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De política y cosas peores
10/01/2019 – Meñico Maldotado se llamaba. La naturaleza se mostró avara con él en la región correspondiente a la entrepierna. Fue a consultar a un médico que, le aseguraron, elaboraba una milagrosa crema capaz de elongar hasta en un jeme la susodicha parte. Le explicó Meñico: «Me da vergüenza, doctor, que me vean mis amigos en el baño de vapor del club». «Y dígame -inquirió el facultativo-, su cosa ¿le funciona bien?». «Perfectamente -respondió Meñico-. En eso no tengo problema». «Se la cambio -propuso entonces el galeno-. La mía luce mucho en el baño de vapor del club, pero hasta ahí». Don Astasio está triste. ¿Qué tendrá don Astasio? Les contó a sus amigos: «Mi esposa me informó que en adelante haremos el amor sólo una vez al mes. Dice que es por la nueva austeridad republicana». «Pues te fue bien -lo consoló uno de ellos-. A nosotros nos programó nada más una vez por bimestre». Dios ama a los que cantan bien, y nos perdona a los que cantamos mal. En otros tiempos yo fui buen cantor. Al decirlo quizá falto a la modestia, pero no a la verdad. En el coro infantil de mi colegio era uno de los tres solistas que entonábamos las estrofas del himno del prestigioso plantel lasallista: «A ti Ignacio Zaragoza, colegio invicto y triunfante.». Cada uno de los tres llevaba en el pecho una gran letra de cartón forrado con papel de plata para formar las iniciales CIZ. Juan Antonio Valdés portaba la C, yo la I y Gerardo López Malacara la zeta. De eso hace siete décadas, y a Gerardo le seguimos diciendo todavía «La Zeta». Pasaron los años -¡qué bien saben pasar los desgraciados!- y entonces le canté a mi novia. No tenía yo para pagar un trío, y menos un mariachi. Me presentaba, pues, ante su ventana sin más compañía que la de mi guitarra y le cantaba las canciones de amor que se usaban en las serenatas saltilleras, todas de autores locales. «Inspiración», de don Antonio Yeverino: «Eres la inspiración de mi vida, de mi vida que es para ti.». «Quisiera», del inolvidable Chato Izaguirre: «Quisiera ser rayo de luna que incite en tus ojos destellos de amor, quisiera como ella mirarte, poder contemplarte con mudo fervor.»; «Sol tempranero», de Medrano y Bárcenas: «Como un sol tempranero radiante de luz, así, niña adorada, así has llegado tú.». Pues bien: han de saber mis cuatro lectores que recientemente volví a cantarle a mi novia. Sucedió en la FIL de Guadalajara. Acabada la presentación de mi libro «Teologías para ateos» mis bondadosísimos amigos de Planeta me pidieron que los acompañara al stand de la editora. Al llegar ahí nos abrimos paso entre un nutrido corro de personas. Y he aquí que de pronto sonaron las vibrantes notas de un mariachi que entre los aplausos de la concurrencia empezó a cantar Las Mañanitas. ¡Esa bella sorpresa me tenían preparada mis editores con motivo de mis 80 años! Y entonces sucedió algo que no habré de olvidar nunca. Iba conmigo mi novia María de la Luz -según me dicen es ahora mi esposa-, y les pedí a los integrantes de aquel espléndido mariachi (hasta arpa tenía) que me acompañaran a cantarle «Toda una vida», nuestra canción desde que nos casamos. Se la canté, si no con la misma voz de hace más de medio siglo sí con el mismo amor. Los edecanes de la FIL me dijeron después que hubo lágrimas en los ojos de muchos de los que ahí estuvieron. Algunas cosas cambian -la voz ¡ay! entre ellas-, pero otras llevan en sí la eternidad. La música es una de ellas. El amor es otra. Doy gracias a mis generosos editores de Planeta por el regalo de música que me ofrecieron, y doy gracias a mi novia de toda la vida por el regalo de amor que cada día me da. FIN.