Armando Fuentes
8/04/17
Condones por aquí; condones por acá; condones más allá. El padre Arsilio visitó en su casa al cura del pueblo vecino, y se quedó estupefacto al ver por todas partes paquetes de condones. Los había en la sala, el comedor y la cocina; estaban en la recámara, el baño y el estudio. Hasta en el garaje vio condones. «No piense mal de mí, padre Arsilio -le rogó el anfitrión al visitante-. Lo que sucede es que padezco un tic nervioso que me obliga a cerrar continuamente el ojo izquierdo. Sufro también jaquecas continuadas. Cuando voy a la farmacia y le pido al dependiente un frasco de aspirinas ve él que cierro el ojo, me hace también un guiño y me da una caja de condones». Capronio le confió a un amigo: «Mi hijo mayor no fuma; no bebe; no juega póquer; no se desvela con amigos; no anda con mujeres. Ya estoy dudando de que yo sea su padre». La señorita Peripalda, catequista, les preguntó a las niñas del catecismo: «¿A dónde van las niñas buenas?». «Al cielo» -respondieron las pequeñas a una voz. «¿Y las malas?». Rosilita, equivalente femenino de Pepito-, se adelantó a contestar: «Las niñas malas van a Cancún, a Vallarta, a Acapulco, a la Riviera Maya, a Las Vegas.». La casa de la flamante parejita estaba recién pintada. Aquella noche el marido puso la mano en la pared de la alcoba, que quedó marcada con su huella y por tanto necesitaría un retoque. Al día siguiente la recién casada le dijo al pintor que seguía trabajando en la planta baja: «¿Quiere venir a la recámara a ver donde mi marido puso anoche la mano?». «Lo haría con mucho gusto, señora -replicó el sujeto-, pero mi patrón no me permite intimar con la clientela». El marido salió de viaje y tardó más de la cuenta en regresar. Su esposa le puso un mensaje urgente, y él respondió con una pregunta: «¿Por qué me pusiste Torna a Sorrento ?». Contestó la señora: «No puse eso. El iPad me corrigió. Lo que yo escribí fue: Tornas o rento «. En el Potrero de Ábrego es clásico el relato del hombre a quien su burro tiró al suelo con un súbito respingo. «Al cabo que ya me iba a bajar» -dijo mohíno a los que se reían de él. Versión campesina es ésa de la antigua fábula de la zorra y las uvas. No las pudo alcanzar, y disfrazó su despecho mascullando con desdén: «Están verdes». Ambos relatos, el popular y el culterano, pueden aplicarse a Luis Videgaray, Canciller en vías de aprendizaje, quien declaró que no aspira a ser Presidente de la República. Claro: sabe muy bien que tiene las mismas posibilidades de ganar que tendría yo si me presentara como candidato a dirigir la ONU. (Aunque ahora que lo pienso.). El señor Videgaray cargará toda su vida el sambenito de haber invitado a Trump a venir a México. Ese sólo hecho lo hace inelegible, y más si a sus pasivos se añade el estrecho vínculo que tiene con el presidente actual. He dicho varias veces, y lo repito ahora, que en la contienda del 2018 el PRI deberá conformarse con un modestísimo tercer lugar. Si Videgaray fuera su candidato quedaría en séptimo u octavo. Pero al cabo que ya se iba a bajar. Dulcibel se quejaba con Susiflor del insaciable apetito sexual de su novio Pitorrango. «A todas horas quiere hacer el amor -le dijo-. Cuando se queda conmigo me despierta varias veces para eso, tantas que en la mañana batallo para levantarme e ir a trabajar. Y no se diga los fines de semana: quiere sexo a mañana, tarde y noche. Lo bueno es que cada mes debe viajar por motivo de negocios, y eso me permite descansar un poco del insaciable erotismo que muestra cuando está conmigo». Preguntó Susiflor: «¿Cuánto tiempo está fuera?». Respondió Dulcibel: «Apenas el suficiente para fumarme un cigarrito». FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
La puerta de mi casa da al oriente. También da a ese rumbo el grande ventanal.
Por la mañana el sol entra a raudales. No sabe de clichés o frases hechas, por eso entra a raudales. Si supiera de estereotipos seguramente procuraría entrar en otra forma menos dicha.
En las noches la luna llena llena la sala con su resplandor y me ilumina el alma.
Me alegro por la luz que entra a mi casa. Recuerdo la frase que en sus Confesiones escribió San Agustín: «. Sol et luna, pulchra opera tua.». El sol y la luna, esa hermosa obra tuya. Tiendo las manos y tomo en ellas el fulgor del día y la nocturna claridad.
Llevaré conmigo ese don iluminado para cuando lleguen a mí las tinieblas que algún día llegarán. Entonces tenderé las manos, y de ellas saldrá la luz que recogí en mi casa y que guardé para conjurar las sombras.
¡Hasta mañana!…