Armando Fuentes
28/01/17
«¿Eres virgen?». Esa pregunta le hizo Simpliciano a Pirulina al empezar la noche de sus bodas. «¡Ay, Simpli! -respondió la flamante novia-. Ya pasó la Navidad ¿y todavía quieres poner un nacimiento?». La crisis económica se muestra en todos los ramos de la actividad. En el lobby bar del hotel cierto viajero conoció a una dama de la noche. Después de una copa -o dos, o tres- ella le ofreció discretamente sus servicios. Dijo que gustosamente lo acompañaría a su cuarto, a condición de que no estuviera en el piso 13, pues ese número era de mala suerte para ella. Actuaba con astucia la mujer, pues ya se sabe que ningún hotel del mundo tiene piso 13, por la creencia -relacionada con la Última Cena- de que ese número es fatal. Al viajero le interesó la propuesta comercial de la señora. Le hizo la pregunta obligada: «¿Cuánto cobras?». Respondió ella: «5 mil pesos. Estoy en promoción». Ofreció el tipo: «Te doy 500». «Está bien, vamos -replicó ella tomando su bolso y poniéndose en pie-. Total, peso más, peso menos». La abuelita de Dulcilí le preguntó: «¿Cómo te ha ido con tu nuevo novio?». «Es muy lindo, abue -respondió, feliz, la chica-. Me baja el Sol, la Luna y las estrellas». «Qué bueno -se congratuló la abuela-, con tal de que eso sea lo único que te baje». Fue atinada la decisión del Presidente Peña Nieto de cancelar su entrevista con Trump. Ese desencuentro con su soberbio y torpe homólogo le ha allegado en México el respaldo nacional. Las continuas ofensas y permanentes amenazas del magnate están obrando el milagro de unir a los mexicanos, si no en torno de su Presidente sí en torno de lo que conviene al interés y la dignidad de la Nación. En la persona de Peña Nieto encarna en este caso la representación de México, y su figura cobra ahora relevancia. De ahí deriva para el mexiquense la responsabilidad de actuar con decoro frente al obcecado individuo que en mala hora llegó a la presidencia del país vecino. Ningún agravio de Trump debe quedar sin respuesta; ninguna amenaza suya se ha de tolerar. Actúe nuestro Presidente con prestancia y dignidad en este trance y tendrá el apoyo de la comunidad nacional. Doña Macalota, la esposa de don Chinguetas, recibió una gran sorpresa cuando antes de lo anunciado llegó a su casa de un viaje y sorprendió a su marido en la cama acompañado por una morena espectacular. No se turbó el tarambana por la súbita llegada de su cónyuge. Le dijo alegremente: «¡Vieja! ¡Tengo el gusto de presentarte a mi propósito de Año Nuevo!». El joven ejecutivo comentó: «Mi nueva secretaria es una muñequita». Preguntó su pequeña hija, inocente: «¿Y cierra los ojos cuando la acuestas?». El exitoso hombre de negocios habló de sus difíciles principios ante los jóvenes a quienes apadrinó en su graduación. Les dijo: «Mi familia era muy pobre. Papá y mamá tuvieron muchos hijos. Cuando en la comida había sopa de letras a mí me tocaba solamente una a». Ya conocemos a Avaricio Cenaoscuras, el hombre más cicatero y ruin de la comarca. Su esposa andaba mohína y atufada. Llevaba en los brazos un gato de multicolor pelaje: el minino era negro, blanco, gris, pardo, leonado y amarillo. Una vecina le preguntó: «¿Por qué andas tan molesta?». Contestó, rencorosa, la mujer: «Avaricio me dijo el día de mi cumpleaños que me iba a hacer un regalo, y me preguntó si lo quería blanco y negro o de colores. Le dije que de colores. Pero yo estaba pensando en un televisor». Decepción similar sufrió Babalucas. Le contó muy enfadado a un amigo: «Conocí en una fiesta a una hermosa dama. Me dijo que si la visitaba en su casa me enseñaría su Monet. Y resultó que era una pintura». FIN.
MIRADOR
Variación opus 33 sobre el tema de Don Juan.
Simone Calignani, impresor veneciano, visitó a Don Juan en su casa de Sevilla.
El famoso seductor era ya anciano: bordeaba los 60 años de edad. Tenía el cabello cano y el andar dudoso; las arrugas de su rostro parecían heridas de batalla. Sus ojos, sin embargo, conservaban el brillo de la juventud, y había en su ademán la elegante prestancia de los antiguos tiempos.
Calignani le propuso a Don Juan que escribiera sus memorias. Él las publicaría en un libro que haría circular por toda Europa. Dividirían las ganancias por igual. Con el dinero que recibiría, y con el que ganaría él, los dos podrían pasar tranquilamente los últimos años de su vida.
El sevillano rechazó la propuesta sin dudar. Le dijo al visitante:
-No tengo memorias qué escribir. De corazón adentro tengo recuerdos, muchos. Puedo decir el nombre de todas las mujeres a quienes amé, y evocar las horas que pasé con cada una de ellas. Pero de corazón afuera tengo sólo olvidos. A nadie digo nada de mi vida, ni hablo nunca de quienes conmigo la vivieron.
Calignani regresó a Venecia sin haber logrado su propósito. Don Juan quedó en Sevilla, feliz con sus recuerdos y orgulloso de sus olvidos.
¡Hasta mañana!…