Nuestros Columnistas Nacionales


De política y cosas peores


Armando Fuentes

30/09/15

Comentó un sujeto: «Sufro un grave problema sexual que me priva del trato con mujeres: no tengo dinero». Un oriental le dijo a otro: «Hola». Contestó el otro: «Un cualto pala las cuatlo». Manlio Fabio Beltrones dio voz al miedo que sienten los políticos ante el surgimiento de los candidatos independientes. A mí no me gusta que nadie tenga miedo, de modo que trataré de quitarle ese temor al nuevo gobernador de Sonora. Por principio de cuentas le diré que los candidatos independientes son también políticos, igual que él y los demás. En estricto sentido no son en verdad candidatos ciudadanos. Han militado en algún partido; la política ha sido su actividad central. Tal es el caso del Bronco de Monterrey y de casi todos los otros broncos. Raro será el ciudadano común que deje su empresa o su trabajo para lanzarse como candidato sin partido a ese sucio fregado en que los políticos han convertido a la política. Ahora bien: si hay candidatos independientes eso se debe en la mayoría de los casos a que sus partidos los postergaron y designaron a otro candidato en condiciones inequitativas, de desigualdad. Con frecuencia es el gobernador del estado el que trata de imponer a su candidato, generalmente para que le cuide las espaldas, y pone todo el aparato oficial y del partido al servicio de su delfín. En otras ocasiones es el centro el que designa al candidato sin atender las circunstancias locales. Muchas veces ambas formas de imposición resultan fallidas al final, como sucedió en Nuevo León con el aplastante triunfo de Jaime Rodríguez sobre el PRI. Por poderosa que sea la estructura oficialista de una entidad, por bien aceitada que esté la maquinaria del partido, los electores rechazan esas candidaturas impopulares que entrañan la instauración de un cacicazgo, o su perpetuación. Lo que el PRI y demás partidos han de hacer, si me permiten una humilde sugerencia, es escoger sus candidatos por medio de encuestas que midan la popularidad de cada uno de los aspirantes, el buen nombre de que goza en la comunidad y sus posibilidades de obtener el triunfo. La postulación de un candidato desconocido, con poco prestigio personal y que ha mostrado debilidad previa en las urnas es una aventura peligrosa que puede llevar al surgimiento de uno o varios candidatos independientes, con riesgo para la intentona oficialista. La opinión previa de los ciudadanos puede servir de certera predicción sobre el comportamiento futuro de los electores. A fin de cuentas son ellos los que deciden, no los gobiernos ni los partidos. Quienes vieron las barbas priistas de Nuevo León cortar deben poner las suyas a remojar. A propósito de encuestas recuerdo lo sucedido en Cuitlatzintli, el pequeño pueblo del que es cura párroco el buen padre Arsilio. Cierto día se presentó en la presidencia municipal una señora muy emperifollada. Lucía vestido de bombasí con aplicaciones de chaquira y lentejuela; medias de malla; zapatos de tacón aguja, y aunque hacía calor se cubría los hombros con una boa de plumas color fucsia. Traía colgado hasta el molcajete, según se dice de las mujeres que llevan exceso de quincalla, e iba tan unánimemente maquillada que parecía anuncio andante de la Sherwin-Williams. Mis cuatro lectores habrán adivinado ya a qué se dedicaba esa señora: era madama, o sea mujer que regenta un prostíbulo, burdel, ramería, casa de asignación, manflota, mancebía, sementerio o lupanar. Con el desparpajo propio de su oficio le anunció al alcalde que iba a poner en el pueblo un congalito. El edil se preocupó. Le dijo que Cuitlatzintli era lugar conservador, y no sabía si los vecinos permitirían que hubiera ahí una casa mala. «La mía es muy buena -acotó la mujer-. Tengo las mejores muchachas de la región». El alcalde, para salir del paso, le ofreció que haría un plebiscito o referéndum, lo cual fue aceptado por la suripanta a condición de que se hiciera exclusivamente entre los hombres. Convocó, pues, el munícipe a todos los ciudadanos varones del lugar, incluyendo al padre Arsilio. El buen sacerdote puso el grito en el cielo al conocer el propósito de aquella junta, pero aun así se llevó a cabo la votación. El resultado fue contundente. Votos a favor de que se pusiera el congal: 865. Votos en contra: 2. Gritó indignado uno de los vecinos: «¡Eh, no se vale! ¡El cura votó dos veces!». FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Esta luna de septiembre parece ya luna de octubre.
Dice la canción -y lo que dicen las canciones siempre es cierto- que «de las lunas la de octubre es más hermosa».
Aun así esta luna septembrina fue bellísima. Más allá de teatralidades de rojez o eclipse fue tan grande que escasamente dejó sitio para el cielo, pues lo llenaba todo, y apenas le permitió un poco de espacio para respirar.
Yo la vi y me sentí poseído de luna. Era como si las lunas de todos los meses, de todos los años, se hubiesen juntado en una sola luna. Su claror se te metía por los ojos y te llenaba el alma del cuerpo y el cuerpo del alma. Si en ese momento hubiera salido el sol, la luna lo habría hecho que se metiera otra vez.
Raras veces volvemos la mirada al cielo, atados como estamos a la tierra. Esta luna nos obligaba a ver hacia lo alto, como las agujas de las iglesias góticas. Yo no he podido bajar aún de las alturas a que esa luna me llevó. Cuando baje -si bajo alguna vez- diré de aquella luna de septiembre que parecía de octubre, a cuya luz me vi como hombre de diciembre que parecía de abril.
¡Hasta mañana!…

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