De política y cosas peores

Armando Fuentes

20/03/17

«Están violando derechos» -le comentó a Babalucas el amigo que leía el periódico. «Me vale -replicó displicente el badulaque-. Yo soy zurdo»… Don Astasio llegó a su domicilio después de su jornada de 8 horas de trabajo como tenedor de libros. Colgó en la percha su saco, su sombrero y la bufanda que usaba incluso en los días de calor canicular y se encaminó a la alcoba a fin de reposar un momento su fatiga antes de la cena. Lo que vio ahí le impidió gozar ese descanso: su esposa estaba en el lecho conyugal en ilícito fruir con un joven balarrasa en quien el mitrado marido reconoció al repartidor de pizzas. Fue don Astasio al chifonier donde guardaba una libreta en la cual solía anotar inris para nocir a su mujer en tales ocasiones. Volvió a la alcoba y le espetó a la pecatriz estos sonoros calificativos: «¡Bagasa, calvadora, pisca, mancellosa, lumia, ganforra, pirausta, carcavera!». Todos esos términos son sinónimos de prostituta. Sin suspender la actividad que en ese momento la ocupaba contestó la señora: «Ignoro el significado de esas palabrejas, pero imagino que son malas. Es de pésima educación, Astasio, decir maldiciones en presencia de un visitante. Anda, ve a entretenerte con tu colección de sellos de correo, y cuando acabe yo de atender a este joven te daré de cenar. Hay pizza de salami»… Algunos pensarán que en el futuro, cuando escuche la canción «New York, New York», López Obrador sentirá un repeluzno que le bajará por la región dorsal desde la nuca hasta el lugar en que la espalda pierde su decoroso nombre. Y es que al oír las notas de esa conocida pieza, éxito de Frank Sinatra, AMLO recordará por fuerza el episodio del hombre al que en Nueva York llamó «provocador», y que al final resultó ser padre de uno de los desaparecidos de Ayotzinapa. Yo, por mi parte, exhorto al tabasqueño a no sentir tal calosfrío. Porque sucede que se puede ser al mismo tiempo padre de uno de los desaparecidos de Ayotzinapa y provocador. Preguntémonos sin vendas en los ojos: ¿cómo pudo el hombre que interpeló a López Obrador viajar hasta New York, New York? Seguramente lo hizo en jet, y no en burrito. ¿Quién le pagó el pasaje? ¿Quién le dio para los ham and eggs? ¿Quién se hizo cargo de la cuenta del hotel donde pasó la noche el tal señor, que de seguro no durmió en una banca de Central Park, con el cabrón frío que hacía? Se supone que esa persona es pobre. Pero nomás los que hacen de la pobreza una mercadería piensan que todos los pobres -pobrecitos- son buenos, especie de salvajes inocentes incapaces de maldad. Lo cierto es que hay pobres muy méndigos, igual que hay ricos mendiguísimos. Más aún; la pobreza es muchas veces causa de deshonestidad, pues ya se sabe que la necesidad carece de ley. Quien juzgue este episodio desapasionadamente sospechará por fuerza que el hombre que enfrentó a AMLO obró bajo el patrocinio de algún enemigo del sempiterno candidato. Una cosa, sin embargo, no quita la otra: López Obrador debe explicar con honestidad valiente sus vínculos con quien era alcalde de Iguala cuando ocurrió la tragedia de Ayotzinapa. Ante las evidencias de su relación política con ese delincuente no cabe escurrirse con ambigüedades. ¿O acaso a todos los que le pregunten acerca de eso les dirá el propietario de Morena: «Ya cállate, provocador»?… Afrodisio, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, le contó pesaroso a Libidiano, su compañero de aventuras fornicarias: «Anoche me pesqué un cuerito». En jerga de jayanes un cuerito es una mujer joven y hermosa. Libidiano preguntó con extrañeza: «¿Y por qué me lo dices con voz triste?». Respondió Afrodisio, dolorido: «Porque me lo pesqué con el zipper de la bragueta»… FIN.

MIRADOR.
Cada año viene a visitarme.
Siempre llega puntual a la cita a pesar de ser mujer.
Al decir eso no caigo en estereotipo de misógino. Lo digo porque pienso que una mujer hermosa tiene el derecho de hacer esperar al hombre que la ama. Y yo la amo. Es para mí algo de lo más bello de la vida. Más aún: en ella veo a la vida.
Cuando llega me parece escuchar a ese enigma al que llamamos Dios que me dice: «Recíbela. Es mi promesa de que tu vida, aunque termine, habrá de continuar».
Antes latían en mí los mismos impulsos que latían en ella. Y es que ambos teníamos la misma edad. Ella sigue siendo la misma, y yo soy otro. Quizá me mira ahora con algo de piedad. Pero no me lo dice, porque además de ser hermosa es buena.
Yo la he esperado siempre.
Ahora es ella la que me espera a mí.
La primavera…
¡Hasta mañana!…

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