Armando Fuentes
30/03/17
El joven párroco observaba que la cera del altar desaparecía misteriosamente. Llamó al sacristán al confesonario, y ahí le preguntó: «¿Quién se está robando las velas del altar?». «Perdone, padre -dijo el rapacirios-, pero no lo escucho bien». «No te hagas tonto -replicó el cura-. Yo te oigo perfectamente». «Pero yo no lo escucho a usted -inisistió el sacristán-. Y si no, déjeme ocupar su lugar y venga usted al mío, y lo verá». Cambiaron de sitio, en efecto, y preguntó entonces el sacristán: «Dígame, señor cura: ¿quién se ve con mi mujer en mi casa cuando yo no estoy?». «¡Mira! -exclamó entonces el padrecito- ¡De veras que acá no se oye bien!»… En la noche de bodas el novio le dijo a su flamante mujercita: «No estés nerviosa, vida mía. Seré tierno y delicado, pues sé que todo esto es nuevo para ti». La chica paseó la mirada a su alrededor y dijo luego: «Nada más las sábanas». Don Languidio Pitocáido regresó muy contento a su casa de la visita al médico. Le anunció, feliz, a su señora: «¡El doctor me va a levantar la dieta!». Preguntó ella fríamente: «¿Nada más la dieta te va a levantar?». (No le entendí). El abogado defensor se dirigió al jurado: «Mi cliente es un hombre bueno, esposo ejemplar, padre amantísimo, trabajador honrado. No bebe, no fuma, no anda con mujeres…». «¡Protesto enérgicamente! -gritó el acusado poniéndose en pie pie, airado-. ¡Le pago a este abogado para que me defienda y se pone a hablar de otro individuo!»… Una mujer le dijo a otra: «Comadre: ¿es cierto que está usted sosteniendo relaciones con don Leovigildo, el señor del departamento 7». Respondió la otra: «A usted no se lo puedo negar, comadrita. Es cierto». «Y dígame: ¿es cierto que está metida también con los demás ocupantes del edificio, lo mismo solteros que casados?». «Es cierto, comadre -respondió la mujer-. Con todos tengo dimes y diretes. Pero esté usted tranquila: con su marido, mi compadre, no me he metido para nada». Rebufó indignada la otra: «¿Y a mi viejo por qué me lo hace menos?». «El final se acerca ya.». Las ominosas palabras con que empieza la canción que popularizó Sinatra pueden aplicarse al PRD. El éxodo de sus filas hacia las de Morena hace evidente la crisis interna que afronta ese partido, crisis derivada de las continuas pugnas entre los dirigentes de las diversas tribus que lo forman. Es una pena que esté sucediendo eso, pues en sus orígenes el perredismo representó una opción de izquierda muy valiosa y necesaria para la vida política de México. Sin embargo el oportunismo de unos y el pancismo de otros fueron desvirtuando su ideología y principios, y actualmente la identidad del PRD está desdibujada, tanto que no lo reconocen ya sus fundadores. Desde luego la izquierda misma parece ahora inexistente. López Obrador tiene de izquierdista lo que yo tengo de astronauta, a juzgar por el conservadurismo que ha mostrado en cuestiones básicas que atañen a los derechos de algunas minorías. ¿Seguirá nuestro país la marcha hacia la derecha que en la actualidad se ve en el mundo? Y otra pregunta, que desde mucho tiempo no me hacía: ¿cuál es la capital de Dakota del Sur?… Tenían apenas un mes de casados, y estrenaban ya su nidito de amor. Cierto día el muchacho, que trabajaba de vendedor, se dio una escapadita de la chamba y llegó a su casa a las 11 de la mañana. De inmediato tomó en sus brazos a su mujercita, la condujo a la alcoba y empezó a hacerla objeto de encendidas muestras de ignívoma pasión. En el punto más cálido del delicioso encuentro ella arriscó la naricilla y le dijo preocupada a su marido: «Voy a la cocina un momento. Creo que se están pegando los frijoles». «¡No te levantes, mi vida! -exclamó él, ebrio de amor-. ¡Déjalos que se maten, pero vamos a seguirle!»… FIN.