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De política y cosas peores


17/01/2019 – «Entre las almas y entre las rosas hay semejanzas maravillosas». Así dice la letra de una bella canción cuya música hizo Ricardo Palmerín. En igual forma, entre otras cosas hay semejanzas harto curiosas. Terminar el aeropuerto de Texcoco es comparable a llevar la gasolina a través de ductos. En cambio transportar el combustible en pipas se puede equiparar a convertir el campo militar de Santa Lucía en el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. Lo de Texcoco y los ductos es más económico, práctico y seguro. Lo de Santa Lucía y las pipas implica costos considerablemente mayores y presenta inconvenientes y riesgos mucho más grandes. Un ejemplo: casi el mismo día en que López Obrador anunció la compra de 500 pipas sucedió que una con 62 mil litros de gasolina fue asaltado y robada en el camino. Habrá que pensar en los problemas de todo orden y desorden que traerá consigo la circulación de un elevado número de pipas por las carreteras nacionales. Y eso por la ocurrencia de un solo hombre que sin estrategia alguna ordenó cerrar los ductos como medio para combatir el huachicoleo, medio que está probando ya ser ineficaz. En este caso, como en el de los aeropuertos, el Gobierno -o sea AMLO- parece estar dando palos de ciego. Y, como dice Babalucas, no hay peor ciego que el que no quiere oír. La pequeña Rosilita vio a Pepito hacer pipí. «Qué práctico -fue su comentario-. Me habría gustado ser niño en vez de niña». Le dijo Pepito: «Eso debiste haberlo pensado antes de que te bautizaran». El gerente de la empresa de don Algón le preguntó al jefe de personal: «¿Cuántos empleados tenemos, por sexo?». Le informó el encargado: «Empleada por sexo tenemos nada más a la secretaria del patrón. Todos los demás entraron por sus méritos». Al año de casados el marido le preguntó a su esposa: «Dime con franqueza, Facilisa: ¿cuántos hombres ha habido en tu vida?». Respondió la señora: «Solamente 10. Te los diré por orden de antigüedad: Antonio, Marco, Pedro, tú, Felipe, Alfonso, Gerardo, Pablo, Ernesto y Luis.». Himenia Camafría, madura señorita soltera, recordó saudosa: «Los novios que tuve fueron unos ángeles». Preguntó alguien: «¿Muy buenos?». «No -aclaró la señorita Himenia-. Todos volaron». Don Chinguetas, hombre dado a deleites fornicarios, le propuso a la hermosa Dulcibel: «Te invito a pasar un fin de semana en mi departamento de Acapulco». «Lo siento -respondió ella con acritud-. No acostumbro salir con hombres casados». Precisó don Chinguetas: «No vamos a salir». El buen padre Arsilio fue a la tienda de la esquina y le pidió a la linda dependienta unos nachos y un refresco. La chica, que vestía una brevísima minifalda, subió por una escalera a bajar el frasco de los chiles jalapeños, que estaba en lo alto de un estante, y al hacerlo dejó a la vista el doble y ebúrneo encanto de su túrgido derrière. Con ello el voto de castidad del padre Arsilio sufrió una abolladura. Ella notó el predicamento en que había puesto al párroco -ellas lo notan todo- y le dijo confusa y apenada: «Perdone usted, señor cura. Lamento haberle dado a ver lo que ha de estar oculto a sus miradas». «No te disculpes, hija -la tranquilizó don Arsilio-. Al igual que San Antonio estoy muy por encima de esas tentaciones. Mi sagrado ministerio es coraza, yelmo, escudo y grebas que me protegen contra los malos pensamientos, y mis diarias penitencias y oraciones constituyen un recio valladar que me pone al amparo de los embates de la carne». «Qué bueno -suspiró con alivio la muchacha-. Pero recuérdeme, padre: ¿qué fue lo que me pidió?». Contestó el párroco: «Unas nachas y un refresco». FIN.

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