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De política y cosas peores


1/12/2018 – Andrés Manuel López Obrador se convierte hoy en Presidente de México. Lo veo llegar a la Presidencia acompañado por un cortejo de luces y de sombras. Entre las primeras está su profundo conocimiento del país. En sus campañas ha ido hasta los más pequeños y alejados pueblos; ha hablado con la gente, sobre todo con la más humilde; se ha identificado con el pueblo y forma parte de él, no de una casta política apartada de él. La imagen que da es la de un hombre honesto que no caerá en la corrupción ni la permitirá entre sus colaboradores. Yo creo en esa honestidad. También creo en su preocupación por los pobres de México y en su propósito de trabajar por ellos. Aplaudo igualmente su decisión de entregar a los ciudadanos la residencia de Los Pinos y despachar en el Palacio Nacional. No veo eso como una acción demagógica, sino como un acto de inspiración republicana. Entre las sombras que a mi juicio tiene AMLO están, primero, sus ansias de grandeza, ésas que lo llevan a anunciar su Gobierno como una Cuarta Transformación que seguirá a las que hicieron Hidalgo, Juárez y Madero. Tal actitud puede llevarlo a la tentación del caudillismo, a hacer un gobierno autoritario fincado en su sola voluntad. En efecto, los 30 millones de voto que obtuvo en la elección presidencial le confieren un poder enorme. De ahí a sentirse absoluto, es decir absuelto de cumplir las leyes, hay solamente un paso. Fortalece tal posibilidad el hecho de que López Obrador no tiene frente a sí ningún freno o contrapeso que acote y ponga límite a sus actos. Una oposición debilitada, la mayoría que AMLO tiene en el Congreso, instituciones que han perdido su prestigio, favorecen la existencia de un gobierno ejercido por un hombre fuerte que, invocando las decisiones del pueblo bueno y sabio, llegue incluso a vulnerar el orden constitucional y a alterar el rumbo democrático que los ideales de Madero dieron a la Patria. Esto que digo no es vana especulación. López Obrador es el único Presidente que aun antes de asumir el cargo ha llevado a cabo acciones -como ésa tan aberrante de cancelar la construcción del aeropuerto de Texcoco- que han hecho daño al país y han sembrado aquí y en el extranjero incertidumbre e inquietud, con efectos inmediatos nocivos para México. Reconocer que la consulta sobre ese aeropuerto estuvo mal orientada, no impedir la continuación de las obras, serían actos que disiparían la zozobra que provocó y mejorarían considerablemente su imagen. Contrariamente -en un ámbito mucho más pequeño-, el hecho de confirmar a Taibo II como titular del Fondo de Cultura Económica lo harían ver como un hombre obcecado decidido a imponer su voluntad a toda costa por encima de la opinión general, aun degradando el prestigio del FCE y de su propio régimen. En cuanto a las esperanzas que ha suscitado el nuevo gobierno reconozco estar en absoluta minoría. Los más de los mexicanos confían en que el sexenio de López Obrador será de progreso y bienestar. Con cauteloso optimismo he recibido a los Presidentes cuyos gobiernos me ha tocado reseñar a lo largo de mi ya larga vida. Confieso con moderada pena que éste de López Obrador lo recibo con una actitud aún más cautelosa. Espero sin embargo, con absoluta sinceridad, que las luces que el nuevo Presidente lleva consigo predominen sobre las sombras que en él creo advertir. Nada me satisfaría más que ver cumplido el optimismo de la mayoría de los mexicanos, y equivocadas mis reservas. Por el bien de la República deseo de todo corazón que López Obrador haga un buen gobierno, y que llegue a ser, como él lo ha dicho, el mejor Presidente de México. Así sea. FIN.

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