De política y cosas peores

Armando Fuentes

7/01/16

Simpliciano, muchacho sin ciencia de la vida, les informó a sus padres que había embarazado a Florilí, su novia. «¡Ay, hijito! -suspiró la mamá-. ¡Metiste la pata!». Aclaró él: «No fue la pata, mami». Envidio a Santa Clos: sabe dónde viven todas las niñas que no se portan bien. Un campesino se quejaba: «En la inundación murieron mi esposa y mi mula. Todos me han ofrecido una nueva esposa, pero nadie me ha ofrecido una nueva mula». Don Cornulio sorprendió a su mujer yogando con un desconocido. Furioso le preguntó al sujeto: «¿Quién le dijo a usted que puede acostarse con mi esposa?». Respondió el tipo: «Todos». En el teléfono: «¿Cómo estás mamá?». «Muy bien, hijo. Fabulosamente bien». «Perdone. Creo que me equivoqué de número». Siempre me apena disentir de alguien, pues estimo en mucho la opinión de los demás, y en muy poco la mía. Pienso: «El señor debe tener razón: usa reloj de oro y lleva anillo con brillantes. En cambio el reloj que traigo yo es el de Mickey Mouse que mis hijos me regalaron hace 40 años, y mi anillo es el de bodas que el señor De Nigris me vendió en 1964 la víspera de mi matrimonio. Seguramente estoy equivocado». Cuando me veo en el apurado trance de no compartir la idea de alguno procuro declarar mi diferendo con la misma cortesía de aquel filósofo que tras oír a otro manifestó: «Mi distinguido colega tiene razón. Pero no mucha. Y la poca que tiene vale nada». Colegas míos a quienes admiro y respeto grandemente han expresado con sobra de valiosos argumentos su desaprobación al Instituto Nacional de Bellas Artes por las gestiones que hace en pro del reconocimiento del albur como parte del patrimonio cultural de México. Para conocimiento de mis lectores en el extranjero -ahí tengo solamente dos-, el albur es un juego de palabras exclusivamente mexicano por el cual un interlocutor trata de vencer a otro en una esgrima verbal que implica generalmente la idea de la posesión sexual del vencedor sobre el vencido. Para ejemplificar pondré uno de los más inocuos que conozco. Un tipo le dice a otro: «¡Que panza más grande tienes!». Responderá el alburero: «Es de agosto a la fecha». Quien no sepa de albures se quedará en Babia. El sabidor, en cambio, detectará al punto que en la palabra «agosto» está implícita la forma verbal «hago», vale decir: «La panza te la hago yo»; esto es, te tomaré sexualmente y te dejaré embarazado. Ya se ve el contenido homosexual que las más de las veces lleva en sí el albur, y que pone en tela de juicio el decantado machismo mexicano. Es el albur, entonces, ejercicio básicamente masculino. Por eso me llama la atención que la campeona nacional de albures sea una señora, lo cual es prueba de que no hay campo en el cual no pueda demostrarse la superioridad natural de la mujer sobre el varón, superioridad en la cual creo a pie juntillas. ¿Que el albur es vulgar? Posiblemente. Pero el verbo «chingar» también lo es, con todas sus infinitas variaciones, y un hombre de la estatura intelectual de Octavio Paz le dedicó ensayos muy sesudos. Lo vulgar es también parte de la cultura. Las creaciones del llamado «vulgo» no deben despreciarse, antes bien se han de acoger y valorar. Baste decir que nuestro idioma deriva en su mayor parte del latín vulgar, que no era el que empleaba la clase alta de la sociedad, o los artistas e intelectuales, sino el usado por los esclavos, los soldados, los artesanos, las prostitutas, los campesinos; la gente, digamos en general, del pueblo. Yo no soy alburero -en la parte del país donde vivo el albur no se practica mucho-, pero admiro la picardía y agilidad mental de quienes dominan ese difícil género, y me agrada desentrañar sus ocultas significaciones. Con todo el sentimiento que me causa apartarme de criterios muy reconocidos aplaudo al INBA por sus gestiones para dar carta de naturalización -que por lo demás no la necesita- a ese producto original y único de la cultura popular de México y particularmente del Distrito Federal: el albur. En la noche de bodas el novio le preguntó, solemne, a su flamante mujercita: «Dime, Frinesia: ¿has conservado tu virginidad?». Respondió ella: «No. Pero conservo el estuchito en que venía». FIN.

MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Historias del señor equis y de su
trágica lucha contra La Burocracia.
El señor equis se atrevió a decirle al Funcionario del Estado:
-¡Feliz año nuevo!
Dictaminó el Funcionario:
-Son 500 pesos.
Preguntó el señor equis, tembloroso:
-500 pesos ¿de qué?
Respondió el Funcionario:
-Acabamos de crear un nuevo Impuesto de 100 pesos por cada palabra de felicitación por el nuevo año.
El señor equis se atrevió a acotar:
-Yo dije solamente tres palabras.
Le hizo saber el Funcionario:
-Los signos de admiración también cuentan.
Desde ese día el señor equis ya no felicita a nadie por el año nuevo. Solamente hace una inclinación de cabeza. Espera que los demás entiendan.
¡Hasta mañana!…

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