Nuestros Columnistas Nacionales


De política y cosas peores


Armando Fuentes

1/04/15

Los recién casados llegaron al hotel donde iban a pasar su noche de bodas. El novio le preguntó al recepcionista: «¿Cuánto cuesta el cuarto?». La noviecita se inclinó hacia él y le dijo en voz baja: «Pregúntale también cuánto cuestan los primeros tres». Himenia Camafría, madura señorita soltera, fue a la presentación de los nuevos modelos de una marca de automóvil. Guapos chicos mostraban a los presentes los vehículos. Un vendedor le dijo a la señorita Himenia: «¿Le gustaría llevarse a su casa nuestro nuevo modelo?». «¡Claro que sí! -respondió llena de entusiasmo la señorita Himenia-. ¿Cuál de los muchachos es el nuevo?». Un cafre del volante se pasó la señal de alto. Venía una monjita conduciendo el cochecito del convento, y tuvo que meter el freno a fondo para evitar el choque con el vehículo del atrabiliario sujeto. Esforzándose por contener su justo enojo la religiosa le dijo al individuo: «Los sagrados hábitos que visto me impiden decirle lo que se merece, señor, pero ojalá cuando vaya usted a su casa lo muerda su mamá». En México tenemos demasiados pobres, y tenemos también demasiados partidos políticos. Éstos son diez, hasta el momento en que escribo mi columna. Los partidos son ricos, muy ricos, en tanto que los pobres son paupérrimos. Indignante paradoja es ésa de tener partidos llenos de privilegios en un país cuyos habitantes, en su gran mayoría, no disfrutan de los bienes sociales que se necesitan para vivir una existencia digna. Yo digo que debería haber solamente tres partidos: uno de derecha; otro de centro; de izquierda el tercero. En ellos cabrían todas las corrientes que pueden darse en la política. Pero sucede que aquí algunos de los llamados «partidos políticos» son en verdad lucrativos negocios que dejan suculentas ganancias a quienes los manejan. El ejemplo más grosero es el del Partido Verde, que echó mano de una propaganda escandalosa e ilegal para poder venderse al PRI a más alto precio. Menos partidos y menos pobres necesita México. Lo que en seguida voy a decir parecerá utopía futurista, pero quizá los partidos políticos llegarán a ser algo tan obsoleto como son ahora la bigotera, las polainas, el peinado de bandós o el corsé. En algunos países la gente está tratando ya de prescindir de los partidos. Los ven como algo que no va ya con esta época. La sociedad civil se organiza por sí misma en cada elección, y trasciende el estrecho marco de esas organizaciones que se suponía eran imprescindibles. Llegará un nuevo tiempo en que los ciudadanos no estarán ya sujetos a las veleidades de los partidos que, por ser políticos, se acomodan a las circunstancias como los camaleones a los colores del espectro. De esa manera el individuo -el eterno, glorioso, indivisible y único individuo- podrá expresar su voluntad sin ser aplastado por los partidos. Que así sea. ¡Rápido, Avicenio! -le ordenó el médico a su ayudante-. ¡Dele respiración artificial a esa joven que se accidentó! ¡Voy a la ambulancia a traer el tanque de oxígeno!». Cuando el facultativo regresó al sitio del accidente se fue de espaldas al ver que el tal Avicenio y la muchacha estaban entregados a eróticos deliquios de voluptuosa pasión concupiscente. «¡Avicenio! -clamó escandalizado el médico-. ¡Le dije que le diera respiración artificial a esa joven!». Respondió el mocetón entre agitados jadeos, resuellos sibilantes, sofocos contenidos, ansiosos acezos, estentóreos resoplidos, quejos ahogados, fatigosas respiraciones y fuertes resoplidos: «¡Así empezamos, doctor!». Aquel pobre individuo trabajaba en una feria en el stand de «Tírenle al payaso». Se pintaba de colores la cara; la sacaba por un agujero y la gente le tiraba con pelotas. Todas las noches llegaba a su casa con el rostro laceroado por los golpes, y lo primero que hacía era sentarse a descansar en el sillón de la sala. Una noche llegó, y en vez de sentarse se quedó de pie. «¿Qué te pasa? -le preguntó, extrañada, su mujer-. ¿Por qué ahora no te sientas?». Explicó el desdichado: «Es que con esto de la crisis ya no nos alcanza, y tomé otro trabajito: mientras me tiran las pelotas por delante, por atrás sacó las nachas en un stand de tiro con dardos». FIN.
MIRADOR
La jacaranda abre sus flores. Empieza a despertar la primavera igual que señorita desvelada. Bosteza algunos pétalos color de jacaranda, y luego abre las cortinas del cielo para que entre el sol.
El sol llega y se mete en la entraña de la tierra. Ésta se pone húmeda con la caricia, y se abre al milagro de la fecundación. Sin ruido se rompen las semillas en la oscuridad subterránea, y las briznas de hierba se abren paso por entre los laberintos de la piedra para salir al resplandor del día.
Todas las criaturas terrenales tenemos sed de auroras. También los hombres germinamos. En nuestro pecho late una semilla y lucha por pasar de las tinieblas a la claridad. Nuestro destino no es la noche, sino el día. Como el árbol busca el sol y tiende a él sus ramas, así nosotros buscamos a tientas nuestro camino hacia la luz.
¡Hasta mañana!…

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