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De política y cosas peores


Armando Fuentes Aguirre

21/01/15

Éste es el pícaro cuento del conejito y el topo. Sus respectivas cuevas estaban cerca una de la otra. Cierto día el topo le propuso al conejo: «Juguemos unas carreras de mi casa a la tuya. Te daré una ventaja: tú correrás por arriba de la tierra; yo iré cavando por abajo. El que llegue primero tendrá derecho a aprovecharse carnalmente del perdedor». El conejito aceptó la apuesta, y el topo dio la voz de arranque. El conejo echó a correr hacia el otro hoyo. Cuando llegó ya lo estaba esperando ahí el topo. En los términos de la apuesta -Vae victis!- el conejito se sometió al erótico deseo del vencedor. Acabado el trance el topo le preguntó: «¿Quieres la revancha?». El conejo aceptó el reto. De nueva cuenta cuando llegó al otro hoyo ya lo esperaba el topo, que otra vez lo hizo objeto de su instinto. Lo mismo sucedió en tres o cuatro ocasiones más: cuando el conejo llegaba al hoyo ya estaba ahí el topo, que lo victimizaba repetidamente. Una zorra que veía aquello le dijo al conejito: «¡Sí serás indejo! ¿No te has dado cuenta de que son dos topos, cada uno en un agujero? Cuando llegas ya te está esperando uno de ellos, y te hace objeto de sus lujuriosos rijos. Ya deja esto». «¡Ah no! -respondió el conejito con atiplada voz y haciendo un delicado ademán-. ¡Deudas de juego son deudas de honor!». El Papa Francisco declaró que los matrimonios católicos no deben llenarse de hijos, como los conejos. Al mismo tiempo, sin embargo, reafirmó la tesis de la Iglesia, contraria al uso de medios artificiales para evitar la concepción. Es decir adopta una postura de «sí pero no». Lo mismo hizo en el caso de los gays. Preguntó: «¿Quién soy yo para juzgarlos?». Su frase hizo concebir esperanzas acerca de una mayor apertura de la Iglesia en relación con las personas de orientación homosexual. Pero al regreso de su viaje a Filipinas habló de insidiosas amenazas que se ciernen sobre la familia, lo cual fue interpretado como alusión al caso de los llamados matrimonios gays. Otra vez sí pero no. Dos facetas presenta Francisco: por un lado asume una actitud aparentemente de avanzada que algunos han llegado a calificar de populista; por el otro se muestra tan conservador como el pontífice que lo antecedió. Más temprano que tarde tendrá que decidir entre ambas posiciones. No se puede navegar a dos aguas; es imposible dar gusto por igual a los progresistas y a los partidarios de la tradición. Ni siquiera un jesuita puede lograr eso. Yo espero que el Santo Padre (así decía siempre mi inolvidable tío Refugio al referirse al Papa) opte por una renovación que no sólo ponga a la Iglesia a tono con nuestra época, sino que también -más importante aún- concilie su doctrina y sus acciones con el espíritu original del cristianismo, que es de caridad, de compasión, de amor. ¡En qué honduras te has metido, insensato escribiente! No conforme con pretender orientar a la República ahora te atreves a dar moniciones a quien es cabeza de la Iglesia, alguien que aparte de su sabiduría personal y del consejo de su curia cuenta con la inspiración directa del Espíritu Santo. ¡Habrase visto! Ea, limítate a cumplir en la escasa medida de tus posibilidades el papel que te corresponde, de juglar de pueblo, y después de narrar dos o tres chascarrillos más busca algún retirado apartamiento para hacer penitencia por tu vanidad. Un financiero sorprendió a su esposa en concúbito irregular con un sujeto. Le preguntó, dolido: «¿Por qué haces esto?». Explicó ella: «La demanda ha crecido últimamente, y tus posibilidades de inversión se han reducido casi totalmente. Decidí entonces entrar en el mercado libre»… Una amiga de Babalucas comentó en el restorán: «Los ostiones me saben a mar». «Sí -dijo el pasmarote-. Son bastante cariñosos»… El papá de Pepito le preguntó: «¿Ya sabes acerca de las abejitas y los pajaritos?». Declaró el chiquillo: «No sé nada acerca de ellos, y no quiero saberlo». Sorprendido inquirió el genitor: «¿Por qué?». Respondió el chiquillo: «A los cuatro años supe que el ratón de los dientes es mentira. A los cinco me enteré de que la coneja de la Pascua es invención. A los seis descubrí que no hay Santa Clos. Si ahora me dices que el sexo no existe perderé la única razón que tengo para seguir viviendo»… FIN.

MIRADOR.
Durante muchos días el invierno fue invierno en el Potrero. Apareció la neblina y nos desapareció. Se borró el paisaje; la montaña ya no fue. Todos los seres y las cosas dejaron de ser cosas y seres.
Por fin ayer salió el sol. Se levantó de pronto sobre los picos de Las Ánimas, y el mundo se levantó con él. El caballo, la vaca y las ovejas volvieron a relinchar, a mugir y a balar, cada uno según su partitura. La tristeza de los pájaros, que pensaban que el cielo había muerto, se convirtió en canción. Otra vez sonó la melodía de los niños en la escuela: «Dos por una dos; dos por dos cuatro…». De nuevo en los tendederos de las casas ondearon las banderas jubilosas de la ropa que las mujeres ponen a secar.
Yo di gracias a Dios por este sol; por el caballo, la vaca y las ovejas; por el cielo y los pájaros; por las mujeres y los niños… Igual le di las gracias por los días de invierno y por la niebla: me hicieron regresar a mí mismo; me regalaron su deleitosa soledad.
Ahora me doy cuenta de que me paso los días dando gracias.
Ésa, en verdad, es una gracia.
¡Hasta mañana!…

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