Armando Fuentes
14/08/15
El galán y la muchacha se pasaron al asiento de atrás del automóvil y se entregaron a ardientes arrebatos de voluptuosidad concupiscente y a locos delirios de frenética libidinosidad. Cuando todo terminó y ambos recobraron el sentido de la realidad ella se dio cuenta de que el automóvil estaba inclinado. Se asomó por la ventanilla y le dijo al muchacho: «Se le salió el aire a una llanta». «¡Ah qué bueno! -exclamó él con alivio-. ¡Todo el tiempo estuve creyendo que ese ruido lo hacías tú!». El hombre de edad madura que finalmente vio la luz de la fe clamó en el templo: «¡Hermanos! ¡Encontré el camino de la salvación! ¡Maté al monstruo de la soberbia, al monstruo de la envidia, al monstruo de la lujuria.!». «Una pequeña aclaración, hermanos -intervino la esposa del señor-. Ese último monstruo murió de muerte natural hace 20 años». Afrodisio Pitongo le contó a un amigo: «Estoy muy preocupado. El médico me dijo que si sigo persiguiendo mujeres me voy a morir». «No es posible -se sorprendió el otro-. Eres joven; te ves sano, robusto, lleno de vida». «Sí -admitió el salaz sujeto-. Pero su mujer es una de las que he estado persiguiendo». El abuelo les comentó a sus nietos: «Lo primero que perdí fue la memoria. Y lo segundo que perdí fue la memoria». Simpliciano, joven varón sin ciencia de la vida, invitó a Pirulina: «Vamos a lo oscurito». Ella aceptó de muy buen grado, pues gustaba de escarceos, devaneos, besuqueos, pitorreos, cachondeos y guacamoleos. Ya en lo oscurito propuso Simpliciano: «Vamos a aquel rincón. Está más oscuro». Pirulina lo siguió, ganosa de alguna acción de carácter erótico-sensual. Cuando llegaron al caliginoso sitio Simpliciano le dijo muy orgulloso a la esperanzada chica: «¡Mira! ¡Las manecillas de mi reloj brillan en la oscuridad!». Se hablaba en el club de las cosas que hacen la felicidad. Declaró don Algón: «A mí denme mi equipo de golf, un buen libro y una muchacha linda. Con eso seré feliz». Hizo una pausa y añadió: «Es más: si me dan la muchacha linda pueden quedarse con el buen libro y con el equipo de golf». Pepito le contó a su mami: «Pasé por un table dance, y me asomé al interior». «¡Válgame el Cielo! -exclamó la señora-. Y ¿viste algo que no debías ver?». «Sí -respondió el niño-. Vi a mi papá». Don Geroncio y doña Pasita fueron a hablar con el buen padre Arsilio. «¿Recuerda, señor cura -le preguntó el anciano-, que le dijimos que estábamos tristes porque nuestra vida amorosa había terminado? Pues fíjese usted que ayer, de pronto, regresó. Vi a mi señora inclinada sobre un costal de papas, me abalancé sobre ella y ¡zas!, aquello fue como en nuestros mejores años. ¿Nos va usted a echar de la iglesia?». «Claro que no -sonrió el sacerdote-. Son marido y mujer». Dijo la viejecita: «Porque del súper sí nos echaron, padre». Rocko Fages y Amaz Ingrace, predicadores, estaban al lado de la carretera. Sostenían una manta que decía: «¡El final está cerca! ¡Vuelve sobre tus pasos o perecerás!». A los automovilistas eso no les gustaba, y les gritaban: «¡Locos!» o: «¡Fanáticos!». Pero luego de esos gritos se oía un ¡splash! Le dijo el reverendo Rocko, preocupado, al pastor Amaz: «Hermano: quizá deberíamos cambiar este letrero por otro que diga: El puente está caído. Dé la vuelta «. Don Poseidón, labriego acomodado, viajó a la ciudad con el propósito de hacerse reconocer por un doctor. Cuando volvió al rancho sus amigos le preguntaron qué le había dicho el médico. Respondió él: «Pos quesque tengo alta presión. Y sí ha de ser, porque me ando aventando unos truenotes brutos». He relatado aquí la historia de aquel señor de edad madura que le propuso matrimonio a una mujer joven. Le dijo: «Me caso contigo para que me cuides. A cambio te nombraré mi única heredera». Poco después de la boda el señor faltó a su casa. La esposa se enteró de que llevaba ya dos días en la cantina, y fue a buscarlo ahí. El hombre se molestó bastante. Adujo ella: «Usted me dijo que se casó conmigo para que lo cuide». «Para que me cuides -respondió el señor-, pero no para que me andes cuidando». Pues bien: la mexiquense Carolina Monroy fue designada secretaria general del PRI no para que cuide a Manlio, pero sí para que lo ande cuidando. FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Picasso terminó de pintar el retrato de una mujer joven.
-¡Ahora sí! -le ordenó a la modelo-. ¡A parecerse!
Oscar Wilde dijo algo más que una boutade cuando afirmó aquello de que no es el arte el que copia a la naturaleza, sino la naturaleza la que copia al arte. Los hombres empezaron a admirar los crepúsculos sólo hasta que los pintores empezaron a plasmarlos en sus telas.
Los artistas -poetas, músicos, pintores, lo que sean- tienen el don de ver ahí donde los mortales comunes no miramos. Son ellos los que nos revelan la belleza que de otro modo no captaríamos.
Llenen ellos el mundo con su arte -cántenlo, tóquenlo, píntenlo- y luego ordénenle:
-¡Ahora sí! ¡A parecerse!
¡Hasta mañana!…