De política y cosas peores

7/11/2018 – Mi amigo se enojó con un amigo suyo. Sucedió que un ladrón entró en la casa de éste y la dejó casi vacía; se la desvalijó. Lo extraño del suceso es que la víctima del robo conoce al robador. Sabe quién es. Y en vez de denunciarlo y recurrir a la ley para recuperar lo que le fue robado ha ido a hablar con el ladrón y se declara satisfecho porque el delincuente le prometió devolverle una parte de lo que le quitó. La víctima del latrocinio dispone de recursos legales para anular los efectos de la acción cometida por su victimario. Además la opinión de sus vecinos está a su favor. En forma casi unánime ese robo es objeto de reprobación: se le considera un acto de insensatez; una locura. Y no obstante eso el victimado se muestra obsecuente con quien lo victimó, y se resigna con mansedumbre de vasallo al daño recibido en vez de protestar con energía por él. Eso, dicen los vecinos, constituye un peligroso precedente. La falta de reacción del que sufrió el despojo, y su actitud sumisa, animarán al causante de la tropelía a cometer otros abusos similares. Comparto el enojo de mi amigo por la medrosa conducta de la víctima del robo, por su culpable pusilanimidad. Y no sé por qué hallo cierta semejanza entre el caso de ese hombre y el de los empresarios que tenían contratos para la construcción del aeropuerto de Texcoco. «Las mejores horas de mi vida las he pasado en brazos de una mujer casada». Los asistentes a la misa en catedral quedaron estupefactos al escuchar esas palabras, pues las dijo el obispo de la diócesis. Preguntó luego Su Excelencia ante el silencio de la azorada feligresía: «¿Saben quién es esa mujer?». Y se respondió a sí mismo con una gran sonrisa: «¡Mi mamá, hermanos!». Todos rieron, y aun hubo algunos que aplaudieron la ingeniosa salida del jerarca. Entre los que estaban en la celebración se hallaba un cura joven. Al día siguiente regresó a su parroquia pueblerina, y en la primera misa que ofició quiso emular el recurso oratorio del dignatario. Manifestó como él: «Las mejores horas de mi vida las he pasado en brazos de una mujer casada». Sucedió lo mismo: los feligreses quedaron asombrados. Preguntó el curita: «¿Saben quién es esa mujer?». Y respondió en seguida triunfalmente: «¡Es la mamá del señor obispo!». Una gallina le dijo a otra: «Los huevos que tú pones son tan chiquitajos que se venden a 1peso cada uno. En cambio los que pongo yo son tan grandes que se venden a 1.50». Replicó la otra: «¿Y crees que por un chinche tostón voy a andar por ahí toda desfundillada?». La encuestadora le preguntó a Afrodisio Pitongo: «¿Practica usted el sexo seguro?». «Sí -respondió el salaz sujeto-. Siempre me cercioro de que el marido está fuera de la ciudad». El empleado de don Algón le pidió permiso para faltar aquella tarde. Le explicó que su señora suegra había pasado a mejor vida, y debía asistir a su sepelio. «¡Ah no! -rechazó con enojo el director-. ¡Primero es el trabajo que la diversión!». El doctor Ken Hosanna, sentado en el suelo después de la caída que sufrió, le dijo a su paciente de prominente busto: «Señorita Tetonnia: la próxima vez que le pida que respire profundamente deme tiempo de hacerme a un lado». Un piloto aviador de edad madura contrajo matrimonio con una mujer en flor de vida y dueña de exuberantes atributos. En la noche de bodas se dispuso a consumar las nupcias. Estaba apenas en los prolegómenos del caso -lo que los norteamericanos llaman el foreplay- cuando se oyeron toques en la puerta. El piloto fue a abrirla, y con asombro se vio frente a otro piloto. Le explicó su flamante mujercita: «Será tu copiloto. Lo invité por si a ti te pasa algo». FIN.

MIRADOR.
El niño se maravilla al ver la luna llena.
Queda en suspenso ante la inmensidad del mar.
Se deleita en la contemplación del arco iris.
Sigue con curiosidad el vuelo de ese pájaro huidizo.
Mira, absorto, las ramas del nogal agitadas por el viento.
Es un niño.
Está naciendo al mundo.
Yo, igual que el niño, me maravillo al ver la luna llena.
Quedo en suspenso ante la inmensidad del mar.
Me deleito en la contemplación del arco iris.
Sigo con curiosidad el vuelo de ese pájaro huidizo.
Miro, absorto, las ramas del nogal agitadas por el viento.
Me asombran todavía, como al niño, los prodigios del cielo y de la tierra.
Soy viejo.
Pero no he envejecido.
¡Hasta mañana!…

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