Armando Fuentes
27/05/17
El recién casado se veía exangüe, laso, cuculmeque. Uno de sus amigos, alarmado, le preguntó: «¿Por qué te ves así?». Respondió con voz feble el infeliz: «Es que todas las noches mi esposa se acuesta hasta las dos». «¿Hasta las dos de la mañana?» -inquirió el amigo-. «No -precisó el lacerado-. Hasta las dos veces». Don Mercuriano, agente viajero al servicio de la Compañía Jabonera «La Espumosa», S. de R. L., acertó a hallarse en un pequeño pueblo en el cual había una casa de mala nota regenteada por cierta madama de nombre Celestona. Se presentó ante ella don Mercuriano y le pidió: «Quiero una mujer. Pero ha de ser mal encarada; tener un humor pésimo; mostrarse fría e indiferente en el acto del amor y dirigirse a mí con palabras ásperas y descomedidas». La madama se asombró: «¿Por qué quiere usted una mujer así?». Explicó don Mercuriano: «Es que ya tengo un mes fuera de mi casa, y empiezo a extrañar a mi esposa». El doctor Ken Hosanna llegó a su casa y sorprendió a su señora en ilícito trato de fornicación con un desconocido. «Perdóname -le dijo la entrepernada pecatriz-. Es que nunca sé qué hacer mientras llega el médico». México no es una república bananera, aunque Trump pretenda verla así. Tampoco es el patio trasero de los yanquis, según juzgan los americanos feos. Es uno de los principales socios comerciales de Estados Unidos, factor importante de su economía. No tenemos por qué admitir los desplantes del torpe magnate, y menos aún ceder ante su prepotencia. A las negociaciones que se hagan sobre el TLC México debe llegar con la misma actitud con que López Mateos saludó a Kennedy cuando los dos presidentes se encontraron: el mexicano es de menor estatura que el norteamericano, pero en la fotografía se ve tan digno ante él que parece alcanzar su tamaño. Con la mano izquierda le toma a su homólogo el brazo derecho en actitud al mismo tiempo afectuosa y firme. Lo peor que nos podría pasar es que nuestros representantes llegaran a esas conversaciones acoquinados y tembleques. Ellos tienen tanto que perder como nosotros. Pese a las enormes diferencias que separan a los dos países nuestro trato con el vecino debe ser de igual a igual. Otra cosa sería negar la dignidad de México y su soberanía. Susiflor le comentó a una amiga: «En mi cumpleaños mi abuelita me regaló un diario para que vaya anotando mis experiencias. No me va a servir: ya me sucedieron todas». Don Poseidón era padre de Gorgona, una muchacha fea yh de carácter áspero. Pese a todos esos defectos, y a otros que no enumero por falta de espacio, le salió a Gorgona un pretendiente. Bien dice el refrán, que nunca falta un roto para un descosido. El despistado galán acudió ante don Poseidón y le dijo: «Vengo a pedirle la mano de su hija». Preguntó esperanzado el genitor: «Pero te vas a llevar también todo lo demás ¿verdad?». Casó Porcinio, hombre extremadamente pesado, con Pitiminina, mujer pequeña y frágil. En la noche de bodas él empezó a realizar el acto connubial en la posición del misionero, tradicional postura que según los especialistas ha entrado en francas vías de extinción. Llevado por el deliquio de la pasión erótica le pidió Porcinio a su desposada: «¡Muévete!». «Respondió ella: «Pos bájate». El general Torilo era hombre de buen natural, pero de pocas letras y más pocas luces. Conoció a una linda chica en una fiesta y le preguntó, meloso: «¿Por qué tiene usted las manos tan blancas, señorita?». «No lo sé a ciencia cierta, mi general -respondió la muchacha-. Ha de ser porque desde niña he usado guantes». «No es por eso -objetó el rústico mílite-. Yo desde niño he usado calzones, y sin embargo.». FIN.
MIRADOR.
Variación opus 33 sobre el tema de Don Juan.
En su sillón frailero aquel anciano pierde la mirada en el vacío.
Eso parece. En verdad tiene los ojos del recuerdo puestos en su ayer. Ahí, en ese ayer, es otra vez joven y gallardo. Sin embargo no recuerda sus pendencias de diestro espadachín, ni sus lances de tahúr osado, ni sus noches de vino y canto con amigos fieles y amigas dudosas.
Recuerda, sí, sus amores. Evoca uno por uno los nombres de las mujeres que le dieron su amor, que se le dieron. Vuelve a oír las palabras que salieron de los labios de cada una en el momento de la pasión; siente en sus manos la curva de sus enhiestos senos y la riqueza de sus caderas opulentas.
No tiene Don Juan la mirada perdida. La tiene bien hallada. En las memorias de lo que fue vuelve otra vez a ser.
La noche va cayendo sobre el huerto. La noche va cayendo sobre él. Pero sonríe. Cuando se vaya para siempre esa sonrisa quedará en su rostro, y será su biografía mejor.
¡Hasta mañana!…