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De política y cosas peores
19/01/2019 – CIUDAD DE MÉXICO 18-Jan-2019 .-«Mi esposa yo tenemos una absoluta compatibilidad sexual -declaró don Chinguetas en el bar-. A mí me encanta el erotismo, y ella hace cualquier cosa con tal de no estar en la cocina». El relojero le informó a Babalucas: «Este reloj es automático, digital, antimagnético y a prueba de golpes. Además puede usted bañarse con él». «¿De veras? -se interesó el badulaque-. ¿Cuál es el botón del agua caliente?». De regreso de la luna de miel la recién casada le dijo a su maridito: «No quiero que nuestro matrimonio sea aburrido. Te propongo que salgamos tres noches por semana». «Me parece muy bien» -aceptó él. Continuó la flamante desposada: «Tú saldrás los lunes, miércoles y viernes, y yo los martes, jueves y sábados». Algo de mucho mérito debo haber hecho en otras vidas, pues que Diosito bueno me premió haciéndome nacer en Tierra Santa. En Saltillo, quiero decir. De no haber venido al mundo en ese paraíso me habría gustado ver la primera luz en Monterrey, así de generosa ha sido conmigo la capital de Nuevo León. Me ha dado pan para poner sobre mi mesa y amigos para poner dentro de mi corazón. Hago la cuenta de quienes me enseñaron el oficio con que me gano la vida, con que la vida me gana, éste del periodismo, y encuentro que todos son regiomontanos, ya de nacencia, ya por adopción: José Alvarado; Carlos Herrera Álvarez -fue él quien me asestó el remoquete de «Catón»-; Cipriano Briones Puebla; Rubén Díaz de la Garza; Rogelio Cantú Leal; Francisco Cerda; Alejandro Junco de la Vega; Ramón Alberto Garza; Silvino Jaramillo; Rafael Domínguez García; José Luis Esquivel; Jorge Pedraza… Muy elevados los maestros; a la altura del suelo el aprendiz; qué se le va a hacer. Tantos recuerdos bellos tengo en Monterrey que no me alcanzaría el tiempo para recordarlos. Por todo lo que llevo dicho me apena y me preocupa todo aquello que daña a la noble y leal ciudad. Ayer, por ejemplo, fui de Saltillo a Monterrey. Desde la cuesta llamada de los Muertos vi a la urbe cubierta por una densa capa de esmog que impedía mirar las montañas épicas que dijo Othón y ocultaba a la vista el Cerro de la Silla propiedad de don Alfonso Reyes. Grave es la contaminación en Monterrey, quizá más que en la Ciudad de México. Por el bien de sus habitantes ese problema debe ser objeto de estudio a fin de buscar maneras de disminuirlo. Seguramente la Universidad Autónoma de Nuevo León, una de las más prestigiosas instituciones educativas del país, podrá ofrecer propuestas al respecto. Mientras tanto yo hago una sugerencia a los queridos regiomontanos: procuren respirar lo menos posible. Capronio les contó a sus amigos: «Mi esposa cumplió años ayer, y le di un regalo sorpresa». «¿De veras? -se interesó uno-. ¿Qué le regalaste?». «Una plancha». -contestó Capronio. «¿Una plancha? -se extrañó el otro-. ¿Acaso una plancha es un regalo sorpresa?». «Sí -dijo Capronio-. Ella esperaba un automóvil». El doctor Dyingstone, misionero patrocinado por las Iglesia de la Tercera Venida -no confundir con la Iglesia de la Tercera Avenida, que permite a sus feligreses cometer adulterio a condición de que sea con alguien de la congregación-, fue a llevar la luz de la fe a los pobrecitos paganos del África. Los pobrecitos paganos del África eran tan pobres que lo apresaron y lo metieron en un caldero para comérselo. Metido hasta los hombros en el agua estaba el misionero cuando llegó el chef de los caníbales. Llevaba un gran repollo, una coliflor de buen tamaño, tres zanahorias grandes, una calabaza y varios chayotes. Le dijo el cocinero al doctor Dyingstone: «Hágame el favor de voltearse, caballero. El recetario dice que las verduras son para el relleno». FIN.