De política y cosas peores

Armando Fuentes

1/05/2016

CIUDAD DE MÉXICO 30-Abr .- Lord Feebledick charlaba con su amigo el coronel Highrump. Dijo éste: «¿Supiste que a lord Grungy le hicieron un severo extrañamiento en el Jockey Club? Se descubrió que tenía relación carnal con su cabalgadura». Preguntó lord Feebledick: «¿Yegua o caballo?». «Yegua, naturalmente -respondió el coronel-. Grungy podrá ser un poco raro, pero pervertido no es». Don Poseidón y doña Holofernes , granjeros acomodados, tenían una hija llamada Claribel. La muchacha fue a la ciudad a estudiar corte y confección de ropa. Por recomendación del padre Arsilio fue admitida en el internado de las monjas de la Reverberación, pero antes de entrar en la piadosa casa tuvo que demostrar que había leído tres libros: «Pureza y hermosura», de monseñor Tihamér Tóth; «Fabiola», del cardenal Wiseman, y «Por un piojo», de Fernán Caballero. Asimismo se le pidió jurar por la salvación de su alma que jamás había posado los ojos en «La dama de las camelias», de Dumas; «Doña Perfecta» de Pérez Galdós, y «Mi vida en un harén», de lady Barton. Pero ¡ah mundo! En una salida para asistir a la velación del cirio en la iglesia de las Arrepentidas, la muchacha vio a un estudiante que después supo se llamaba Gualterio Maldes, de ojos negros y zapatos cafés. Sus miradas se cruzaron a pesar de la severa vigilancia de la madre prefecta, y él la siguió hasta el templo. Bien habría podido la incauta joven recitar entonces aquella linda copla: «No me mires, que miran que nos miramos. / Miremos la manera de no mirarnos. / No nos miremos, / y cuando no nos miren nos miraremos». El amoroso celo, ya se sabe, es capaz de filtrarse hasta por las paredes. Omnia vincit amor, et nos cedamus amori. El amor todo lo vence; rindámonos nosotros al amor. Eso lo escribió el dulcísimo Virgilio en su Égloga décima, verso -no estoy inventando- número 69. Esa misma noche el muchacho escaló las tapias de la casa, y en el jardín, bajo la luna y sobre un jorongo hecho en Chiconcuac, los jóvenes gozaron delicias nunca imaginadas por las celosas celadoras. Pero ¡ah mundo! (II). Tan pronto el tal Gualterio le robó a la inocente Claribel su más íntimo tesoro se burló de ella y no regresó más. La infeliz joven rezó triduos, octavarios y novenas para pedir el retorno del avieso galán, pero sus oraciones no fueron escuchadas. Se angustió, y más cuando supo que la semilla que en su seno había depositado el maldecido Maldes había germinado. En efecto, Claribel estaba embarazada. Le confió su predicamento a la madre superiora, y la sor ardió en santa indignación. Le prohibió confesarse con el padre capellán, pues de ese modo la falta de cuidado de las monjas quedaría de manifiesto, y le pidió el jorongo para quemarlo como objeto demoníaco, lo cual hizo después de oliscarlo a ocultas en su celda, no sé con qué propósito. En seguida le ordenó a Claribel que empacara sus pertenencias y se largara de la casa. Tras su salida la religiosa asperjó agua de San Ignacio en el cuarto que había ocupado la muchacha, a fin de expulsar los malos espíritus que había dejado en la habitación aquella pecadora. La infeliz regresó con sus padres, y entre lágrimas e hipidos les contó lo que le había pasado. Luego les dijo con la frente baja: «Perdonen que haiga faltado a mis deberes de hija». Don Poseidón y su esposa quedaron consternados al escuchar la mala nueva. Pensó él en lo que dirían sus amigos; la señora pensó en ir a McAllen a comprar la ropita del bebé, y de paso algo para ella. Luego tomó la palabra el genitor. Con acento severo le dijo a Claribel: «Hija mía: con grandes afanes tu madre y yo te criamos desde niña. Siempre hemos procurado darte lo que nosotros no tuvimos. Quisimos que recibieras la mejor educación. Ahora veo con tristeza que de nada sirvieron nuestros sacrificios. ¡No se se dice haiga , desdichada! ¡Se dice haya !»… FIN.

MIRADOR

Historias de la creación del mundo.
Caín era malo.
Abel era bueno.
Caín era un pecador.
Abel era un santo.
Caín estaba lejos de Dios.
Abel estaba siempre cerca de Él.
Caín practicaba el mal.
Abel hacía el bien.
Caín mató a Abel antes de que tuviera hijos.
Por tanto los hombres no descendemos de Abel.
Somos la descendencia de Caín.
Ésa es la realidad.
Ni para dónde hacernos.
¡Hasta mañana!…

MANGANITAS

«. Un pescador sacó en su red a una bellísima sirena, y de inmediato la regresó a las olas.».
Le dije: «¿Por qué, responde,
la volviste al mar? ¿Por qué?».
A lo que le pregunté
respondió triste: «¿Por dónde?».

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