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De política y cosas peores
22/11/2018 – En su mesa del café los cuatro amigos hablaban de los males de todo orden -desorden, mejor dicho- que agobian hoy por hoy a México y a los mexicanos. Después de largo rato de bordar sobre ese triste tema uno de los contertulios suspiró lleno de pesar y dijo: «Bueno, amigos: ya que no podemos cambiar de país cambiemos de conversación». Yo no cambiaré nunca de país. En cualquier otro a donde vaya seré siempre un extranjero. Tampoco me es dable cambiar de conversación, pues me lo impide López Obrador. Cada día da un nuevo motivo para el comentario; cotidianamente se prodiga en dichos y hechos que es imposible pasar inadvertidos. El forzoso tema de hoy es su declaración según la cual concede su perdón absoluto a todos los funcionarios del régimen que está por terminar, empezando por Peña Nieto y siguiendo con todos los demás que hayan cometido en el sexenio actos de corrupción. Al decir eso AMLO no sólo deja en nada sus encendidas prédicas contra «la mafia del poder»: también se pone por encima de la ley al otorgar una amnistía que deriva sólo de su omnímoda voluntad, al margen de todo marco jurídico, y anula ipso facto todo el sistema normativo aplicable a los casos de corrupción en que incurran quienes desempeñan una función pública. He aquí otro caso en que se muestra el talante personalista, autoritario, absolutista del próximo Presidente. El hecho de condonar así la corrupción, de hacer que quede impune, es en sí mismo otro acto de corrupción, y convierte a quien lo lleva a cabo en una especie de cómplice de los corruptos. Pero en fin, ya que en este momento no podemos cambiar las cosas del país cambiemos también nosotros de conversación. El cuento que ahora sigue motivó las iras de doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías. Lo leyó y exclamó horrorizada: «Anatema sit!», antigua locución latina con que los eclesiásticos vituperaban aquello que iba contra sus enseñanzas. No pudo decir más la ilustre dama: la lectura de ese vitando chascarrillo la dejó fuñingue, es decir débil, agotada, sin fuerza aun para tenerse en pie. Su reacción me hace pensar que el cuento es bueno. Lo publico, entonces, pero cambio algunas de las palabras que en él se usan. Mis cuatro lectores sabrán cuáles son y pondrán en su lugar las que deben ser. Una boa, serpiente de gran tamaño, sufría eternas hambres por causa de la escasez de presas. Determinó entonces dedicarse a la profesión más antigua del mundo. Quiero decir que pensó en hacerse prostituta. Le informó su plan al búho y le pidió su opinión al respecto. «No creo que tu idea funcione -le dijo la sapiente ave nocturna-. Tu apetito es voraz, y no podrás resistir la tentación de comerte a tus posibles clientes». «Me esforzaré en frenar mi instinto -aseguró la boa-. Seré una profesional». En efecto, puso un cartel en el cual se anunciaba como sexoservidora. Ese mismo día llegó su primer cliente: un conejo. La boa le dio a conocer el monto de sus honorarios y le ofreció «completa satisfacción o la devolución de su dinero». «A darle, pues» -aceptó el cachondo conejito. La boa lo atrajo hacia sí con sus poderosos anillos. Al hacerlo sintió que su cliente estaba gordito, en buenas carnes. Tenía hambre la serpiente, como siempre, y no pudo evitar el impulso de llevarse el conejo a las fauces y tragárselo. En eso, sin embargo, recordó la advertencia del búho y pensó en su deber profesional. Regurgitó, pues, al conejo. Salió éste de las profundidades de la boa todo aturrullado, con los pelos mojados y en desorden, y exclamó lleno de entusiasmo: «¡Uta! Sí así estuvo la besada ¡cómo irá a estar la fornicada!». FIN.