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De política y cosas peores
11/01/2019 – El cuento que abre hoy esta columnejilla es de aquellos que los franceses llaman «risques», o sea que entrañan algún riesgo. Doña Tebaida Tridua lo leyó y fue víctima de una subitánea paroniquia. Esa repentina inflamación de dedos, y la actual escasez de gasolina, impidieron que la ilustre dama saliera de su casa durante varios días. He aquí el malaventurado cuento. Las personas de criterio estricto deben saltarse hasta donde dice: «No le entraba ni el hacha». Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, conoció a una linda chica y fue con ella a «Los deliquios de Venus», motel de corta estancia. Ahí le pidió que hicieran el amor en la posición que en inglés se conoce como «doggie style» y que en los países hispanohablantes es llamada «de perrito». A esa postura erótica los latinos la nombraban «coitus more ferarum», coito a la manera de las fieras. Ella se mostró escandalizada. «¡Soy una chica decente! -protestó iracunda-. ¡Jamás lo haré en esa impúdica manera contraria a la moral y a la naturaleza! Además siempre que lo hago así me duelen las rodillas y los brazos». Avaricio Cenaoscuras es el hombre más ruin de la comarca. Una vecina suya lo denunció por acoso sexual. «Me llevó a su casa -se quejó ante el juez- y me emborrachó para abusar de mí». Preguntó el juzgador: «¿Qué le dio a beber?». «Nada -respondió, mohína, la mujer-. Solamente me dio vueltas y vueltas». «No le entraba ni el hacha». Así decía don José de la Luz Valdés, originario y vecino de Arteaga, Coahuila, al hablar de don Venustiano Carranza. Lo conoció muy bien. Luchó a su lado en la Revolución Constitucionalista. Exaltaba las virtudes de honestidad y austeridad del Varón de Cuatrociénegas, pero también hacía mención de su carácter obstinado. «Cuando se le metía una cosa en la cabeza no había poder humano que se la sacara. No le entraba ni el hacha». Tuve el honor de tratar a don José de la Luz en los años finales de su vida. Mis pequeños hijos se encantaban oyendo sus relatos de batallas. Había a quienes no les gustaban tanto los decires del veterano mílite, que no sabía de circunloquios o eufemismos y llamaba a las cosas por su nombre. En cierta ocasión una comisión de intelectuales de Saltillo -había dos- visitó en la Ciudad de México a un escritor famoso. Con ellos iba don José de la Luz, que conocía bien la Capital. El literato a quien iban a ver era hombre de edad madura, octogenario ya, pero merced a su fama y su fortuna se había casado con una hermosa mujer de abundantes y proficuas carnes que contaría a lo más 35 años. «Por mis achaques -les dijo el escritor a sus visitantes- me veo precisado a tener mi recámara en el primer piso. Mi esposa, en cambio, duerme en la segunda planta. A medias de la noche me despierto y oigo suspiros, ayes y quejidos. Son los fantasmas que habitan en esta antigua casa». Don José de la Luz le sugirió al escritor: «Pues tenga usted cuidado, don Fulano, porque hay cosas que hacen los vivos y les echamos la culpa a los muertos». Pues bien: lo mismo que don José decía de Carranza podemos decir nosotros de López Obrador. También él muestra la honestidad austera de don Venustiano, e igualmente a él no le entra ni el hacha. Cuando una cosa se le mete en la cabeza no hay poder humano que se la saque. Tal empecinamiento de AMLO ¿será para bien o para mal? Eso todavía está por verse. Pepito le preguntó a su tía soltera Lilibel: «¿Por qué no has tenido hijos?». Respondió ella con una sonrisa: «Porque no me los ha traído la cigüeña». Le indicó Pepito: «Y menos te los va a traer si sigues creyendo en esas pendejadas». FIN.