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De política y cosas peores


Armando Fuentes

26/02/16

El abogado le informó a doña Mesalina: «Su marido quiere divorciarse de usted. La acusa de haberlo engañado; dice que llegó a su casa y la encontró en la cama con un hombre». «Él fue quien me engañó -se defendió la señora-. Me dijo que llegaría a las 11 de la noche, y llegó a las 9». Un tipo le contó a su amigo: «No sé qué hacer con mi perro. Persigue a todo el que pasa en una bicicleta». Sugirió el otro: «¿Por qué no lo atas?». Respondió el primero: «Eso sería muy cruel. Mejor le voy a esconder la bicicleta». Ahora está de moda la dieta china. Puedes comer todo lo que quieras, pero nada más te dan un palillo. Lord Highrump le comentó en el club a lord Feebledick: «¿Supiste que Boozebag se casó?». «¿Con quién?» -preguntó el lord. «Con un gorila -respondió Highrump, flemático-. Lo conoció en Borneo, se enamoró y le pidió que se casara con él». Sin cambiar la expresión dijo lord Feebledick: «No me extraña. Siempre lo consideré un tipo raro». «No es tan raro -acotó Highrump-. Casó con gorila hembra». Mis caminatas al amanecer por la playa de la Isla del Padre, al sur de Texas, cuando todavía no llega la gente y sólo están ahí esos inquietos pajarillos que caminan con paso presuroso, los sandpipers de Burton y la Taylor. Mis desayunos en Denny s, donde doy buena cuenta del Lumberjack s Breakfast, el platillo más abundante de la casa. Mis búsquedas de libros en Barnes & Noble, de McAllen, o de chácharas del tiempo de la Segunda Guerra en la pequeña pulga que se pone los domingos en Port Isabel. Tales son los placeres que disfruto cuando voy con mi familia «al otro lado». Quisiera poder decir que acostumbro esquiar en Vail, o jugar en Las Vegas cada mes, o comprar mi ropa en Nueva York, o asistir a la temporada del Ballet de San Francisco, o presenciar cada año el Superbowl. Pero soy hombre de gustos sencillos, y aquellos módicos deleites son grandes lujos para mí. Pues bien: aun a eso renunciaré si llega a la presidencia de los Estados Unidos Donald Trump. Pobre ejemplar de la especie humana es ese individuo estólido y bajuno. Finca su calidad en el dinero, y mira como entes inferiores a quienes no son o piensan como él. La soberbia es siempre necia, pero en él alcanza el grado de la estupidez. Si por uno de esos extraños vuelcos que tiene la política llega Trump a presidente de la nación vecina, consideraré seriamente la posibilidad de no cruzar ya la frontera, y de decir adiós a mi playa, a mis desayunos, a mis libros y a mis chacharitas. Compadézcanse de mí los electores norteamericanos. Nieguen su voto a ese nazifascista atrabiliario y prepotente que deshonra la tradición democrática de su país, y no me priven de aquellos modestos goces cuya llegada espero con ilusión cada año. Avaricio Cenaoscuras, hombre cutre, cicatero, le preguntó a la chica de tacón dorado cuál era el monto de sus honorarios. Ella a su vez le preguntó cuánto traía. «50 pesos» -respondió el sujeto. «Por esa cantidad -le informó la mujer- sólo tienes derecho a una frotadita». El tipo accedió, y la mujer frotó su cuerpo brevemente con el del individuo. Al terminar el episodio Avaricio sacó un billete de 50 pesos, lo frotó en el cuerpo de la daifa y se alejó. Don Valetu di Nario cumplió 105 años. Un reportero le preguntó a qué atribuía el hecho de haber llegado a tan avanzada edad. «Bueno -explicó el provecto señor-, el año pasado dejé de beber y de andar con mujeres». Don Chinguetas le dijo a su esposa, doña Macalota: «¿Qué harías se mi sacara la lotería?». Respondió ella: «Te exigiría la mitad del premio y me iría de la casa». «Muy bien -manifestó Chinguetas-. En el sorteo de anoche me saqué mil pesos. Aquí tienes 500, y que te vaya bien». Vanidoso tipo es Jactancio Elátez. En el momento del culmen amoroso no grita: «¡Dios mío! ¡Dios mío!». Grita: «¡Yo mío! ¡Yo mío!». Los novios se iban a casar, y hablaron sobre el número de hijos que tendrían. Ella quería tres, y él solamente dos. No se ponía de acuerdo; la discusión subió de tono. El muchacho declaró: «Tendremos nada más dos hijos. Para asegurarme de eso, después de que nazca el segundo me haré la vasectomía». «Está bien -replicó ella-. Pero espero que quieras al tercero como si fuera tuyo». FIN.

MIRADOR

Con pesar me enteré del fallecimiento de Cecilia Rodríguez Melo.
Lindísima chica ella, inquieto adolescente yo, hicimos teatro en el Saltillo de los años cincuentas. Subimos al palco escénico -así se decía entonces- en obras como «El color de nuestra piel», de Gorostiza, y «El niño y la niebla», de Usigli.
Era Cecilia una muchacha de travieso ingenio y agradable trato. Cantaba con afinada voz; sabía decir graciosamente anécdotas y cuentos. A todo mundo le caía bien; de nadie nunca hablaba mal.
Al paso de los años destacó en tareas educativas. Tuvo a su cargo un centro cultural en el antiguo barrio saltillero de Santa Anita. Ahí cumplió una ejemplar labor de difusión del arte y promoción de la lectura.
Hago llegar a su familia mi sentimiento de pesar. La vida de Cecilia fue plena y generosa. Haberla tratado fue un regalo para todos los que la conocimos. Guardaremos de ella memoria perdurable. Y para los recuerdos no hay muerte.
¡Hasta mañana!…

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