Armando Fuentes
6/01/16
La mamá de Babalucas preparó cuidadosamente la fiesta del día de los Reyes Magos. A más de la cena dispuso gorritos, serpentinas, todo lo necesario para que reinara la alegría. A Babalucas le hizo un encargo muy especial: «Ve y compra una buena cantidad de confeti -le dijo-. Te subes al segundo piso, y cuando lleguen los invitados les echas el confeti desde el barandal». Fue Babalucas a cumplir la encomienda, y se colocó oportunamente donde su mamá le había dicho, en espera de la llegada de los invitados. Se presentaron éstos todos juntos, y Babalucas hizo lo que su mamá le había dicho: todo lo dejó caer sobre los asistentes. Le gritó la señora, consternada: «¡Te dije confeti, Baba, no espagueti!». Un borrachito no había terminado aún de celebrar el Año Nuevo. Iba cae que no cae por el centro de la calle. Un policía le ordenó: «Camine por la acera, amigo». «¡Estás loco! -farfulló el beodo-. ¡Ni que fuera alambrista!». La hija de don Poseidón ingresó en el ejército. Un amigo al que hacía tiempo no veía le preguntó al señor: «¿Qué hace tu hija?». Contestó don Poseidón: «Es recluta. Está en un campamento militar». El otro, que no oía muy bien, respondió sombrío: «La mía es eso mismo, pero ella anda en la calle». El galancete trató de tomarse ciertas libertades con su chica. Le dijo ella, indignada: «¿Qué te sucede, Libidiano?». «Perdona, Susiflor -respondió el boquirrubio-. Como te pusiste pupilentes verdes pensé que era la señal de siga «… Jactancio, antipático sujeto, iba de traje y corbata. «¿A dónde vas?» -le preguntó un conocido (amigos no tenía). «A una fiesta sorpresa -respondió el tal Jactancio-. Se trata de una boda». El amigo se extrañó: «¿Cómo una boda puede ser una fiesta sorpresa?». «Sí -explicó él-. Fue una sorpresa que me invitaran». Rosilita, ya se sabe, es el equivalente femenino de Pepito. La niña quería tener un gatito, pero su mamá no se lo permitía. Enfermó de la garganta la pequeña, y el médico dictaminó que había que extirparle las amígdalas. Cuando Rosilita volvió en sí de la anestesia tenía el gatito en su cama. Su mamá le había conseguido uno, y se lo puso ahí como medio para divertirla en la convalecencia. Rosilita vio al animalito y exclamó con disgusto: «¡Qué forma tan idiota de tener un gato! ¡Y luego por dónde!». En el bar un tipo le contó a otro: «No disponía yo de dinero para comprarle un regalo a mi esposa en Navidad, pero se me ocurrió una idea. Le di una tarjeta que decía: Vale por una hora de sexo apasionado «. «¡Qué romántico! -exclamó el amigo-. Seguramente a tu esposa le gustó el detalle». «No sé -masculló el otro-. Apenas leyó la tarjetita me dijo muy contenta: ¡Ahora vengo, mi amor! ¡Voy a hacer efectivo el vale! «. Los sabios aseguran que no eran tres, ni eran reyes o magos, ni se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar. Pero ¿quién hace caso de los sabios? ¡A veces son tan necios! Yo estuve en la catedral de Colonia, y ahí vi la urna que contiene las reliquias de aquellos hombres de oriente que siguieron una radiante estrella hasta el portal de Belén. Más aún: mi padre me mostró en lo alto de la alta sierra de Zapalinamé el cortejo de los magos, que se acercaban ya a Saltillo para dejarme los regalos el día 6 de enero. Años después supe que las figuras que con tanta claridad veía yo: el caballo, el camello, el elefante, eran las siluetas de los pinos sobre el perfil de la montaña. Jamás, sin embargo, dejé de creer en aquellos reyes que, dicen, inventó San Beda. A ellos les pido ahora tres dones para México: paz, legalidad y justicia. Sólo espero que los magos no me pregunten: «Y ¿se han portado bien?». En la puerta de la cantina estaba un hombrón con una carretilla. El parroquiano que bebía en la barra le preguntó al cantinero: «¿Qué hace ese tipo ahí?». Le explicó el de la taberna: «Acecha a los que están bebiendo. Cuando uno se emborracha y queda privado de sentido ese hombre se lo lleva en la carretilla a las afueras y abusa de él. Tenga cuidado». «Eso no va conmigo -replicó, desdeñoso, el parroquiano-. Yo sé beber; jamás pierdo el sentido». Lo perdió, sin embargo, y cuando volvió en sí se encontró a bordo de la carretilla. «¡Epa! -le gritó espantado al grandulón-. ¿A dónde cree usted que me lleva?». Respondió con sonrisa siniestra el individuo: «No te llevo. Te traigo de regreso». FIN.
MIRADOR
José y María estaban en el portal de Belén con el Niño Jesús recién nacido.
Llegaron los pastores a adorar al Niño, y guiados por la estrella llegaron también los Reyes Magos.
Dijo el humilde José a la Virgen:
-Afuera están los reyes y los pastores. Piden tu permiso para entrar a ver al Niño. ¿A quiénes hago pasar primero?
-A los más importantes, por supuesto -le respondió María-.
José salió y regresó trayendo consigo a los monarcas. Dulcemente, en voz baja, lo reprendió María:
-José: te equivocaste.
¡Hasta mañana!…