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De política y cosas peores
23/11/2018 – Me preguntan a veces cuáles son los platillos típicos de mi natal Coahuila. Respondo: «Tenemos tres: carne asada término medio, tres cuartos y bien cocida». La verdad es que al decir eso falto a la verdad. La cocina coahuilense tiene platillos que rivalizan en barroquismo y sabrosura con los más ricos y complicados manjares como el mole o los chiles en nogada. Una fritada de cabrito, por ejemplo, o un asado de boda ponen a prueba a la más consumada guisandera, y sus recios sabores harían que San Pascual Bailón, patrono de cocinas, se chupara los santificados dedos. A unos kilómetros de mi ciudad, Saltillo, hay un poblado de sonoroso nombre: San Antonio de las Alazanas. Pueblo frutal es ése, que en la Sierra de Arteaga da paradisíacas manzanas y duraznos de terciopelo y miel. Los viajeros que van a la montaña, a ese espléndido lugar turístico que se llama Monterreal, hacen un alto obligatorio en San Antonio para almorzar o comer en el restorán Los Arcos. Su dueña y señora es doña Obdulia Mata, amable, afable dama que en 25 años de trabajo ha conseguido dar justa fama a su establecimiento. Uno de los platillos principales que ofrece a su numerosísima clientela es el asado de puerco, delicia que acompaña con arroz y frijoles, según los cánones ordenan. Pues bien: el asado de doña Obdulia obtuvo el primer premio en un concurso nacional, «Ven a comer», al que convocó la Secretaría de Turismo y en el cual participaron chefs de cocina de todo el País. Con ese merecido triunfo doña Obdulia prestigia a San Antonio, a Arteaga y a Coahuila. Le doy gracias por eso, pero más gracias le doy por su sabroso asado. Aquel marido era machista consumado. Le dijo a su mujer: «Yo me parto la espalda trabajando todo el día mientras tú te la pasas en la casa sin hacer prácticamente nada». La señora, harta de las majaderías de su esposo, le propuso: «Cambiemos los papeles. Mañana yo saldré a la calle a cumplir tus tareas de vendedor y tú te quedarás aquí a hacer las labores de la casa». El marido, burlón, aceptó el trato. Al día siguiente tuvo que levantarse una hora y media antes que de costumbre a fin de preparar el desayuno, disponer a los niños para la escuela y tener lista la ropa que llevaría al trabajo su mujer. Ésta dormía aún plácidamente. Despertó tras un buen sueño, y luego de arreglarse se sentó a la mesa a esperar que su esposo le sirviera de desayunar. Luego le dio un apresurado beso en la mejilla y salió de la casa. El hombre llevó a los hijos al colegio; llegó al supermercado a hacer las compras; fue a pagar los recibos del agua, la luz, el teléfono y el gas. Después se dirigió al banco a hacer algunos trámites. Regresó a la casa; lavó los platos del desayuno; tendió las camas; barrió el piso; lavó y planchó la ropa e hizo la comida, esmerándose en hacerla bien para lucirse con su esposa. En eso llamó ella para decirle que no la esperara a comer, pues lo haría con unas amigas. Para entonces ya era hora de ir por los niños a la escuela. El tipo les dio de comer, y después de lavar otra vez los platos se puso a hacer con ellos la tarea. Les sirvió la merienda; los bañó y acostó y en seguida preparó una rica cena para su mujer. Otra vez llamó ella para avisarle que no iría a cenar, pues se había encontrado a una antigua compañera del colegio e iría con ella a tomarse unas copas. A esas horas el tipo estaba ya todo molido y derrengado. Apenas tuvo fuerzas para desvestirse y acostarse. Se metió en la cama cuando pasaba ya la medianoche, Apagó la luz y se dispuso a dormir. En eso lo asaltó un espantoso pensamiento. Se dijo lleno de angustia: «¡Nomás falta que esta cabrona venga borracha y quiera hacer el amor!». FIN.