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De política y cosas peores


Lord Feebledick llegó inesperadamente a su chalet de caza y sorprendió a su mujer, lady Loosebloomers, en ilícito abrazo de libídine con Well Ung, a cuyo cargo estaba la cría de faisanes. El pelirrojo mancebo tenía arrecholada a la señora -el verbo «arrecholar», que el lexicón de la Academia no recoge, se usa en Coahuila y otros estados del norte del país como sinónimo de arrinconar. No tiene, desde luego, equivalente en lengua inglesa -ni Shakespeare ni Shaw usaron alguno parecido-, pero aun así el tal Ung tenía arrecholada a la señora y con su aceptación y complacencia la hacía objeto de apretados ceñimientos lúbricos. «Bloody be! -prorrumpió lord Feebledick enrostrando al acezante mocetón-. ¿Por qué me haces esto, desdichado?». Sin suspender su rítmica labor (era hombre que solía terminar lo que empezaba) respondió el jayán con lógica implacable: «No se lo estoy haciendo a usted, milord. Se lo estoy haciendo a milady»… Una mujer con traza de campesina iba con su canasta por la calle. Le dijo a Babalucas: «Vendo huevos». Desdeñoso y burlón contestó el badulaque: «¡Bonito me vería yo vendado de ahí!»… Rosibel, secretaria de don Algón, le ofreció: «¿Quiere un cafecito?». El salaz ejecutivo preguntó a su vez: «¿Está caliente?». Con un mohín de coquetería replicó la linda chica: «¡Ay, jefe! ¡Ya va usted a empezar con sus cosas!»… En la fiesta de Navidad de aquella empresa se encontraba una chica de mucha pechonalidad. Quiero decir que era dueña de un busto ubérrimo, opíparo, espléndido, pletórico. Fue hacia ella un individuo y la saludó llano y cordial: «¡Hola, tocayita!». Ella se extrañó. «¿Tocayita? -le dijo-. Pues ¿cómo te llamas?». Respondió el tipo con una gran sonrisa: «Zenón»… Tirando de las pinzas con todas sus fuerzas el novel odontólogo extrajo por fin la muela del atormentado paciente. Con alarma observó que de la muela pendía un largo filamento a cuyo extremo se veían dos bolitas. «Caray, señor -le dijo a su espantado cliente-. Me temo que la muela tenía la raíz demasiado profunda»… Muy criticada fue la frase de Porfirio Muñoz Ledo según la cual Andrés Manuel López Obrador es un cruzado. Y sin embargo esa expresión, que se antoja exagerada, y aun adulona, tiene algo de verdad. Cruzado es todo aquel que participa en una cruzada, y cruzada es una campaña que busca conseguir tal o cual fin. El de AMLO es acabar con la corrupción en México e implantar en el país un ámbito de austeridad, trabajo y honradez. Yo creo que su actitud es sincera, y estoy convencido de la bondad de su intención. Él mismo está dando el ejemplo. Eso de empezar su jornada de trabajo con una conferencia de prensa a las 6 de la mañana es cosa que, hasta donde sé, ningún otro mandatario en el mundo hace. Más de uno se levanta cuando ya hay caldo en las fondas, es decir al filo del mediodía, y despacha con rapidez los asuntos que le presentan, no sea que se le haga tarde para su siesta. Reconozco, pues, los buenos deseo de AMLO y espero que se cumplan. Un individuo bebía solitario en la barra de la cantina. De vez en cuando se le escapaba un hondo suspiro, y dos gruesos lagrimones le rodaban por las mejillas. El cantinero, compasivo como casi todos los de su oficio, fue hacia él. «¿Qué le sucede amigo? -le preguntó-. ¿Por qué tan triste?». Entre lágrimas respondió el pobre tipo: «Intenté propasarme con mi novia en su departamento, y ella me cortó». «Vamos, vamos -intenta consolarlo el tabernero-. Mujeres sobran, amigo. Ya lo dijo Miguel Herrero: Hay mucha espiga en las eras para pensar sólo en una . ¿Qué importa que su novia lo haya cortado?». El lacerado prorrumpió en sollozos. «¡Es que usted no sabe lo que me cortó!»… FIN.

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