De política y cosas peores

Armando Fuentes

23/06/17

«He estado casada tres veces, y sin embargo soy virgen todavía». Eso contó la nueva socia del Club de Costura. «¿Cómo puede ser eso? -se asombró una de las asistentes a la junta-. Tres maridos ¿y aún conservas tu virginidad? ¡Es imposible!». «No lo es -reiteró la otra-. El primero era psiquiatra: se la pasaba hablando de aquello. El segundo era ginecólogo: se la pasaba viéndolo. Y el tercero era gourmet». (No le entendí). El joven que se estaba casando padecía sordera. En la ceremonia religiosa el sacerdote le iba indicando con ademanes los sucesivos pasos del ritual. Hizo el signo de dinero para pedirle las arras. En seguida unió por las puntas los dedos índice y pulgar de la mano izquierda, formando un círculo, y lo atravesó una y otra vez con el índice de la derecha a fin de hacerle saber al desposado que debía ponerle el anillo a su novia. Desconcertado, el muchacho le comunicó algo a su mamá en el lenguaje de las señas. Tradujo la señora: «Dice que eso ya lo hicieron, y que ojalá no sea obstáculo para que usted los case»… Un individuo llamó a la puertadel departamento donde vivía Pechina Pomponona, lindísima muchacha. «Buenos días, hermosa señorita -la saludó con amabilidad untuosa-. ¿Podría brindarme unos minutos de su valioso tiempo?». «Discúlpeme -respondió la chica-. En estos momentos estoy muy ocupada. ¿Qué vende usted?». «No vendo nada -replicó el tipo paseando sobre ella una mirada resbalosa-. Más bien estoy tratando de comprar»… Al terminar la jornada le dijo el pintor a su curvilínea modelo: «Quedé agotado». «Yo también, maestro -declaró ella-. Será mejor que mañana nos dediquemos usted a pintar y yo a posar»… En México no hay todavía conciencia plena del mal tan grande que conlleva la destrucción de los bosques y las selvas. La ambición, la ignorancia y la pobreza se unen para causar cada año la desaparición de miles de hectáreas boscosas y selváticas. Eso se hace principalmente para explotar sin criterios de sustentabilidad la madera de los árboles o para abrir nuevas extensiones a cultivos precarios y de poco rendimiento. Especialistas internacionales están acordes en señalar que nuestro país es uno de los que mayores daños están resintiendo en todo el mundo por esa irracional explotación, que trae consigo el arrasamiento de amplias zonas en sitios tales como la selva chiapaneca, que se encuentra en lento pero inexorable proceso de extinción. Poco pueden hacer los organismos encargados de la conservación de esas riquezas naturales, patrimonio de México y de la humanidad, y se sigue atentando impunemente contra bienes que no se pueden ya recuperar. Cuidar las selvas y los bosques, proteger los árboles, no es chifladura de ecólogos o naturalistas, ni empeño inútil de idealistas: es tarea de elemental instinto de conservación… Si tú posees ese vital instinto, inane y farragoso columnista, escribe un par de chascarrillos finales y luego haz mutis antes de que te alcance nuestra justificada irritación, motivada por tus reflexiones, atinadas ciertamente, y muy puestas en razón, pero excesivamente largas… Llegó a su casa don Astasio y sorprendió a su esposa en ajustado trance de lascivia con su mejor amigo. Clamó el mitrado alzando los brazos al cielo como Talma en «El rey Lear»: «¡Ah, meretriz infame, vulpeja inverecunda! ¡Y con mi mejor amigo!». «¿Y qué querías? -respondió ella con implacable lógica-. ¿Que lo hiciera con el peor?»… El recién casado no pudo abrir la maleta en el cuarto del hotel, pues se había trabado el cierre. Fue a la administración y pidió un taladro. «Pruebe otra vez, joven -le aconsejó el encargado-. No puede estar tan dura». (Tampoco le entendí). FIN.

MIRADOR

Mi esposa suele decir que no vivimos en una casa donde hay libros: vivimos en una biblioteca dentro de la cual, por mero azar, hay una casa.
Es cierto: los libros han sido siempre mi segunda pasión. Una joven bibliotecaria los contó una vez y me dijo que son tantos como si hubiera comprado uno cada día desde el día en que nací.
Ayer, hurgando entre ellos, di con uno que me dedicó su autor; sacerdote, poeta, académico de la Lengua, querido amigo al que traté años y años y con el que, por extrañas circunstancias de la vida, jamás hablé en persona: nuestra amistad fue siempre por teléfono y por carta. El libro se llama «¡Reíd, hermanos!», y la dedicatoria dice así:
«A Armando Fuentes Aguirre, Catón, de los claros varones de Saltillo, que ha pasado su vida regalando risas y esperanza. Con la devoción del quinto -y no hay quinto malo- de sus lectores. Joaquín Antonio Peñalosa».
Un libro como éste, y una dedicatoria así, valen toda una biblioteca.
¡Hasta mañana!…

MANGANITAS

«… Encarcelan a un político ladrón…».
Opinan algunas gentes
que si la medida tal
se hace a nivel nacional
no habrá celdas suficientes.

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