Armando Fuentes
27/03/17
Me gustan los bellos pecados de la vida, como es la gula, como era la lujuria. En este último renglón, el deleitoso campo de la sexualidad, he sido y soy placenteramente heterosexual. En la mujer he hallado siempre, como dice Ramón López Velarde, el barro para mi barro y el azul para mi cielo. Eso no significa, sin embargo, que todos deban ser como soy yo. El vago concepto llamado «la normalidad» es ambiguo e impreciso. Nadie debe creerse un arquetipo, ni pensar que quienes no se le parecen son entes anómalos, insólitos o raros. La naturaleza hace criaturas humanas con tendencias diferentes, y lo menos que podemos hacer es respetarla, y respetar el derecho que cada persona tiene a ser como es y a vivir su vida sin tener que enfrentar incomprensión, intolerancia y aun hostilidad. Resulta inconcebible que en nuestro tiempo y en nuestra circunstancia debamos insistir en eso. Pero es incuestionable que los homosexuales han sido y siguen siendo objeto de diversas formas de discriminación, ya veladas, ya abiertas. La vida de muchos de ellos sigue siendo tocada por variadas maneras de ostracismo social, como es la resistencia de algunos estados a permitir el matrimonio igualitario. Hay campañas para proteger a los animales de los abusos que contra ellos cometen los humanos, y qué bueno que las haya, pero las buenas conciencias vuelven la vista hacia otro lado cuando se trata del derecho que tienen los homosexuales a vivir su vida sin estar condenados a la clandestinidad, a esa empecinada discriminación que, sobre todo por dogmas y prejuicios religiosos sigue sufriendo una minoría en desventaja. En México, igual que en otros países del mundo, los homosexuales se organizan cada vez mejor en la defensa de sus derechos. Yo simpatizo con ese esfuerzo, y con su causa. Mi defensa se finca en un esencial respeto a la persona humana y a su diversidad. Mejor sería este mundo, y más feliz la vida de cada uno, si a todos nos cubriera por igual el manto de la justicia y la igualdad ante la ley. Celebro que los homosexuales se organicen y luchen por sus derechos y por la posición que deben tener en la sociedad. Quisiera yo, desde mi propio sitio, poder contribuir en algo a ese valeroso empeño por obtener respeto a la persona y a la vida de quienes tienen derecho, igual que todos, a la felicidad… Un individuo solitario lloraba quedamente en la barra de la cantina. Con las dos manos juntas sobre el mostrador se sacudía en sollozos. El cantinero, hombre compasivo, le preguntó solícito: «¿Qué le pasa, señor??». ¿Puedo ayudarlo?». El hombre no respondió; siguió llorando. Inquirió el de la cantina: «¿Perdió el trabajo?». El tipo, sin contestar, sólo hizo un gesto como diciendo que eso era nada comparado con lo que sufría. Quiso saber el cantinero: «¿Lo abandonó su esposa?». El sujeto volvió a expresar con otra seña que su desgracia era aún mayor. «Ah, ya sé -dijo entonces el otro-. Perdió usted en el juego». El hombre estalló en llanto y dijo que sí con la cabeza. «¿Cuánto perdió? -preguntó el cantinero-. ¿10 mil pesos?». El tipo, sin hablar, dio a entender que había perdido más. «¿50 mil pesos?». Sin palabras, con otro ademán, el individuo manifestó que había perdido más. Preguntó el cantinero: «¿100 mil pesos?». El hombre movió la cabeza afirmativamente para indicar que esa era la suma que había perdido. «Caramba -se consternó el de la cantina-. Si yo perdiera 100 mil pesos en el juego mi mujer me cortaría los testículos». El tipo rompió en un llanto desgarrado, separó las manos que había mantenido juntas sobre el mostrador y dejó ver lo que con ellas estaba cubriendo. Eran sus testículos… FIN.