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De política y cosas peores
19/12/2018 – Crucita, la bonísima señora que por más de 30 años ayudó a mi esposa en nuestra casa, me preguntó un día mi opinión acerca del Papa Benedicto, que recién había ocupado el solio de San Pedro. Respondí, un poco extrañado, que el nuevo Pontífice me parecía bien. «Pues fíjese que a mí no» -declaró Crucita en tono terminante. «¿Por qué?» -quise saber. Manifestó: «Anoche lo vi en la tele decir misa, y como que no la sabe decir bien. Será que apenas está empezando». Traspiés ha habido muchos en el breve tiempo de la Presidencia de AMLO, pero todo indica que no habrá trapisondas. Y eso de los traspiés se explica. Ejercen ya el poder los nuevos poderosos, y como que no saben ejercerlo bien. Será que apenas están empezando. Hasta ahora el gobierno de López Obrador ha sido de confrontación, y no de diálogo. Por todas partes el tabasqueño ha encendido lumbres que deberá esforzarse en apagar si no quiere que su régimen se vuelva, como dicen los negros, una cena de blancos. Entre tantos dislates rescato un gran acierto. Me encantó el concierto en Los Pinos en el cual fue interpretada ante un público popular y atento esa obra de no muy fácil comprensión que es Carmina Burana. Lo que era coto exclusivo de una casta política sin cercanía con el pueblo se volvió un sitio propiedad de todos los mexicanos, que ahora entran en ese palacete como Juan por su casa. Tan espléndida acción, obvio es decirlo, se debe a López Obrador, y por ella merece aplauso y reconocimiento. Otras determinaciones suyas han sido objeto de reproche, y han puesto en muchos desazón y enojo. Se ve a las claras, y se comenta a voces, que el nuevo Presidente no siempre pone sindéresis en sus actuaciones. (Permítanme un momentito, por favor. Voy a ver qué quiere decir eso de «sindéresis». «Sindéresis: discreción, capacidad natural para juzgar rectamente». Muchas gracias). Está empezando apenas AMLO a ejercer el poder presidencial, y en estos días iniciales muestra la natural euforia de quien buscó por muchos años algo y al fin lo consiguió. De ahí sus desbordamientos; de ahí sus abusos de autoridad, como esa tremenda intemperancia suya de cancelar el aeropuerto de Texcoco. Innumerables voces, entre ellas las de muchos de sus electores, le están pidiendo que reconsidere esa caprichosa y prepotente decisión que tantos daños causará al país. La fuerza de las cosas hará quizá que poco a poco el Presidente aprenda a reconocer sus errores y a enmendarlos. En el caso de Texcoco todavía está en tiempo de hacerlo. Toretelo, fornido mocetón oriundo de San Leontino, pequeña población rural, ahorró durante largo tiempo, pues había oído hablar de una cierta casa en la ciudad donde se disfrutaban exóticos placeres de erotismo, y él anhelaba conocerlos porque era dado a los goces de la carnalidad. Hizo el viaje a la capital; esa misma noche fue a la supradicha casa e hizo ahí lo que ahí iba a hacer. Al día siguiente regresó a San Leontino. De inmediato sus amigos lo invitaron a la cantina del lugar para que les contara su experiencia. «No se imaginan cómo es esa casa -empezó su relatoToretelo-. Pisos de mármol; cortinas de brocado. No hay nada igual en San Leontino. La habitación a donde me llevaron tenía alfombra roja y espejos en el techo. No hay nada igual en San Leontino. Y la mujer que me atendió. ¡Ah! Cuerpo de diosa; rostro de ángel. No hay nada igual en San Leontino. Me llevó a la cama, una cama de agua, circular, con sábanas de seda negra. No hay nada igual en San Leontino. Ahí me besó, me acarició.». Preguntaron, ansiosos, los amigos: «¿Y luego? ¿Y luego?» Respondió Toretelo: «Luego ya todo fue igual que en San Leontino». FIN.