Armando Fuentes
8/03/16
En tu mundo, amor mío, no hay nada. Ni siquiera estoy yo, que he estado contigo desde siempre, desde que empezamos a ser. Estás aquí y no estás. Eres y no eres. Vives sin vivir. Eres habitante del vacío. Tus ojos miran sin mirar; tus oídos oyen sin oír. Vas a ninguna parte, y de ninguna parte vienes. No sé si tienes frío o calor, si te duele el cuerpo o te duele algún dolor del alma. No sé si sabes. Lo tuyo es el silencio, un silencio de mortaja rasgado a veces por algún quejido o un raro sonido gutural. No ríes y no lloras. Se te fueron para nunca las palabras. Una tarde tus ojos se llenaron de lágrimas. Sentí al mismo tiempo una pena oscura y una alegría de luz. ¿Llorabas porque te habías ido o porque ibas a regresar? Llamé al médico y él destruyó al mismo tiempo mi alegría y mi pena. Ese llanto, me dijo, no era llanto. Era una cosa puramente física, mecánica. Algo en los ojos, no en el cerebro o el corazón. No eran lágrimas: era sólo agua que se te salía. Entonces lloré. Y las mías sí eran lágrimas. Memorias. ¡Qué riqueza tenemos los que podemos recordar! Es como si poseyéramos el tiempo, como si fuésemos dueños de todos y de todo. Van con nosotros nuestra vida y las vidas de los otros. Aquí y ahora están el allá y el ayer, lo que nuestros sentidos han guardado desde que fueron capaces de guardar: la vista de aquel paisaje o aquel rostro; el sonido de aquella voz o esa canción; el aroma del cuerpo -de tu cuerpo- en la primera noche; el sabor de la comida en la casa materna; la caricia que la mano nunca olvida. Para mí el recuerdo es tu recuerdo. Están los hijos, claro, pero tú estás en ellos. Están los amigos, pero en ellos estás tú. Ahora que estás en la nada estás en todo. Trato de recordar cómo empezó esto, cómo empezaste a terminar. ¿Fue hace mucho tiempo o fue apenas ayer? Pequeñas cosas que al principio nos hacían reír. «La leche está en el. en el.». Se te escapaba el nombre: «refrigerador». Y luego aquel día, en el coche, cuando en vez de tomar el rumbo de la casa saliste hacia la carretera que lleva a tu ciudad de infancia. Tardaste media hora en darte cuenta de que ibas en dirección equivocada. Cuando me lo contaste me preocupé. Quise tranquilizarme: aquello había sido sólo una distracción. A cualquiera nos puede pasar. Pero luego una noche me miraste en forma extraña, como se mira a alguien que no sabes por qué está en tu casa. Y luego, cuando fuiste a caminar al parque y no pudiste regresar. Por pura casualidad te vio mi hermano caminando lejos de la colonia, y él te trajo. Me contó: «Cuando le pregunté qué andaba haciendo allá no me contestó, ni habló en todo el camino. Le hablaba y no me respondía. Veía nada más hacia adelante. Cuando llegamos tuve que ayudarle a bajar. ¿Qué le sucede? Creo que deberían ver a un médico». Fuimos al día siguiente. Preguntas, pruebas, exámenes de laboratorio. Y luego el diagnóstico que ya sabía yo, y el «No hay nada que se pueda hacer». Y aquí estamos ahora, tú sin esperanza, y yo esperando. Esperando no sé qué. Te me fuiste yendo poco a poco, y hoy vives en tu mundo hecho de nada. Pero para mí sigues siendo todo. No hablas, pero tengo tus palabras; aquellas en que me dijiste tu amor, las de consuelo en las horas difíciles, tu risa de los días felices. Fuiste la razón de mi vida, y lo sigues siendo aun en esta forma de la muerte. Te sigo amando aunque ni siquiera te des cuenta de mi amor. Ya no eres tú, pero yo sigo siendo yo por ti. Lo fuiste todo, y soy tu única compañía en esta soledad en la que vives sin vivir. Hay momentos, sí, en los quiero que te vayas. Después de todo ya te fuiste. Pero has estado tanto en mí que no concibo estar sin ti. Me desespero a veces, porque ya nada espero. Al despertar por la mañana digo a veces: «Un día más», y otras: «Un día menos». Pero cada día es otro día. Aun en las miserias de tu cuerpo te sigo viendo como eras cuando me enamoré de ti. No entiendo esto que pasa, pero sé que el amor es la respuesta a todas las preguntas, y tú eres mi amor. Tú, que siempre le diste sentido a mi vida, se lo sigues dando, aunque esto no tenga sentido. Anda, vamos, mi amor; es la hora de tu baño. FIN.
MIRADOR
En el huerto brotó ya el nogal viejo. Eso es anuncio cierto de que los fríos se alejaron ya.
Los niños se alegran: podrán seguir jugando. Y se alegran los viejos: podrán seguir viviendo.
Yo amo a este viejo árbol que cada año vuelve a ser niño. Es un gran predicador. Los Padres de la Iglesia no saben lo que él sabe acerca de la vida eterna. En el invierno miras su ramazón desnuda y piensas que está muerto. Luego, con la llegada de la primavera, se pinta con el primer verdor del año, y vuelve a ser.
Quizá todo vuelve a ser. Me lo dice en silencio este nogal filósofo. A lo mejor él ya fue antes. Y yo seré después, a lo mejor. Quién sabe.
Ahora él se llena de brotes y de nidos, y yo me lleno de recuerdos y esperanzas. Quién sabe.
Se fue la vida. La vida regresó.
La vida se va siempre. La vida siempre vuelve.
¡Hasta mañana!…