llevaba la escopeta por si le fallaban los recursos de la ciencia»… En casa de Pepito los miembros de la familia eran muy cultos y educados. Todos, incluso el chiquillo, se expresaban con gran corrección y propiedad, de manera elegante y aun algo afectada. Cierto día su padre lo vio trepado en un árbol del jardín. Fue hacia él y le ordenó: «-¡Pepito! ¡Baja de esas elevadas ramas ipso facto e incontinenti, o sea de inmediato!», Respondió el crío desde la altura: «Bajaré motu proprio, o sea cuando me dé mi chingada gana»… Un tipo le comentó a otro: «Algunos sexólogos opinan que el ombligo de la mujer es un centro erótico». «Extraño pensamiento -se sorprendió el otro-. Yo el centro erótico lo veo más al sur»… Si no llueve falta agua en vastos sectores de la Ciudad de México. Si llueve, vastos sectores de la Ciudad de México se inundan. «Guadalajara en un llano; México en una laguna.». El águila debió buscar un mejor sitio para posarse en el nopal y así mostrar la voluntad de los dioses sobre el lugar donde debía construirse la ciudad. Ahora es demasiado tarde, y lo único que el señor Mancera puede hacer es maldecir, ya sea a la lluvia, al águila o a los antiguos dioses. O a los tres. Casó Meñico Maldotado, joven varón con quien natura se mostró avara al equiparle la región de la entrepierna. Al empezar la noche nupcial su desposada lo vio por primera vez al natural y exclamó con tono de afligido desconsuelo: «¡Ay, Meñico! ¡Y yo que pensé que lo único que tenías de niño era la inocencia!». Don Sinople visitó el zoológico de la ciudad acompañado por su esposa doña Panoplia de Altopedo. Llegaron a la jaula de los mandriles, monos que tienen grandes callosidades de color púrpura en la parte posterior. Les explicó el cuidador: «Son mandriles del Kalahari. Esas callosidades rojas les brotan en la época del celo». «Hasta ahora lo sé -comentó don Sinople-. Yo pensaba que también las tenían de tanto estar sentados jugando a las cartas». Una señora acudió a la consulta del doctor Duerf. Le dijo: «Mi esposo ha dado en creerse perro». Respondió el célebre analista: «Seguramente padece una forma de esquizofrenia zoomórfica con desdoblamiento de la personalidad y delirio involutivo de regresión dual. Pura fantasía, desde luego, pero de cualquier manera tenga usted cuidado cuando haga el amor con él: podrían quedar pegados»… Babalucas iba en el coche de su esposa. La señora desobedeció una señal de alto y fue detenida por un oficial motociclista. «Permiso para conducir -pidió el agente. Le indicó Babalucas a su esposa: «Pásate al asiento de atrás. El señor quiere conducir»… Un hombre que nadaba cerca de la playa se hundió entre las olas. El salvavidas del hotel se lanzó al mar, lo sacó y lo trajo a la orilla. Después de tenderlo en la arena empezó a sacarle agua con la boca. Le aspiraba un buche y lo arrojaba; le aspiraba otro buche y lo arrojaba; y así una y otra vez. Un sujeto que estaba entre los curiosos le sugirió: «Sácale el fundillo del agua, muchacho, pues si no lo haces vas a chuparte todo el mar»… FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Un hombre le dijo a San Virila:
-No creo en Dios. No creo que exista el alma. No creo que haya otra vida después de ésta. No pertenezco a ninguna religión, y pienso que ninguna es verdadera. ¿Qué opinas tú de esto?
-Qué está bien -contestó el frailecito-, con tal de que a nadie hagas daño con tus ideas.
Se fue aquel hombre y vino otro.
-Creo en Dios -le dijo a San Virila-. Creo en la existencia del alma y en su inmortalidad. Creo en una vida eterna. Pertenezco a nuestra santa religión, y pienso que es la única verdadera. ¿Qué opinas tú de esto?
-Que está bien -respondió el santo-, con tal de que a nadie hagas daño con tus ideas.
¡Hasta mañana!…