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De política y cosas peores
3/01/2019 – Don Valetu di Nario, señor de edad madura, profesaba las doctrinas naturistas. Creía por lo tanto en las virtudes curativas del Sol, al que consideraba poderosísimo agente terapéutico. Guiado por ese pensamiento todos los días tomaba un baño de sol, y cuando el Cirque du Soleil llegaba a su ciudad no se perdía ninguna de sus funciones. Una mañana don Valetu salió al jardín de la casa a fin de someterse a su cotidiana sesión de helioterapia. Se tendió como Dios lo trajo al mundo, o sea desnudo, en una colchoneta que para el efecto tenía ahí dispuesta. Aconteció, oh desgracia, que en ese preciso momento llegó un crabrón y se fue directamente al atributo varonil del añoso caballero. Nadie piense lo que no debe pensar. Un crabrón es una especie de avispa mayor que las comunes, y más agresiva que éstas. El belicoso insecto picó al señor Di Nario en la parte que antes dije, con el consiguiente dolor e hinchazón del aludido miembro. El piquete del desgraciado crabrón hizo que don Valetu profiriera un sonoroso grito que su esposa alcanzó a oír. Acudió la mujer a toda prisa; vio lo que le había sucedido a su consorte y un pensamiento surgió al punto en su mente. En eso dijo el lacerado: «Voy a poner mi bálano en agua helada. Con eso se calmará el dolor». «¡Oh no! -se apuró la señora-. ¡Podría quitársete la inflamación, y ésa hay que aprovecharla!». He hablado aquí otras veces de don Simón Arocha, ingeniosísimo, amabilísimo señor del norte de mi natal Coahuila. Tenía socarronas gracejadas que han dejado memoria perdurable. Preguntaba, por ejemplo, por qué teniendo Nuestro Padre Dios sabiduría omnisciente había cometido sin embargo cuatro errores gravísimos e inexplicables. El primero: ¿cómo era posible que lloviera en el mar y no lloviera nunca en Piedras de Lumbre, su rancho? El segundo error divino era igualmente difícil de entender. Dios nos puso el chamorro en la parte de atrás de la pierna. Funesta equivocación. Si nos lo hubiera puesto por delante nos habríamos evitado esos dolorosos golpes que a veces nos damos en las espinillas. Puesto atrás el chamorro para lo único que sirve es para que nos muerdan los perros. El tercer yerro de Nuestro Señor era también muy grave. A los hombres -quiero decir a los varones- con los años se nos caen los dientes. Y los dientes siempre son muy necesarios. Debería caérsenos otra cosa, que al cabo de cualquier manera se nos va a caer. Y el cuarto error: Dios no nos puso un ojo en el extremo del dedo índice de la mano derecha. ¡Cuán útil nos habría sido ese tercer ojo! En las procesiones religiosas y desfiles militares no importaría que quedáramos atrás de la gente: con sólo levantar el brazo podríamos ver al santo patrono o a la bandera. Y en la misa, a la hora de la limosna, sacaríamos siempre del bolsillo la moneda de 20 centavos en vez de sacar por equivocación la de un peso. Pues bien: si yo tuviera ese tercer ojo adelantaría el brazo, y con el brazo la mano, y con la mano el dedo y otearía el horizonte de lo por venir para tratar de ver lo que nos depara este nuevo año, y lo que el nuevo régimen hará. Priva en México un ambiente de incertidumbre e inquietud derivado de las radicales medidas ordenadas por López Obrador, cuyas cotidianas ocurrencias tienen con el alma en un hilo y con el Jesús en la boca a los inversionistas y empresarios nacionales, y sentados en el filo de la silla a los extranjeros. Una de las acciones prioritarias de AMLO, entre las muchas y diversas que anuncia cada día en su comparecencia mañanera, sería restablecer la calma en el país y mejorar su crédito en el exterior. ¿Será mucho pedir?… FIN.