Armando Fuentes
19/04/17
Llegó al pueblo una de esas nuevas sectas religiosas que dan regalos y dinero a sus conversos. Lo único que los ministros de la secta pedían a los aspirantes antes de entregarles lo obsequios era que recitaran una oración del devocionario, que cantaran un himno el himnario y que presentaran un testimonio para probar que ya eran salvos. Dos rurales mancebos de nombre Frumencio y Cerealino decidieron acudir al culto a fin de recibir los atractivos estímulos en dinero y especie que la secta daba a los conversos. Regresaron al rancho, sin embargo, muy decepcionados. Sus esposas quisieron saber qué les había sucedido. Narró Frumencio: «Todo iba muy bien. Rezamos sin equivocarnos la oración, y cantamos con entonada voz el himno. Pero cuando nos pidieron que les mostráramos nuestros testimonios seguramente nos equivocamos, porque se escandalizaron y nos echaron del salón»… Justiniano, joven y simpático notario, fue llamado por Miss Peni Sless, la rica solterona del pueblo. Le dijo que quería hacer su testamento. De los 4 millones de dólares que tenía en el banco una cuarta parte sería para su iglesia; otra para la Cruz Roja; la tercera para el asilo de ancianos y la última para la escuela secundaria. Añadió: «Tengo además otro millón de dólares en efectivo. Se los daré al hombre que me enseñe lo que es el amor». El joven profesionista comentó aquello con su esposa, y ella lo incitó a ser él quien se ganara ese dinero. «Total -le dijo con gran sentido práctico-, eso que tienes no es jabón que se desgaste». Fue pues el fedatario a trabajar. A las 11 de la noche la esposa se preocupó al ver que su marido no volvía. Dieron las 12, y ni señas del notario. Inquieta, la muchacha lo llamó por el celular. Le dijo él en voz baja: «Ya me gané el millón de dólares en efectivo, y ya logré que se olvide de su iglesia y de la Cruz Roja. Dame un par de horas más y haré que le valgan madre también el asilo de ancianos y la escuela secundaria». Un aficionado a la pesca le preguntó a otro: «¿Te acuerdas de Tetonina Grandnalguier, aquella estupenda rubia que trabaja conmigo en la oficina?». «Cómo no la voy a recordar -contestó el otro-. ¡Está buenísima!». «Pues has de saber -relató el primero- que el pasado fin de semana fue conmigo a una cabaña a la orilla del lago». «¡Qué suerte tienes, cabrísimo grandón! -exclamó con admiración el otro-. Y ¿cómo te fue?». «¡Fantásticamente! -exclamó el tipo, feliz-. ¡Pesqué un robalo de 8 libras!». El día del Juicio Final -¡haga el Señor que ese día tarde en llegar!- todos los mortales seremos reunidos en el Valle de Josafat, y uno por uno compareceremos ante el Supremo Juez. Nuestros pecados serán leídos en público de la gente por un ángel inmisericorde, el de más potente y clara voz. Entonces serán conocidos nuestros más secretos vicios, nuestras más oscuras culpas y nuestros más sombríos remordimientos. Yo trataré de evitar que ese ángel cruel me llame al banquillo de los acusados. Escondido atrás de un gringo grande y gordo procuraré pasar inadvertido. Será inútil: el ángel me verá, buscará mi expediente y pronunciará mi nombre. Deberé entonces subir a la picota, y todo lo que hice lo sabrán el tío Refugio y la tía Conchita, católicos ellos rigurosos; y lo sabrán mis papás, que me dirán con pena: «¿Ese ejemplo te dimos, hijo?». Lo peor: mi esposa lo sabrá todo, y sentiré mucha vergüenza ante ella, no importa que en el momento de la muerte le haya pedido ya perdón. Pues bien: si yo fuera priista y estuviera entre los posibles candidatos presidenciales por el PRI en el 2018, también me escondería en alguna parte para que no me viera el Presidente y el partido no me postulara. Y es que el PRI va a perder, va a perder, va a perder. FIN.
MIRADOR
Este pájaro de percusión, el carpintero, le pone ritmo a mis mañanas, y yo a las suyas. Ahora estamos trabajando los dos para ganar la vida. El ave da golpes en el tronco; yo en el teclado de mi computadora. Su toc toc toc y mi tac tac tac llenan el huerto y van por los aposentos de la casa.
Estamos haciendo música los dos. No sé si él me acompaña a mí o yo lo acompaño a él. Pero nuestra música es muy buena. Es música de trabajar. Hoy por la noche los dos iremos a dormir contentos.
Una cosa le envidio al carpintero: él hace el bien con su labor, pues salva al árbol de los insectos que lo pueden destruir. Yo, en cambio, dudo de mi quehacer de cada día. Ganas me dan de pedirle al carpintero que venga a sacarme el insecto de esa duda que me corroe. Pero él tiene su trabajo, y no lo debo distraer. También, con ese pensamiento, me he distraído yo del mío.
Sigamos la tarea, carpintero. Tú con tu toc toc toc; yo con mi tac tac tac. Esa música y esa letra forman la canción de la vida.
¡Hasta mañana!…