De política y cosas peores

Armando Fuentes

18/05/17

La mujer del famoso karateca tenía amores adulterinos con un hombre al que recibía en el domicilio conyugal sin temor al antiguo arte marcial que practicaba su marido. Cierto día la pecatriz se estaba refocilando con su ilícito amador cuando entró la casa, inesperado, el famoso karateca. Vio al sujeto que yogaba con su esposa y de inmediato se puso en posición de combate, al tiempo que profería el fuerte grito de amenaza: «¡Yaaa!». Respondió el individuo tímidamente: «Ya nos falta poquito, señor». Linda y sonora palabra es «santabárbara». Sirve para designar el sitio donde en los barcos de guerra se guarda la pólvora de los cañones. Su nombre proviene de Santa Bárbara, patrona de los artilleros y protectora contra el peligro de los rayos. («Santa Bárbara doncella, líbrame de una centella; que no me caiga a mí; que le caiga a ella»). La voladura de la santabárbara, con la explosión del polvorín, significaba el seguro hundimiento del navío. Pues bien: un cañonazo en plena santabárbara fue para el PRI en Coahuila la información publicada por Reforma acerca de los depósitos millonarios en Mónaco y las Islas Caimán, atribuidos a Humberto Moreira y personas allegadas a él. Pese a todas las aclaraciones de los involucrados lo cierto es que la noticia impactó severamente al priismo coahuilense, por la cercanía de la elección de gobernador el próximo 4 de junio. Todo indica, a juzgar por las declaraciones de Enrique Ochoa Reza, taxista y presidente nacional del partido tricolor, que el prigobierno ha decidido finalmente dejar solo al ex gobernador, en un desesperado esfuerzo por evitar su derrota en aquel estado. Una cosa es posible decir con certidumbre: gane quien gane la elección -incluso si la gana el candidato priista- el moreirato ha llegado a su fin. Tiempos muy diferentes, y mejores, aguardan a los coahuilenses. Dos individuos murieron el mismo día en sendos accidentes, y juntos llegaron a las puertas del cielo. San Pedro, el apóstol de las llaves, consultó su libro de admisiones y les dijo: «Vienen ustedes con anticipación. Aún no es llegada su hora, y no tengo ahora lugares disponibles. Deberán regresar a la Tierra y pasar ahí algún tiempo antes de regresar. No podrán, sin embargo, volver a la vida en la figura que tenían antes. Escojan cualquier otra, la que quieran, y en esa forma volverán al mundo hasta que los llamemos para que estén aquí». Pidió el primer sujeto: «Yo quiero regresar en la forma de un águila caudal. Me seducen la majestad y el señoría de esa ave, y en ella quiero reencarnar». San Pedro anotó en su libro el pedimento del sujeto. Habló el otro y dijo: «Yo deseo volver como semental en una ganadería de reses bravas». El guardián de las puertas del cielo frunció el entrecejo al escuchar eso, pero hizo la correspondiente anotación. En seguida envió a los dos individuos a la Tierra en la nueva forma que habían escogido. Pasaron unos días y San Pedro supo que dos bienaventurados que estaban en el cielo pidieron ser devueltos a su lugar de origen. Al parecer eran de una ciudad del norte mexicano llamada Saltillo, y dijeron que ahí se vivía mejor que en la gloria celestial. Había ya lugar, pues, para aquellos dos sujetos a quienes había enviado a la Tierra. Llamó el portero a un ángel y le dijo: «Irás abajo a buscar a estos dos hombres. Uno está en figura de águila real. Como quedan en el planeta muy pocos ejemplares de esa ave pienso que no tendrás problema para hallarlo. Con el otro te será más difícil dar con él. Pidió -cosa que me extrañó bastante- ser un semental en una ganadería de reses bravas. Tendrás que buscar en todas hasta que halles un montón de cemento». FIN.

MIRADOR

Un soldado inglés de nombre Stephen Cummins murió en el curso de los enfrentamientos entre las tropas británicas y el Ejército Republicano Irlandés. Tal se diría que presintió su fin, pues pocos días antes de su muerte escribió un poema. Helo aquí, en imperfecta traducción:
«No me lloren en mi tumba. No estoy aquí. Estoy en el viento que corre por el campo. Estoy en los copos de plata de la nieve. Soy el cálido sol que dora las espigas, y la callada lluvia del otoño. Cuando llega la luz de la mañana soy el ave que emprende el vuelo. Por la noche soy la estrella que en el cielo brilla. No me lloren en mi tumba. No estoy aquí. No he muerto».
Cualquiera diría que este poema habla de la muerte.
En verdad habla de la vida.
De la eterna vida.
De la vida eterna.
¡Hasta mañana!…

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