Armando Fuentes
17/07/2016
CIUDAD DE MÉXICO 16-Jul .- Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, elogiaba las bellas piernas de una chica. Le dijo ella: «Las tengo así porque las cuido mucho. Son mis mejores amigas». «Qué bien -la felicitó el salaz sujeto-. Pero supongo que aunque sean amigas no han de ser inseparables». Dulciflor le contó a Rosibel: «Don Algón me invitó a ir a su departamento. Me dijo que quiere enseñarme un Picasso que tiene». «¡Qué Picasso ni qué Picasso! -se burló Rosibel-. ¡Tiene un piquillo de este tamañito!». Dos sujetos murieron el mismo día y hora, y llegaron juntos a las puertas del Cielo. Les informó San Pedro, el portero celestial: «Ambos tienen derecho a estar aquí. Desgraciadamente en este momento todas las habitaciones están ocupadas, de modo que deberán esperar antes de tener la suya. Vayan a la Tierra por unos 15 días. Podrán regresar en la forma que deseen». Dijo el primero: «Siempre soñé con ser un águila real. En esa forma quiero regresar». Preguntó el otro, cauteloso: «¿De veras puedo volver en la forma que desee?». «Escoge nada más» -lo autorizó el de las llaves. «Muy bien -dijo el individuo, retador-. Quiero ir a París, y ser ahí un semental». «Concedido» -aceptó el apóstol. Pasaron las dos semanas, y San Pedro le pidió a un ángel que fuera a buscar a los sujetos. Inquirió el enviado: «¿Cómo los reconoceré?». Respondió él: «Con el primero no habrá dificultad: águilas reales quedan ya muy pocas. Con el otro tendrás mayor problema: en París debe haber muchos montones de cemento». Rosilita le gritó a su mamá: «¡Mami, mami!». «Ya te he dicho, hijita -la reprendió con calma la señora-, que nunca hables agitadamente. Cuando te sientas nerviosa cuenta hasta diez antes de hablar». «Está bien» -contestó Rosilita. Y así diciendo empezó a contar: «Uno… Dos… Tres… Cuatro… Cinco… Seis… Siete… Ocho… Nueve… Diez… ¡Mami, mami! ¡¡¡Traes una tarántula en la espalda!!!». Rosilí, muchacha ingenua, hubo de casarse apresuradamente con Simpliciano, un compañero de oficina tan cándido como ella. Sucedió que -inocentes y todo- tuvieron un episodio de amor en el trabajo, y a consecuencia del encuentro ella iba a ser mamá. Cumplido el término natural Susiflor dio a luz tres robustos bebés. «No me lo explico -le dijo muy pensativa a Simpliciano-. ¿Por qué tuve triates, si nada más lo hicimos una vez?». «Es cierto -admitió él-. Pero recuerda que lo hicimos sobre la copiadora»… Famulina, la linda criadita de la casa, se quejó con doña Frigidia: «Cuando usted no está, su esposo don Frustracio trata de abrazarme, besarme y todo lo demás». «Ignóralo -le aconsejó doña Frigidia-. También conmigo quería hacer lo mismo, pero cuando vio que no le hacía caso se le quitó la maña». Sor Bette, monjita de la Reverberación, llegó a su convento con los hábitos en desorden. Le preguntó, asustada, la madre superiora: «¿Por qué viene así, hermana?». Contestó sor Bette: «¡Qué bien maneja ese taxista!». «Hermana -se preocupó más la superiora-, su respuesta no corresponde a mi pregunta. ¿Por qué sus hábitos están todos revueltos? Y ¿qué significa eso de lo bien que maneja aquel taxista?». «Permítame explicarle, reverenda madre -dijo sor Bette-. Venía yo en taxi al convento, y en la carretera se precipitó sobre nosotros un camión pesado que seguramente no traía frenos. De seguro íbamos a chocar con él; íbamos a morir. Le grité al taxista: ¡Si nos libra de ésta podrá usted hacer conmigo lo que quiera! . Y, madre… ¡qué bien maneja ese taxista!». FIN.
MIRADOR
Historias de la creación del mundo.
El Señor hizo a los cocuyos.
Les puso una lucecita que se encendía en medio de la noche. Las hembras, enamoradas de la pequeña luz que las llamaba, iban hacia ella, y así se consumaba el eterno rito del amor.
Todo fue bien durante mucho tiempo: los cocuyitos encendían su luz y las hembritas respondían al llamado.
Un día, sin embargo, el Señor encontró a los cocuyos tristes y apesadumbrados. Tenían encendida su amorosa luz, pero ninguna hembrita se acercaba a ellos.
-¿Qué sucede? -preguntó el Creador con inquietud-. ¿Por qué los veo solos? ¿Dónde están sus compañeras?
Respondieron los cocuyos con voz que era al mismo tiempo de enojo y de congoja:
-Los hombres, Señor, construyeron un faro. Y cuando lo encendieron todas las hembras nos dejaron.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«. Importarán maíz de África.».
Me causa preocupación
que venga el maíz de allá:
la tortilla nos sabrá,
muy seguramente, a león.