14/11/2018 – «Te tengo una buena noticia -le dijo don Algón a su socio don Pitorro-. Conseguí que mi secretaria salga contigo hoy en la noche». «¡Magnífico! -se alegró don Pitorro-. Y yo tengo otra buena noticia para ti: tu mujer no saldrá esta noche a esa junta que te había dicho». El niñito le preguntó a su mami: «¿Qué le regalaría mi papá a la muchacha? ¿Una bici, una moto o un caballo?». La señora, extrañada, preguntó a su vez: «¿Por qué piensas que le regaló alguna de esas cosas?». Explicó la inocente criatura: «Porque anoche que saliste mi papi fue a su cuarto, y poco después oí que le dijo: Ahora súbete tú, mamacita» . Suspiraba la pequeña Rosilita: «Si me caso tendré un marido como mi papá. Si no me caso tendré el carácter agrio de mi tía Solteria. De cualquier modo estoy jodida». Babalucas les contó a sus amigos: «Anoche entró en mi casa un ladrón raro. Cuando llegué saltó por la ventana y dejó toda su ropa, sus zapatos, su reloj.». Alce en Celo y Cierva Blanca, pieles rojas, se veían secretamente en un claro del bosque, y ahí se entregaban a deleites carnales indebidos, pues ella tenía esposo y él mujer. Cierto día se hallaban los dos gozando ese placer prohibido cuando Cierva Blanca alzó la vista y vio que alrededor del valle, en las montañas, se alzaban señales de humo que cubrían todo el cielo. Le dijo preocupada a su galán: «Tenemos que ser más cuidadosos, Alce. Los vecinos empiezan a murmurar».Vivía en mi ciudad una señora llamada Justinita. Era usurera, motivo por el cual cobraba intereses usurarios a aquéllos que le pedían un préstamo en dinero. La hizo llamar el señor obispo Echavarría, que va para santo que vuela, y la reprendió paternalmente. Le dijo que Nuestro Señor le cobraría también a ella intereses muy altos en el purgatorio como castigo por cobrar el 24 por ciento que cobraba. Si no reducía esa tasa a la mitad, le advirtió, ordenaría al presbiterio que le negara la absolución en el confesonario. Asustada por esa pena que pondría en riesgo su alma Justinita cumplió al pie de la letra la orden de Su Excelencia. «Te cobraré el 12 por ciento de interés -decía al infeliz que acudía a ella-, pero sólo te prestaré el dinero que me pides si en prueba de agradecimiento por el favor que te hago me regalas tú otro 12 por ciento». Pensaba la mujer que ni el señor Obispo ni Nuestro Señor la castigarían por aceptar un regalito. Los descendientes de las víctimas de aquella piadosísima señora darán seguramente la razón a Ricardo Monreal cuando dice que los bancos cobran por esto y por aquello comisiones que bien pueden calificarse de usurarias. Sin embargo el senador debe andarse con tiento, pues casi todas esas instituciones pertenecen a redes internacionales poseedoras de un vasto y variadísimo catálogo de represalias que no sólo afectarían a los clientes de los bancos, sino también al país en su conjunto. Ponerse a las patadas con Sansón es peligroso, y más riesgos aún entraña patear a Wall Street. Entiendo que Monreal busca proteger a la gente sencilla que se ve forzada a pagar los infinitos cobros que los bancos hacen, pero la realidad indica que los usuarios deben hacer esos regalitos si quieren seguir recibiendo los indispensables servicios que prestan esos descendientes de doña Justinita. Hasta para hacer el bien hay que tener cuidado. «¡Con eme!»-dijo la joven esposa con energía. «¡Con ge!» -exclamó su marido igualmente enfático. «¡Con eme!» -insistió ella. «¡Con ge!» -repitió él. «¡Te digo que con eme!» -volvió a repetir ella. ¡Caramba! -se desesperó él-. Tengo un mes fuera de la casa, trabajando, ¿y ahora que llego tú quieres primero comer?». FIN.