De política y cosas peores

Armando Fuentes

3/04/17

Elmar, lleno de urgencias masculinas, le pidió un beso a Colchona. «¿Cómo te atreves a pedirme eso? -se indignó ella-. Soy una mujer casada. ¡Ni siquiera debería estar follando contigo!». Hoganio, ávido golfista, fue a un hotel de lujo a la orilla de la playa y que tenía campo de golf. Grande fue su decepción cuando se enteró de que el precio de la habitación era de 15 mil pesos diarios, qué él no podía pagar. Se dirigió al hotel de enfrente, que igualmente era de lujo y también tenía campo de golf. Se alegró mucho al conocer el precio del cuarto: 30 pesos diarios. Se registró, pues, y de inmediato fue a jugar. Le pidió al encargado del campo que le vendiera una pelotita de golf. El hombre le dio una y le dijo: «Son 15 mil pesos». «¿15 mil pesos por una pelota de golf? -se escandalizó Hoganio-. ¡En el hotel de enfrente cuestan 30 pesos!». «Sí -repuso el otro-. Ahí donde te cogen es en el precio de la habitación». ¿Existe el destino? Y si el destino existe ¿cuál será su destino? Esas trascendentes consideraciones se iba haciendo en su interior don Augurio Malsinado al salir esa mañana de la casa en compañía de su esposa. Ella, por su parte, se preguntaba a cómo estaría el jitomate, pues iba a recibir a sus papás y quería agasajarlos con un rico gazpacho, platillo muy idóneo para los días de calor. En ese preciso instante una paloma que pasó volando soltó una deyección que le cayó en pleno rostro al señor Malsinado. «¡Qué barbaridad! -exclamó consternada su mujer-. ¡Déjame traer un rollo de papel higiénico!». «¿Para qué? -acotó don Augurio, resignado-. La paloma ya va muy lejos. El sargento irrumpió en la barraca donde dormían los soldados y gritó con voz de trueno: «¡Levántense, hijos de p.!». Todos saltaron de la cama, menos uno. El sargento le dirigió al remiso una mirada inquisitiva. Dijo el soldado sin dejar el lecho: «Son muchos, ¿verdad, mi sargento?». A mí no me convencen las doctrinas del espiritismo postuladas por Alan Kardec. A mí no me convence la teoría de los fisiócratas, que sostienen que las leyes económicas son leyes de la naturaleza. A mí no me convencen los principios del positivismo de Comte y de Barreda. A mí no me convencen los alegatos del fiscal que llevaron a Mata-Hari a ser fusilada por espía. A mí no me convence el sistema de tenencia de la tierra en que se finca la existencia del ejido. A mí no me convencen las argumentaciones de los enemigos del libre mercado. A mí no me convence la afirmación según la cual hay vida inteligente en el planeta Marte. Tampoco me convence la afirmación según la cual hay vida inteligente en el planeta Tierra. Por último, a mí no me convence el horario de verano. Se celebró un concurso de inteligencia para bebés de un año y medio de nacidos. Quedaron de finalistas dos pequeños y una pequeñita: Pierrot, de Francia; Maggie, de Inglaterra, y Pepito, de México. El presidente del jurado le preguntó a Pierrot: «¿Eres niño o niña?». «Soy niño -contestó sin dudar el francesito-. Lo sé porque traigo calcetincitos de color azul». Un sinodal le hizo la misma pregunta a Maggie, la bebé representante de la Gran Bretaña: «¿Eres niño o niña?». «Soy niña -respondió con la misma seguridad la inglesita-. Lo sé porque traigo calcetitas color de rosa». Le llegó el turno a Pepito el mexicano, que había llegado tarde a la prueba porque sus papás pensaron que era hasta el siguiente día. Le preguntó el director del concurso: «Y tú ¿eres niño o niña?». «No lo sé exactamente -vaciló Pepito-. Pero supongo que soy niño, porque tengo tan grandes los éstos que no me dejan ver si traigo calcetincitos azules o calcetitas color de rosa». FIN.

MIRADOR.
«Hermosa como una bandera».
Ese precioso símil lo escribió Héctor González Morales, de mi ciudad, Saltillo, en un poema que dedicó a su madre.
Bellos objetos son, en efecto, las banderas. Constituyen síntesis de patria; orgullo nacional que ondea al viento; memorias de niñez; lágrima retenida cuando en país extraño ves la de tu país.
Acaba de morir un hombre que creó una bandera.
Gilbert Baker fue el creador de la bandera del movimiento gay. Puso en ella, con los colores del arco iris, su sueño de igualdad entre los seres humanos independientemente de la manera que cada uno tiene de ejercer su sexualidad. En todo el mundo ese emblema es símbolo de la libertad sexual; tan negada en muchos países; tan reprimida y hostilizada en otros.
Murió en su sueño Baker.
Su sueño, sin embargo, no murió.
¡Hasta mañana!…

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