Nuestros Columnistas Nacionales


De política y cosas peores


Armando Fuentes

27/06/17

Cuando el tío Felipe habla hay que escucharlo. «Has de saber, sobrino, que de joven quise ser actor. Todavía ahora, a mis años, me gustaría serlo. No actor de cine, y menos de la televisión, sino de teatro. Los actores de teatro tienen que serlo de verdad. En el escenario no hay nada que te salve si eres malo. Pero he perdido el valor que se necesita para vivir. Si aún lo conservara vendería todo lo que tengo, formaría una compañía de teatro itinerante e iría con mi carpa y mis actores por esos pueblos de Dios -no por esas ciudades del demonio- llevando al palco escénico (así se decía antes) cosas como El Mártir del Calvario; las farsas de Casona; las tragedias de Lorca; aquellos dramones de sonoros nombres: La mujer X ; Mancha que limpia ; La jaula de la leona , y desde luego el Tenorio, con todos los trucos que requiere la obra , como decían los programas del Teatro Tayita, ¿lo recuerdas? Acababa de cumplir 17 años cuando me fui de casa con una de esas compañías, la Carpa Tespis. Mi padre no me lo impidió, y eso que no le gustaba nada el teatro. Decía que era cosa de maricas. Puso nada más dos condiciones: que no le pidiera dinero aunque me fuera mal, y que escribiera a casa una vez al mes para saber si vives o mueres . El empresario, director y primer actor de la compañía, un señor que se hacía llamar Bernardo de Montespino -después supe que su nombre era Juan López- me preguntó si tenía tiros. Los tiros eran el vestuario que un actor debía aportar por su cuenta: un frac o esmoquin, un traje de charro, y el que servía para las comedias de capa y espada. Como yo no tenía nada de eso me dijo que podía ir con el grupo en calidad de ricardito, sin sueldo, nada más con las propinas que me dieran. ¿Has oído esa palabra, ricardito ? La he buscado en muchos diccionarios sin hallarla. El ricardito era el muchacho que se encargaba de hacerles los mandados al personal. Que consígueme un café. Allá va el ricardito. Que tráeme unos cigarros. Allá va el ricardito. Que ve a decirle al señor gordo de la fila tres que hoy no podré salir. Allá va el ricardito. Yo disfrutaba eso con tal de estar cerca de aquellos actores de engolada voz que para mí eran dioses y de aquellas actrices maquilladas estrepitosamente que para mí eran divas. Una de ellas me atraía mucho y hacía que se irguieran mis 17 años. Era novia -digámoslo así- del galán joven, aunque ella ya no lo era tanto. El tipo la trataba mal; se burlaba de sus actuaciones; en su presencia les hacía la corte a las demás actrices. Le sacaba dinero, y alguna vez llegó a ponerle la mano encima. Una noche, después de la función, dio por terminada su relación con ella so pretexto de que lo engañaba, y se fue al hotel con otra. La mujer, que casi se había arrodillado para pedirle que no la abandonara, quedó en el camerino hecha un mar de lágrimas, si me permites esa expresión teatral. De pronto enjugó su llanto y me llamó. Tenía en el rostro una expresión extraña, de fiereza. Habló con ronca voz: Siempre le fui fiel, pero él dice que no. Se la voy a hacer buena . Con movimientos rápidos se desnudó y se tendió en el diván. Ven acá , me estiró por el brazo. Fue entonces cuando hice la primera comunión, sobrino. Y no la hice mal, modestia aparte. Me había entrenado conmigo mismo para hacer que eso durara, y créeme que puse a la señora a respirar fuerte. Me preguntó: ¿Dónde aprendiste? . Por a i -le contesté. Sentí orgullo de hombre. Te cuento esto no por presumir, sino por recordar. Al final lo único que queda son los recuerdos. Yo soy afortunado: tengo muchos. Ahora que lo pienso creo que viví para tener al último algo qué recordar». FIN.

MIRADOR

De las 24 horas que tiene el día este músico duerme más de 20.
Sucede que una noche soñó una melodía de inefable belleza, más bella que cualquiera de las que compusieron Mozart, Schubert o Chopin. Esas notas, pensó, lo harían inmortal; le darían eterna gloria.
Por desgracia cuando despertó la había olvidado, y ya no pudo recordarla. En vano intentó traerla a la memoria. Cuando iba al piano a tratar de reproducirla lo único que le salía eran temas adocenados, chabacanos.
Por eso ahora duerme más de 20 horas cada día. Cree que así la melodía se le presentará otra vez. Tiene sobre el buró pluma y papel pautado a fin de saltar de la cama cuando sueñe otra vez aquellas maravillosas notas y escribirlas al punto. Pero no sueña la música esperada. Se desespera entonces.
Compadezco a ese músico. Yo también tengo un sueño amado, y quisiera soñarlo, pero se me niega. Quizás alguna vez lo soñaré, y alguna vez quizás el músico soñará su melodía. Pero es difícil que eso pase. La vida que una vez viviste ya nunca la vuelves a vivir. El sueño que una vez soñaste ya nunca lo vuelves a soñar.
¡Hasta mañana!…

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