Armando Fuentes
2/01/16
¡Feliz Año Nuevo! Con esa manida frase les doy a mis cuatro lectores un abrazo inédito, y les deseo que sus propósitos de cumplan. ¿Qué espero yo del 2016? Espero antes que nada el don de la vida. Me propongo vivirla bien para merecerla más. Le pido a Diosito bueno que me conserve la salud, precioso bien que me permite andar todavía del tingo al tango, como dicen. Quiero tener amor: recibirlo y -más importante aún- saber darlo. Aspiro a esa felicidad tranquila que no se manifiesta en una permanente y extática sensación de absoluto bienestar, sino en gratos momentos de sosegada dicha en la tibieza del hogar, en el íntimo coloquio sostenido con uno mismo, en la charla de los amigos, en los pequeños gozos que ofrece la vida cotidiana -el café de la mañana, la sensación del trabajo bien cumplido, la comida que se disfruta, el anhelado viaje, el encuentro con amigos y familiares, el rato ante la tele, el descanso después de la jornada-; en fin, todas esas cotidianas maravillas que la costumbre nos hace no advertir. Espero seguir disfrutando la naturaleza, pues creo que en ella está Él, o por lo menos su tarjeta de presentación. Me gustaría aprender a oír más -sé que no me lo agradecerá ninguno-, y aprender a hablar menos (sé que todos me lo agradecerán). Me gustaría ser puntual, aunque no haya nadie ahí para apreciar mi puntualidad. No hablaré mal del prójimo, ni me molestaré cuando el prójimo no hable bien de mí. Quiero ser parte de la alegría de los demás, y no de su tristeza; llevar conmigo paz, y no discordias. La vida está hecha por igual de risa y llanto: espero reír un poco más y moquear un poco menos. Finalmente, como escritor, mi propósito de Año Nuevo consiste en usar menos adjetivos. Así mis textos saldrán más tersos, pulidos, claros, fluidos, llanos, limpios, transparentes, naturales, fáciles, depurados, inteligibles y sencillos. Tales son mis propósitos de Año Nuevo. ¿Los cumpliré? Quién sabe. Algunos de los que acabo de escribir ya se me olvidaron. Una mujer de estatura procerosa se presentó ante el juez y se quejó de haber sido víctima de abuso sexual, con pérdida total de la virtud. Acusó del delito a un individuo de estatura tan baja que se manchaba la nariz con el betún de sus zapatos. Ese hombre, declaró la acusadora, la había forzado estando ambos de pie. Le dijo el juzgador a la mujer: «Me desconcierta usted, señora. Las leyes de la física, que han estudiado los sabios, desde Anaximandro hasta Zeeman, hacen pensar que la acusación de usted es falsa. ¿Cómo pudo forzarla ese individuo, si usted y él estaban de pie, o sea en posición vertical? El hombre no levanta del suelo un metro y medio, en tanto que usted alcanza casi dos metros de estatura. Deberá demostrar su acusación, señora. Facta non verba, hechos no palabras. Testis unus, testis nullus: un solo testigo es igual a ningún testigo. Sapiens nihil afirmat quod non probet, el sabio no afirma nada que no pueda probar. Por otra parte adhuc sub judice lis est, este pleito se halla aún en proceso, y quiero cuique suum tribuere, dar a cada quien lo suyo. Amicus Plato, sed magis amica veritas. Platón es amigo, pero me es más querida la verdad. Declare usted entonces para favorecer su causa, pro domo sua, y firme su declaración. Verba volant; scripta manent, las palabras vuelan, los escritos permanecen. Ya escucharé yo a la otra parte, audi alteram parte, aunque con precaución, pues bien sé que Omnis homo mendax, todo hombre es mentiroso, y dictaré mi sentencia sin caer en extremismos -in medio stat virtus, la virtud está en el justo medio- y sin rigor en la actitud, tomando en cuenta que la aplicación tajante del derecho puede ser causa de grandes injusticias, summum jus, summa injuria». La mujer escuchó aquella sarta de latinajos y se quedó in albis, o sea en blanco. «Explique usted -insistió el juez- cómo pudo violarla el acusado, si los dos estaban de pie y usted mide 1.95, sin zapatos, en tanto que el chaparro apenas llega a 1.50, y eso calzando botas vaqueras con tacón de doble altura». Respondió algo apenada la mujer: «Bueno, quizá me incliné un poquito».FIN.
MIRADOR
Plegaria.
Un pedazo de tierra para posar mi planta,
y ahí una huella sabia que conduzca la mía.
Un rincón en el cielo donde anidar mis ansias,
con una estrella, para saber que Tú me miras.
Sobre mi frente un techo; bajo el techo una llama;
un pan que nunca falte, y una esposa sencilla.
La esposa como el pan: alegre, buena, cálida;
el pan como la esposa, de suavidad benigna.
Un amigo y un libro. Salud, pero no tanta
como para olvidar que he de morir un día.
Un hijo, que me enseñe que soy Tu semejanza.
Sosiego en el espíritu… Gratitud en el alma…
Eso pido, Señor, y al final de la vida
dártelo todo, a cambio de un poco de esperanza.