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De política y cosas peores
9/01/2019 – La televisora más importante del país interrumpió de súbito sus transmisiones. Un locutor apareció en pantalla y anunció: «Tenemos dos noticias: una mala y una buena. La mala es que nos acaba de invadir un ejército de dos millones de marcianos. La buena es que comen políticos y mean gasolina». Cientos de miles de conductores de vehículos están sufriendo por estos días molestias de todo orden a causa de la falta de gasolina en varios Estados del país. La justificada irritación de esos ciudadanos se reflejará seguramente en el índice de popularidad de López Obrador. En efecto, la estrategia de AMLO para combatir el llamado huachicoleo, lo de cerrar los ductos que llevan el combustible, ha sido objeto de general reprobación. A la prima Celia Rima, versificadora ocasional, se le ocurrió el siguiente comentario: «Si tal proceder espulgas / verás que entraña un gran yerro: / es necio matar al perro / para quitarle las pulgas». Transportar la gasolina en pipas no sólo es sumamente caro: es además impráctico, tardado y sujeto a toda suerte de corrupciones y problemas de seguridad. Estamos en presencia de uno de esos casos en los cuales, como dice el dicho, saldrá más caro el caldo que las albóndigas. Todo esto, sin embargo, es sólo un incidente pasajero. Lo que debe inquietarnos en verdad es la actitud de López Obrador, que sigue mostrándose prepotente, omnímodo, desdeñoso de la opinión ajena y dueño único de la verdad. Durante siete décadas los mexicanos vivimos bajo un régimen que algo tenía de dictatorial: el del PRI. Pero aquella llamada dictadura, si bien harto corrupta, era casi siempre benévola y eficiente a su manera. ¿Llegaremos a vivir otra etapa semejante, quizá con menos corrupción pero sin la benevolente postura de aquel pasado régimen y sin su pragmática eficiencia? Espero de todo corazón estar equivocado inclusive al plantear esa ominosa pregunta. «Papá: perdí mi doncellez». Don Poseidón estaba leyendo el periódico del día cuando su hija Floribel le hizo esa repentina confesión. Sin apartar la vista de la página preguntó el viejo: «¿Ya la buscaste abajo de la cama?». Muchos y muy variados nombres tiene el pavo en México. Recordemos algunos, entre otros: cócono, guajolote, totol, pípilo, gallopavo, concho, mulito. Pues bien: hace unos días dos pavos estaban conversando. Uno le dijo al otro: «Será bueno ponernos a dieta durante el año. ¿No te fijaste que en la temporada de Navidad todos los gordos desparecieron?». Don Academo, maestro de Gramática, llegó a su casa y encontró a su esposa en coición adulterina con un desconcido. La pecatriz, confusa, empezó a farfullar: «Yo. Tú. Él. Nosotros.». Don Academo la interrumpió, severo: «Primero las explicaciones, mujer; luego las conjugaciones». El doctor Duerf, célebre analista, era el siquiatra de doña Macalota, la esposa de don Chinguetas. Al terminar la sesión del día le indicó: «Mañana trabajaremos con el inconsciente». Replicó ella: «No creo que mi marido quiera venir». Una mujer entró en el bar, se sentó frente a la barra y le pidió al cantinero un whisky doble. Eso no habría tenido nada de particular de no ser porque la dama iba completamente en pelotier, quiero decir desnuda, descalza de los pies a la cabeza. Es natural que el tabernero se le haya quedado viendo fijamente. Eso molestó a la recién llegada. Con áspera voz le preguntó al sujeto: «¿Qué? ¿No ha visto nunca una mujer desnuda?». «Muchas he visto, bendito sea el Señor -replicó el hombre-. Pero me estoy preguntando de dónde va a sacar el dinero para pagar el whisky». Inepcio le propuso a su señora: «Vamos a echarnos un rapidito». «Contestó ella fríamente: «¿Acaso sabes de otros?». FIN.