De política y cosas peores

Armando Fuentes

24/09/15

El esposo de doña Nidria, mujer más fea que una feminista de las de antes, se enteró de que su esposa le había puesto el cuerno con un compadre suyo. Habló con el sujeto, y los dos llegaron a un acuerdo: se la jugarían en un volado. «Ya entiendo -dijo Nidria, orgullosa de haber causado esa rivalidad-. Me iré con el que gane». «No -aclaró su marido-. Te irás con el que pierda». Capronio les mostró a sus amigos su nuevo departamento. Ahí tenía un enorme gong semejante al que hacía sonar un musculoso atleta en las películas de J. Arthur Rank. Preguntó uno: «¿Qué es eso?». Respondió el anfitrión: «Es un reloj». «¿Un reloj? -se extrañó el que preguntaba-. No le veo números ni manecillas». Dijo Capronio: «Mira». Y así diciendo hizo sonar el gong con estrépito tal que habría sacado a Carmen Salinas de su sueño en la Cámara de Diputados. Al punto se oyó una voz proveniente del departamento vecino: «¡Calla ese ruido, cabrón! ¡Son las 3 de la mañana!». Igual que San Felipe de Jesús, el de la higuera verdecida, San Juan Diego es un entrañable santo mexicano. Debería yo decir «San Juan Dieguito», pues la Guadalupana usó el diminutivo al dirigirse a él. Con cariño y respeto al mismo tiempo lo llamó «Juantzin» que es Juanito. A más de eso le dio el calificativo de «noxcoyouh», mi hijo menor. De esa palabra, y no de «coyote», viene el tierno vocablo «xocoyote» o «coyotito» con que en México los padres nombran al más pequeño de sus hijos. Esos datos acerca de Juan Diego, y muchos más igualmente interesantes, los supe por un libro que acabo de leer, verdaderamente hermoso. Su título es «Guadalupe, la Virgen florida», y lo escribió Carlos Eduardo Díaz, poeta, historiador, talentoso ex alumno de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, que tantos buenos comunicadores ha dado a este país. Tuve el honor de ir a sus aulas cuando era su director don Alejandro Avilés, gran escritor, gran mexicano. Este libro que digo no es de religión, sino de historia. En él aprendí que la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, a más de venerada estampa, es un códice para ser leído e interpretado por aquellos a quienes se dirigió: los mexicanos, a quienes la Virgen habló en su idioma, el náhuatl, no en el de los conquistadores. Doy gracias a Carlos Eduardo por ese bello libro cuya lectura me abrió al mismo tiempo los ojos del entendimiento y los del corazón. A lo que voy es a decir que inexplicablemente el nombre de Juan Dieguito, hombre humilde y manso de corazón, es usado en un dicho mexicano con tono de riesgo o amenaza: «Se te apareció Juan Diego». Pues bien: parece ser que al PRI y a su contlapache, el maligno, maleante, malviviente, maléfico, maldadoso, malhechor, malvado y malandrín Partido Verde, se les apareció Juan Diego en la persona de los candidatos independientes. Ahora el sistema busca ponerles toda suerte de trabas e impedimentos a fin de que no representen competencia para los candidatos oficialistas. Por eso está muy puesta en razón la carta que publicaron destacados intelectuales, en la cual denuncian a los estados del país cuyos congresos han legislado mañosamente para hacer casi imposibles las candidaturas independientes. Con eso estorban el desarrollo democrático de México y contribuyen a la instauración de un monopolio político inadmisible en este tiempo. Repruebo virilmente -toda proporción guardada- esa canallada política. Y vaya que no me quedaron ganas de reprobar nada después de haber reprobado Aritmética en primaria, Álgebra en secundaria, y Trigonometría en la preparatoria. (¡Ah, esas matemáticas! No dejo de reconocer su utilidad, pero cuando siento la insana tentación de añorar mi niñez y juventud simplemente recuerdo los tormentos y torturas que en la escuela sufrí por causa de algunos malos maestros de esa ciencia, y entonces desaparece todo asomo de nostalgia de esos años). Nunca hay estrés en presencia de una copa de tequila. Un año tenía de casada la joven esposa cuando dio a luz triates. Le comentó a su mamá: «Dice mi marido que esto sucede solamente una de cada mil veces». «¡Qué barbaridad! -exclamó la señora escandalizada-. ¿En un año te folló mil veces?». FIN.

MIRADOR.
Uno de los más grandes tesoros materiales que en mi casa tengo es una pelota autografiada por Don Larsen y Yogi Berra el 8 de octubre de 1956, día en que el gran pitcher de los Yanquis de Nueva York lanzó su juego perfecto contra los Dodgers de Brooklyn, el único en la historia de las series mundiales.
Encontré esa pelota en una tienda de antigüedades en Las Vegas, y pagué sin regatear lo que el anticuario me pidió por ella. Está puesta en un cuadro junto con la histórica fotografía donde Yogi se precipita sobre Larsen en jubiloso abrazo al terminar el juego. Llevaba en mis manos el cuadro cuando en la línea de revisión del aeropuerto una inspectora me dijo: «No puede usted sacar del país esa pelota. Es una antigüedad». Yo recordé una de mis lecturas de ese tiempo. Contesté: «En los Estados Unidos un objeto debe tener más de 50 años para ser considerado antigüedad. A esta pelota le falta un año para cumplir el tiempo». «Espere aquí» -me indicó la mujer. Entró en una oficina, salió poco después y me dijo: «Tiene usted razón. Puede pasar».
Ahora estoy mirando la pelota. En ella me parece ver el rostro de Yogi Berra, ese ángel disfrazado de pelotero de beisbol.
¡Hasta mañana!…

Share Button