Armando Fuentes
14/05/2017
CIUDAD DE MÉXICO 13-May .- «Acúsome, padre, de que tengo un amante». Así le dijo Facilda Lasestas al padre Arsilio, el cura de la iglesia parroquial. Sin esperar a que el confesor dijera algo prosiguió la mujer: «Veo a mi amante una vez a la semana, la noche de los jueves, que es cuando mi marido se va a jugar al póquer con sus amigos. Unas veces él viene a mi casa; otras voy a la suya yo; pero siempre nuestros encuentros son un torrente pasional de pasiones que me transporta al culmen de la delectación erótica. Empieza él por acariciarme todo el cuerpo con ardor; luego me cubre de encendidos besos.». «Basta, mujer -la interrumpió el buen sacerdote-. Esos pormenores no vienen al caso». «Permítame hablarle de ellos, señor cura -le rogó Facilda-. No tengo a nadie más a quien contarle esto». Don Añilio, maduro caballero, consiguió al fin que Susiflor, linda muchacha, aceptara dar un paseo con él en su automóvil. La llevó por un camino solitario, y de pronto detuvo el vehículo. «Se le agotó la batería al coche -le dijo a su bella acompañante-. Esperemos un poco a ver si se repone». Así diciendo pasó el brazo sobre el hombro de la muchacha. Las cosas, sin embargo, no pasaron de ahí. Ella le dirigió una mirada de interrogación. Y él dijo muy apenado: «Parece que a mí también ya se me agotó la batería»… Dulcilí, muchacha ingenua y candorosa, se hallaba en estado de buena esperanza; quiero decir encinta, embarazada, grávida. Su sorpresa fue grande, lo mismo que la de su familia y de los médicos, cuando llegado el tiempo del alumbramiento dio a luz un sapito. «¿Lo ves? -le recordó su mamá-. Te dije que no era un príncipe encantado». Himenia Camafría, madura señorita soltera, se quejaba amargamente de los tiempos actuales. «No puedes salir de noche -se quejaba- sin que te asalte un hombre. Y lo peor es que lo único que quiere es tu dinero». Los recién casados entraron en la suite nupcial del hotel donde pasarían su noche de bodas. Dijo el novio: «¡Al fin solos!». La novia dijo: «¡Al fin puedo quitarme los zapatos!». Él descorchó la botella de champán que había pedido. Ella fue al espejo a ver si no se le había descompuesto el peinado. Después del brindis «por nuestra eterna dicha» ella dijo: «¡Lo que debe haberle costado la boda a mi papá!». Y dijo él: «Ven a la cama, mi vida. Vamos a desquitar ese dinero». Nico y Tino eran empedernidos fumadores. Tenían consciencia plena de los riesgos a que los exponía el vicio de fumar, pero no se podían librar de él. En vano recurrieron a diversos métodos para dejar el cigarro. Lo dejaban, sí, a veces por períodos hasta de media hora, pero volvían a caer en la tentación. Sucedió que Nico debió hacer un viaje. A su regreso Tino le anunció, jubiloso, que por fin había hallado una técnica para dejar de fumar. «Y yo mismo la inventé» -añadió orgulloso. Preguntó Nico, interesado: «¿En qué consiste el método?». Respondió Tino: «Cada vez que siento el deseo de fumarme un cigarro, en vez de llevármelo a la boca me lo inserto en el orificio posterior». Inquirió, dudoso, Nico: «Y eso ¿te ha dado resultado?». «Y muy bueno -aseguró Tino-. Antes me insertaba hasta dos cajetillas diarias. Ahora me estoy insertando solamente una». La mujer de don Cornulio tenía en el bajo vientre un lunar en forma de trébol cerca de la región llamada mons veneris. El señor sintió un cúmulo de dudas cuando vio en la exposición del pintor Brocho, artista de la localidad, el retrato de una mujer desnuda que mostraba un lunar igual que el de su esposa, y en el mismo sitio. Le preguntó, ceñudo, a la mujer: «¿Posaste sin ropa para que ese hombre hiciera su cuadro?». «Te juro que no posé -replicó ella-. Debe haberlo pintado de memoria». FIN.
MIRADOR.
Historias de la creación del mundo.
Oculta entre las hojas estaba la violeta.
Mientras la opulenta rosa mostraba al mundo su belleza; cuando el erótico clavel hacía gala de sus colores; en tanto que el ególatra narciso se jactaba de su narcisismo, la violeta pasaba inadvertida, cubierta por las hierbas del jardín.
El buen Dios alcanzó a verla desde lo alta y dijo conmovido:
-¡Qué humilde es la violeta! Su modestia y recato deben tener una recompensa.
Fue, pues, a donde estaba la pequeña flor y le dijo:
-Tu humildad ha encontrado gracia ante mis ojos. Pídeme lo que quieras. Te lo concederé.
Habló la violeta y dijo:
-Aparta esas hojas para que los hombres puedan contemplar mi belleza, más grande y más perfecta que la de cualquier flor.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS.
«. Decía un letrero: «Madame Zapinski enseña el búlgaro.».
Esto que diré no es broma,
se los aseguro yo:
un tipo se molestó
al saber que era un idioma.