De política y cosas peores

Armando Fuentes

14/03/16

Los novios se iban a casar. La víspera de la boda ella llevó a su prometido al departamento donde iban a vivir, lo condujo a la alcoba y ahí le hizo una demostración cabal de los placeres conyugales que lo esperaban. Terminado el erótico deliquio la habilidosa muchacha le preguntó a su galán, que yacía de espaldas en la cama con el gratísimo cansancio que sigue al acto del amor: «Después de esto ¿todavía seguirás preguntándome si sé cocinar?». Avaricio Cenaoscuras, hombre parvífico, es decir cutre, cicatero, miserable, estaba frotando una moneda de un peso en la cubierta de granito de la mesa. Lo vio un amigo y le preguntó, extrañado: «¿Qué haces?». Respondió el manicorto: «Aquí, gastando el dinero». Galatea Pompanier, vedette de moda, dueña de prominentes atributos corporales lo mismo en la región del norte que en la comarca sur, se topó en un pasillo del teatro con Viperina, corista de segunda fila, envidiosa mujer a quien todas sus compañeras temían por su afilada lengua y su carácter díscolo. Le dijo Viperina a Galatea: «Cada vez más cuero». «Favor que me haces» -agradeció ella, sorprendida por el insólito cumplido. «Cada vez más cuero te cuelga» -completó la frase la insidiosa fémina… ¡Clap clap clap clap clap clap clap! ¿A qué ese aplauso, columnista, tributado con las dos manos para mayor efecto? Lo dedico al R. Ayuntamiento de Guanajuato, por haber reconocido en forma unánime el derecho de Rubí Suárez, una joven transgénero, a ser llamada con el nombre femenino que escogió, Rubí, y no por el nombre de varón que aparece en su acta de nacimiento, José Luis. La designación de Rubí Suárez como regidora del municipio guanajuatense, su toma de protesta y el reconocimiento y aceptación de su identidad sexual constituyen hitos históricos en un estado como Guanajuato, cuya estereotipada fama de conservadurismo parecería opuesta a la lucha por los derechos de los grupos y personas que han sido objeto de discriminación social, y aun de hostigamiento. La actitud asumida por el alcalde de la bella ciudad, por el secretario, los síndicos y regidores del ayuntamiento, son un ejemplo de justicia y buen sentido que debe ser imitado a todo lo largo y ancho del país (y alto también, en caso necesario). Repito, pues, para debida constancia, aquellas sonoras y merecidas palmas: ¡Clap clap clap clap clap clap clap!… Doña Panoplia de Altopedo, señora de buena sociedad, realizó en compañía de sus amigas la visita de cada año a la cárcel municipal, parte de la altruista labor -reseñada puntualmente por la sección de sociales de los diarios de la localidad- del Club de Damas. Ahí entrevistó a uno de los reos. Le preguntó: «¿Tiene usted algún deseo que quiera manifestar a nombre de la escoria de la sociedad?». «Sí, señora -respondió con mansedumbre el preso-. Nos gustaría estar a pan y agua un día por semana». «Peregrino deseo es ése» -acotó doña Panoplia. Repuso con feble voz el hombre: «Es que estamos a pan y agua toda la semana». Un astroso sujeto le pidió en la calle a don Algón 10 pesos para un café. Le dijo, congojoso: «Compadézcase de este infeliz que alguna vez fue rico como usted». «¿Ah sí? -se interesó don Algón-. ¿Cuánto hace que fue usted rico, buen hombre?». Respondió con infinita tristeza el individuo: «Hace dos esposas». Un joven y apuesto boy scout ayudó a Himenia Camafría, madura señorita soltera, a cruzar la calle, que se había puesto resbalosa por efecto de la reciente lluvia. Cuando llegaron al otro lado Himenia le dijo al guapo mancebo: «Ya hiciste tu buena obra del día, muchacho. Vamos ahora a mi casa, para que hagas tu buena obra de la noche». El pequeño ciempiés gemía dolorido: «¡Me pegué en un pie!». «¿En cuál?» -le preguntó su mamá. Respondió: «No puedo decirlo. Nada más sé contar hasta diez». Dijo el astrónomo: «Este telescopio cuesta mil millones de dólares. No se incluyen las baterías». La parejita regresó de su luna de miel en Niagara Falls. Una amiga le preguntó a la novia: «¿Qué te parecieron las cataratas?». Respondió con desabrimiento la desposada: «Fueron una de las dos decepciones que sufrí». FIN.

MIRADOR

Rodea a mi ciudad un cerco de altos montes que la ciñen como los brazos del amante a la mujer amada.
Al oriente está la sierra llamada de Zapalinamé en memoria del caudillo de aquellos «bravos bárbaros gallardos» que -dijo el antiguo coronista- se acabaron, pero no se rindieron.
En la parte del ocaso se levanta el emblemático Cerro del Pueblo, nombrado así, dicen los pícaros, porque más de la mitad del pueblo fue engendrado ahí tras de la tentadora invitación: «Ven, mi vida. Vamos a ver las lucecitas de Saltillo desde el Cerro del Pueblo».
Siempre las montañas orientales se cubren de nieve en los inviernos crudos. No recuerdo, sin embargo, haber visto nevados los cerros de occidente. Este año la blancura de la nieve abarcó toda la rosa de los vientos.
Ignoro si está cambiando el clima o si la naturaleza está perfeccionando su arte. Y no pregunto. Me limito a disfrutar esta belleza. A la belleza no se le pregunta nada. Ella es la respuesta a todas las preguntas.
¡Hasta mañana!…

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