Armando Fuentes
6/03/17
Cierto político de nota -de mala nota- era buscado por la policía, pues al término de su gestión se llevó a su casa los fondos públicos, más otras diversas prendas. Un agente fue a su domicilio y llamó a la puerta. Salió una criadita. Le preguntó el oficial: «¿Está tu patrón?». Respondió la muchacha: «No se encuentra». Inquirió el visitante: «¿Conoces su paradero?». «Claro que no -se ruborizó la chica-. Eso nada más su esposa». En la más rancia tradición del viejo PRI -nunca ha habido uno nuevo- el Presidente de la República anunció que su partido obtendrá carro completo tanto en las elecciones locales de este año como en la presidencial del próximo. Pienso que el optimismo de Peña Nieto es excesivo. Las circunstancias económicas del país, el bajo índice de popularidad del Presidente y el hartazgo de la ciudadanía por los males de corrupción e impunidad que en estos últimos años se han multiplicado harán que sea difícil para el PRI el triunfo en los estados donde este año habrá elección de gobernador -México, Coahuila , Nayarit-, y casi imposible su victoria en el 2018. Desde luego en política no hay nada escrito (y si lo hubiera serían pocos los políticos que podrían leerlo), pero lo cierto es que el prigobierno está pasando por uno de sus peores momentos, con un liderazgo que se mira débil y un rechazo creciente. Aun así no aventuro vaticinios. Los últimos 40 que hice resultaron fallidos, y eso me quitó para siempre la insana tentación de calzar los coturnos del profeta. Ahí queda lo escrito, sin embargo, ya sea para esconderlo pudorosamente en caso de equivocación o, si acierto, gritar a voz en cuello: «¡Se los dije!». A fin de que mis lectores en el extranjero puedan entender cabalmente el cuento que ahora sigue les diré que en México un coleador es un utensilio de limpieza para lustrar los pisos. Está formado por un palo como de escoba que lleva en la parte baja un atado de hilos largos y ásperos. Sir Mortimer Highrump, audaz explorador inglés, pasó cinco años en el Continente Negro buscando al doctor Dyingstone por encargo de The London Times. Finalmente encontró al famoso misionero. Vivía en una aldea paradisíaca donde reinaban la paz y la felicidad; tenía a su lado a una bellísima nativa de esculturales formas que le cumplía todos sus deseos -algunos, debo decirlo, impropios de un misionero, y que lo hacían olvidar su posición-, y se pasaba casi todo el tiempo en su hamaca en un estado de beatitud derivado de cierta bebida que los lugareños elaboraban a base de agua de coco fermentado y hierbas odoríferas. Sir Mortimer conocía a la esposa inglesa del doctor Dyingstone, una arpía cuya principal ocupación era enviar cartas al Times en contra de los señores Wilde y Shaw. Por eso, después de disfrutar algunos días venturosos bebiendo con su anfitrión y gozando el amable trato de las complacientes aborígenes, Highrump regresó a Inglaterra y declaró a la prensa que no había encontrado al misionero. (Solía decir que eso fue lo mejor que hizo en su vida). A su llegada a Londres sir Mortimer se dirigió a su club. Lo hizo incluso antes de ir a su casa. Los socios brindaron con él en tal manera que el audaz explorador agarró una pítima que le habría envidiado Enrique VIII. Cuando llegó a su domicilio iba poseído por ignívomas ansias amatorias. Así, en estado de absoluta beodez, tendió los brazos para sentir el cuerpo de su esposa. Manifestó después de palpar cumplidamente: «Por abajo eres la misma, pero por arriba estás muy flaca». Desde la escalera que conducía al segundo piso le dijo la mujer con tono áspero: «Ven a dormir la borrachera y deja ahí ese coleador». FIN.
MIRADOR
Iba la lechera al mercado con su cántaro.
El fabulista la vio y dijo con malévola sonrisa a los aldeanos:
-La muy tonta viene pensando que venderá la leche; que con el dinero comprará huevos que le darán pollas que serán luego gallinas que cambiará por una vaca que le dará terneros que venderá para comprar una casa, y ya dueña de una casa no le será difícil conseguir marido. Pero el cántaro se le caerá; perderá la leche, y así sus sueños no se cumplirán.
Oyó eso la lechera. Alzó el cántaro y lo quebró en la cabeza del fabulista, que quedó tundido y enlechado entre las carcajadas de la gente.
Dijo la lechera:
-No tendré nada de lo que he soñado, pero si lo tuviera no me sentiría tan feliz como ahora que rompí mi cántaro en la cabeza de este hombre malo, mezquino y envidioso.
¡Hasta mañana!…