Armando Fuentes
12/03/15
Enfermó el recién casado. El médico le prescribió reposo absoluto, y le indicó a su mujercita: «Mientras su esposo esté en la cama absténgase de pedirle la relación sexual. Eso durará dos o tres meses. ¿Cree usted que podrá aguantar todo ese tiempo sin hacer el amor con su marido?». «Claro que sí, doctor -respondió ella-. Todo sea por su salud. Además tengo amigos». Aquel changuito de África amaneció sin fuerzas para levantarse. Estaba exhausto, exangüe, exinanido, exánime, extenuado y exprimido. Otro mico le preguntó: «¿Qué te sucede? ¿Por qué te ves así, exhausto, exangüe, exinanido, etcétera?». Explicó el mono: «Anoche la jirafa por fin se me entregó. Pero a cada momento me pedía que la besara. Y entre beso y dale, beso y dale, me dejó así como me ves».Tanto que hemos cambiado, y no hemos cambiado nada. Del nocivo sistema presidencialista pasamos a otro régimen más pernicioso aún: el partidista. De todo se han apoderado los partidos, incluso del máximo premio que otorga la República, la medalla Belisario Domínguez, que el PAN, el PRI y el PRD distribuyen por turno a sus afines. ¿Habrá entonces quien se sorprenda, extrañe o escandalice por el hecho de que el señor Medina Mora haya llegado a ser ministro de la Corte? La opinión pública se manifestó en contra de ese nombramiento, lo mismo que la pública opinión. Una y otra fueron desechadas. Se levantó la voz de ciudadanos distinguidos, igualmente opuestos a la designación. Se les oyó como quien oye llover. Una vez más se impuso la politiquería sobre lo que conviene a la Nación. De la terna que se hizo sin más propósito que el de taparle el ojo al macho, si me es permitido ese aticismo, quedaron eliminados dos juristas prestigiados, de reconocida trayectoria en la judicatura. El mensaje que se trasmite es ominoso: más que la capacidad pesa la política, y por encima del interés general está el de los partidos. Ante ellos el gobierno cede con tal de llevar adelante sus iniciativas. En este juego del do ut des -te doy para que me des- naufraga la idea de bien común, y queda en entredicho la capacidad de gobernar de quienes detentan el poder, lo mismo que su voluntad de buscar lo que mejor sirve a México y a los mexicanos. Y ahora permítanme un momentito, por favor. Estoy muy encaboronado, y no puedo continuar. Mírenme: tengo conmocionado el duodeno, y el píloro me tiembla. Siento un extraño latido en las sienes; por el occipucio me baja un sudor frío. Voy a tranquilizarme, y en seguida vuelvo. (El columnista se levanta de su silla; sale de la habitación y va a la cocina. Ahí se prepara un té de tila que, dicen, es bueno para recoger la bilis. Lo bebe a tragos lentos al tiempo que procura poner la mente en otras cosas. Cosas hay muchas, pero mente poca, y no logra el sosiego que buscaba. Aun así vuelve a la tarea). Estoy ya de regreso. No puedo, sin embargo, seguir hablando de lo mismo, pues otra vez se me derramaría el líquido bilioso. Mejor daré salida a un chascarrillo final, y luego haré mutis con la misma dignidad de James Agate, el crítico que decía: «La experiencia me ha enseñado que nadie va al teatro a menos que tenga tos». Casó Simpliciano, joven inexperto y candoroso. Al empezar la noche de las bodas su mujercita se despojó del inconsútil negligé que la cubría, y luego se tendió en el tálamo con actitud voluptuosa de odalisca: las manos trabadas en la nuca, como la Maja Desnuda, de Goya; las piernas flexionadas y ligeramente abiertas; enhiesto el erguido busto; la opulenta grupa levantada. (Nota de la redacción. Nuestro estimado colaborador se extiende durante dos fojas útiles y vuelta en la detallada descripción de la postura que en el lecho tenía la muchacha, descripción que, aunque sumamente interesante y sugestiva, nos vemos en la penosa necesidad de suprimir por falta de espacio, y también porque nuestro editor se está poniendo muy nervioso). El inexperto galán no daba trazas de ir a la cama. «¿Qué te sucede, Simpli? -le preguntó la novia con anhelosa voz-. ¿Por qué no vienes a mis brazos?». Respondió muy nervioso el galancete: «Estoy esperando a que se me pase una inflamación muy rara que me salió de pronto en la entrepierna». FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
El Más Alto Funcionario del Estado regresó de su viaje al extranjero.
Con él regresó su familia, formada por 2 mil parientes en línea directa e indirecta, lateral y colateral. Igualmente regresaron con él sus Funcionarios, en número de 5 mil.
Por esos días el señor equis tuvo necesidad de hacer un viaje a fin de visitar a su madrecita enferma, que vivía en el pueblo vecino, distante no más de un kilómetro del suyo. Acudió el señor equis al Funcionario Encargado de Autorizar los Viajes, y le pidió permiso de viajar. Le preguntó el Funcionario:
-¿Quién viajará contigo?
-Nadie -respondió tembloroso el señor equis-. Únicamente llevaré a mi canario, pues no tengo quien me lo cuide.
Decretó el Funcionario, terminante:
-No podrás viajar.
Preguntó con angustia el señor equis:
-¿Por qué?
Replicó el Funcionario:
-Tu viaje es demasiado dispendioso.
¡Hasta mañana!…